Corría el verano de 2019 cuando la secretaría técnica del Real Betis Balompié tenía un duro trabajo por delante. Una vez contratado el nuevo entrenador, Rubi, era hora de comenzar a cerrar la que sería la plantilla para la temporada venidera. Uno de los puestos más difíciles de cubrir sería el que dejaba Pau López. El cancerbero catalán, que se marchó a la Roma por 23 millones de euros y el resto del pase de Sanabria, llegaba de cuajar una buena campaña en la portería bética, y encontrarle sustituto no sería fácil. 

Tras esto, en el Real Betis se debatían entre la idea de fichar a un portero con veteranía que pudiese hacer la competencia a Joel Robles, o apostar por la frescura que puede aportar un guardameta joven con proyección en vistas de consolidar una plantilla para el futuro.

Fue la segunda la opción elegida en cómputo con Rubi y Tuero, su ayudante. Diego había sido entrenador de porteros del Sporting de Gijón, donde contaba con la juventud de Diego Mariño y Dani Martín. Por ello, aconsejó al director deportivo del Real Betis Balompié apostar por la frescura del ahora guardameta verdiblanco, de quien los informes sobre su evolución y revalorización eran inmejorables. Así se cerró el fichaje del nuevo arquero de los heliopolitanos, y a la larga se vería que no tenía la suficiente experiencia para jugar en la élite. 

Poco antes de que este acuerdo se cerrase, expiraba el plazo para fichar al que sin dudas fue el mejor portero de la Segunda División Española. Edgar Badía llegaba de cuajar una espectacular temporada con el cuadro ilicitano, y sobre la mesa verdiblanca estuvo su nombre ese verano. La operación podría haberse cerrado por el ridículo precio de 50.000 euros si se hubiese cerrado en la primera quincena del mes de julio. Como no ocurrió, la cláusula del futbolista lo obligaba a renovar con el Elche C.F., y su libertad se cifraría en un millón de euros. 

Ahora, con el Elche como equipo recién ascendido, Badía se coronaba, hasta la pasada jornada, como el portero con mejor índice de acierto en sus intervenciones. Unos números que se empañaron tras el 3-1 con el que el Betis de Pellegrini superó al conjunto ilicitano. Un equipo que pudo salir goleado del Villamarín si no hubiese contado con el desparpajo del meta en muchas de las ocasiones. Sanabria fue el gran perjudicado, ya que hasta en dos oportunidades el cancerbero desbarató los disparos del paraguayo. La ocasión más clara llegó desde las botas de Fekir, y es que el guardameta ilicitano consiguió detener un penalti algo mal lanzado por el centrocampista francés.