Hace 23 años, en la Línea de la Concepción, un niño con mucha velocidad y ganas de balón nació. José Antonio lo llamaron, aunque todo el mundo hablaría de Tete.

Esta pasión por el fútbol la reflejó en el equipo de su localidad, el Atlético Zabal Linense, tanto que lo lleva tatuado sobre su gemelo derecho. Tanto disfrutaba el deporte rey que destacaría pronto y, un día, un grande lo llamó: el Atlético, donde otros andaluces como Reyes o Jurado habían jugado, tocó en su puerta. Y allá se fue. Por cosas del destino, su paso por la cantera rojiblanca fue breve, empezando en 2015 y acabando al año siguiente.

Tras este final, la carrera de Tete comenzó una espiral turbulenta. Firmó por el Atlético Baleares, donde solo marcó un gol y asistió dos veces en veintitrés partidos. Tras eso, salió libre al año siguiente rumbo a Tarragona, donde en el Nástic intercambió sus cifras: dos goles y una asistencia en veinticuatro partidos. Comenzaba la temporada 18/19, una nueva ilusión… Que no fue devuelta: en el Nástic, anotó y asistió una vez respectivamente. Fue ahí cuando volvió a salir para probar suerte; esta vez, rumbo a Lugo, donde volvió a tener un gol y dos asistencias de nuevo. Volvió a probar suerte en la 19/20 en tierras lucenses, pero esta vez le sonrió menos: cero goles y cero asistencias en dieciséis partidos.

Es aquí cuando aparece el Málaga. En tan solo cinco partidos, es decir, en 385 minutos jugados, el jugador gaditano ha anotado ya un gol. No solo eso, ha dotado al equipo de Pellicer de la electricidad, verticalidad y furor que le hacía falta para levantar a La Rosaleda. Sin duda, el fichaje invernal más exitoso que recordamos, al que no le pesa el dorsal número 10 y el que besa el escudo sin temor alguno.