A El Alcoraz llegaban indicios de una crisis furtiva, porque de camino a la provincia aragonesa de Huesca llegaba un entrenador calentado por la prensa, afectado en cierto modo por la hazaña de salir de una enfermedad pandémica y a la par adolecido por los efectos psicológicos del confinamiento, porque nada más recuperarse, Zinedine Zidane se encontró nuevamente con los azotes de la prensa, que le veía más fuera que dentro. Y el galo los quiso devolver. 

Pedía ‘Zizou’ respeto ante el dedo señalador de los medios, miramiento a los prejuicios y deferencia ante los hombres cuyas riendas volvía a tomar. Y pedía consideración, porque el francés es consciente en cierto modo de que su plantilla se encuentra en una situación comprometida, como también lo hace su creatividad técnica. 

Zinedine Zidane al frente de los suyos en El Alcoraz | Foto: Real Madrid
Zinedine Zidane al frente de los suyos en El Alcoraz | Foto: Real Madrid

Sin apenas recursos y lastrado por una enfermería a rebosar en la que moraban jugadores clave como Carvajal, Hazard o Sergio Ramos, quien para más inri tuvo que ser intervenido quirúrgicamente, Zidane tuvo que ‘sacarle las tripas’ al filial y asimismo dar un empujón a Nacho, recién recuperado y con apenas tiempo para rescatar su mejor nivel. 

Un Madrid sin optimismo se veía las caras con la SD Huesca, el colista más peleón de todas las ligas europeas. Y los de Pacheta, como no, plantaron cara ante este Madrid escuchimizado. Por medio de Javi Galán provocaron un buen susto a este Zidane resentido, y también Álvaro Fernández le daría jaqueca a los madridistas. 

Solo la sala de máquinas funciona a la perfección gracias a sobresalientes obreros como Kroos, Casemiro y Modric, lo más destacable de lo visto en el estadio del Alcoraz. Porque no estuvo acertado ni Benzema. Tampoco lo estuvo Vinícius, que para indicio de esperanza madridista, pudo brillar con las mismas habilidades técnicas que motivaron su fichaje pero que, una vez más, no dejó ningún registro anotador que pudiera aportar a los suyos. 

En el día en el que el Real Madrid fue rescatado por Raphael Varane, el galo sustituyó el espíritu de un Sergio Ramos ausente, pero no pudo dar un golpe sobre la mesa ni reivindicar el buen uso de una plantilla que, partido tras partido, se devalúa. Y Zidane es consciente de ello