Javier Mascherano (San Lorenzo, 1984), no ha necesitado de grandes alardes para ganarse el cariño del mundo del fútbol. Le han bastado diecisiete temporadas de una envidiable profesionalidad para hacerse un hueco en el olimpo del fútbol argentino, y hacer suyo el apodo que se ganó nada más empezar en este deporte. Acompañado de su último capataz en los banquillos, Leandro Desábato, y con la incomprensible entereza que lo ha rodeado durante toda su trayectoria, el Jefecito puso el punto final a su carrera en los terrenos de juego tras una paradójica derrota ante a Argentinos Júniors.

"Quiero anunciar mi retiro del fútbol profesional", sorprendió tras disputar la tercera jornada de la Primera División Argentina Estudiantes de la Plata, su octavo club profesional. El argentino, como ya hizo al finalizar su etapa en el Fútbol Club Barcelona, aseguró que "lo más correcto es terminar hoy. He vivido mi profesión al 100%, he dado lo máximo".

Los primeros pasos del "Jefecito" 

Desde que debutó en 2003 con el River Plate, y a lo largo de sus 430 actuaciones sobre el pasto, Mascherano ha demostrado que para él el fútbol no es sólo un juego, al contrario. "Yo no disfruto del fútbol, lo sufro", ha dicho en más de una ocasión el 147 veces internacional con la albiceleste, que se ha consagrado como uno de los argentinos más queridos dentro y fuera del país. Un favor que, sin embargo, no se ha ganado a base de esteticismos, sino por llevar su fútbol, de carácter defensivo, a lo más esencial.

Con los años, y desde que salió de su Argentina natal en busca de nuevas aventuras por tierras brasileñas tras sus primeras lecciones con Marcelo Gallardo, "Masche" se ha forjado como un "jefe" dentro y fuera de los vestuarios y ha demostrado ser algo más que el prototípico futbolista al que sólo le preocupa el balón. Primero en el Corinthians, donde se ganó a pulso el billete que le abría las puertas a jugar en Europa, y más tarde en West Ham y Liverpool, se afinanzó como un mediocentro defensivo alejado del gol pero repleto del carácter y garra que tanto se busca en los argentinos.

De Anfield al Camp Nou

Fue ese empeño sobre el césped el que cautivó a Pep Guardiola para ofrecerle jugar en el mejor equipo del mundo tras un paso decreciente por el conjunto de Rafa Benítez. El técnico de Santpedor no sólo ofreció al argentino protagonismo en un proyecto ganador, sinó que le aseguró una conversión que muy pocos podrían asumir. El jefecito, reencarnado en defensa central ante la inamovibilidad de Sergio Busquets, se convirtió en la sombra de su mentor sobre el terreno de juego. Trascendía del balón, y como cualquier otro azulgrana en esos años, miraba más allá de lo que sucedía en el partido.

Mascherano no sólo se empapó de fútbol, sino que añadió tras su paso por el Camp Nou un total de diecinueve títulos que condecoran su exitosa etapa por Sudamérica, donde alcanzó un Torneo Clausura y una Liga de Brasil. Y es que, al contrario que otros defensas, Mascherano no será recordado por un mítico gol a la salida de un córner, o un despeje providencial con la meta vacía, sino por la constancia, el trabajo y el empeño que tantos le han agradecido durante estos años.

Alejado de la pulcritud o de la belleza superficial que envuelve el mundo del balón, el Jefecito también ha mandado en Argentina, a la que liderado en sus dos oros olímpicos de Atenas y Pekin,  y a la que ha representado en 143 ocasiones. Con Javier Mascherano dejan el fútbol su casta envidiable, su fortaleza, y sobretodo su manera de entender y vivir el deporte rey: como forma de vida.

 

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