A falta de fórmulas y cálculos, la ley de Messi es simple. Sobre el terreno de juego, sucede lo que él quiere. Ya sea en el Wanda Metropolitano más hostil, o en el acogedor Camp Nou, el rosarino siempre tiene la última palabra. La tuvo el miércoles, sacudiendo a los suyos para cerrar el liderato de la UEFA Champions League ante el Borussia Dortmund, y la tuvo el domingo en la pugna por la primera plaza de la Liga Santander. Escudándose en la enésima exhibición de Ter Stegen bajo palos de la tormenta que acechaba la capital, Leo volvió a decidir el rumbo del duelo ante el Atlético de Madrid a su antojo. 

El cholismo se impone en el primer tiempo

La tormenta que inundaba la noche de Madrid se instaló pronto en graderío y sobre el césped del Wanda Metropolitano. Fue Antoine Griezmann, viejo conocido de un estadio que meses atrás lo veneraba, quien se llevó el primer jarro de agua fria de la noche, siendo recibido con una sonora pitada por parte de una afición que no perdona. El ardor del público se contagió enseguida a los hombres de Diego Pablo Simeone, que siguiendo con el ejemplo de su profeta, llevaron una vez más el cholismo a su máxima expresión. Una presión intensa, con las líneas muy altas, que desubicó al Barça durante los primeros veinticinco minutos, se sumó al control del balón, a veces atípico del elenco colchonero, para noquear a su rival.

Con la baza de Saúl Ñíguez ocupando el carril diestro de la defensa rojiblanca, el Atlético impuso su ley en los primeros compases del duelo. El tridente formado por Hector Herrera, Koke y Thomas supuso también un auténtico quebradero de cabeza para los de Ernesto Valverde, que estrenando su cuarta equipación en forma de la tradicional señera, tardaron en despertar. Lo hicieron tras sendos avisos del conjunto local que averió como pudo Marc André Ter Stegen, y de la mano de Frenkie De Jong, quien tras un inicio dubitativo junto a Arthur Melo e Ivan Rakitic en la medular, estrenaba el casillero de ocasiones culé. Tras la media hora, también se despertó Messi, quien cubierto de manera magistral por el propio Saúl, aún no había sintonizado la frecuencia del partido. Fue el argentino quien equilibró la balanza tras un inicio de claro color rojiblanco en lo que a sensaciones se refiere. Con la aparición de "la pulga", el Barça comenzó a carburar dando mayor fluidez al juego de la que se había visto con la tónica rojiblanca. 

Messi impone su ley

Si en el inicio del partido había imperado la ley del cholismo, tras el descanso, comenzó a hacerlo la ley de Leo Messi. El monólogo local se convirtió tras el paso por los banquillos en un duelo vertiginoso de ida y vuelta que Ter Stegen y Jan Oblak decidían en ambos lados del campo. Especialmente incisiva fue la actuación del meta alemán del Barça, a quien ya se le acaban los elogios en su hazaña de salvaguardar al conjunto azulgrana. Mientras en el marco culé aparecía el guardameta para arreglar los despropósitos de Junior Firpo o Sergi Roberto en facetas defensivas, la defensa rojiblanca seguía en busca y captura de su excompañero Antoine Griezmann, que apenas dió señales de vida en su regreso al Wanda Metropolitano.

Quien sí dió señales de vida fue el de siempre, Leo Messi, quien en el minuto 86 dijo basta. Cuando todo parecía decantarse hacia la igualdad, el argentino enarboló una de sus creaciones para comunicarse con su discípulo favorito, Luis Suárez, insistente y combinativo durante todo el partido pero sin dar frutos ofensivos, para convertir la victoria culé. Un disparo sutil, desde la frontal y tras una pared con el charrúa al primer toque, enmudecía a la parroquia colchonera daba el billete al Barça para aúparse hacia el liderato, y de paso, despejar todas las dudas,-si es que las había en ese momento,- acerca del Balón de Oro, el sexto del argentino.