Durante toda una década, dos colosos habían dominado el fútbol mundial. Dos de los mejores jugadores de la toda la historia hicieron un cerco en el que nadie se atrevía si quiera a pedir permiso para poder entrar en su disputa particular. Cristiano Ronaldo y Leo Messi se disputaban cada año el honor de ser elegido el mejor futbolista del mundo. Sin embargo, en el año 2018, un pequeño centrocampista croata entró derribando la puerta sin avisar a nadie y les arrebató su bien más preciado: el cetro del fútbol mundial.

Un 3 de diciembre de dicho año, Luka Modric subía a un escenario de París para recoger el Balón de Oro otorgado por la revista France Football. Fue el colofón perfecto, la guinda del pastel de una campaña de ensueño. A sus 33 años, Modric había alcanzado la cima del deporte rey. Un premio que no vino solo, ya que poco antes ya había sido elegido como The Best para la FIFA, mejor centrocampista del año para UEFA y FourFourTwo, mejor jugador del Mundial, parte del once ideal de la Champions y del Mundial e incluso el premio al Mejor Constructor de juego del mundo otorgado por la IFFHS. Una auténtica heroicidad al alcance muy pocos jugadores en la historia. El Balón de Oro era, por tanto, una forma de hacer justicia y de reunir todos los premios anteriores en uno solo. La unanimidad fue total, pues estos premios tenían varios jurados. Afición, jugadores, entrenadores y periodistas. Todos ellos estaban de acuerdo en que la temporada de Modric le hacía merecedor de ser coronado como el rey del fútbol mundial.

Modric celebra un gol/ Foto: Vavel
Modric celebra un gol/ Foto: Vavel

Todos estos premios individuales fueron el fruto recogido después de sembrar todo un año con el trabajo para su equipo y selección. Si hay un momento que cambia la vida y la temporada de Luka Modric es, sin ninguna duda, el Mundial de Rusia. El jugador de Zagreb lideró a una selección que, representando a un país de apenas cuatro millones de habitantes, consiguió pelear con los grandes y meterse en toda una final. Ni siquiera la goleada sufrida en la final contra Francia pudo empañar el enorme torneo realizado por un equipo que se movía bajo la batuta de Modric. Los pases y goles del mediocentro vinieron acompañados de una garra y una lucha que logró emocionar a todo el planeta. Croacia se convirtió en la selección de todos y la camiseta ajedrezada rojiblanca con el 10 a la espalda era el símbolo de esa unión.

Poco antes de ese segundo puesto en el Mundial, Luka Modric venía de ser el motor de la Decimotercera Champions del Real Madrid. El croata era una pieza fundamental de ese equipo de leyenda que con el triunfo en Kiev ante el Liverpool había cerrado un ciclo casi imposible de superar: tres Champions consecutivas.

Por si fuera poco, para cerrar el año y días antes de recibir el premio de France Football, Modric le daba al Real Madrid otro título más teniendo un papel decisivo. Fue la final del Mundial de Clubes y el croata anotó el gol que abría el marcador en la final.

Un año inmejorable que supuso el premio a tantos años de trabajo. Ese niño de Zagreb que luchó por salir adelante en mitad de la guerra. Ese chaval que llegaba desde el Tottenham y que muchos ponían en cuestión su alto precio. Ese jugador que poco a poco, haciendo poco ruido, iba cada vez más poniendo al planeta a sus pies, esos pies capaces de mandar un balón con el exterior como el que lo hace con las manos, con suavidad y clase, había conseguido alcanzar el trono. Un pequeño croata que puso fin al reinado de los dos más grandes.