El retorno de la UEFA Champions League al Camp Nou se veía marcado por un partido de revancha. Con un nuevo comandante a la cabeza tras el adiós de Thomas Tuchel, ya inmerso en la dinámica de Stamford Bridge y alistado en las filas del Chelsea, el Paris Saint-Germain regresaba al escenario de la que fue su noche más dura en 2017, en la que un gol de Sergi Roberto dilapidó su ventaja de 4-0 en el marcador, firmada en una de las grandes noches que se recuerdan de la historia azulgrana. Con la ausencia de Neymar por lesión, el aliciente emocional coparía todos los focos de atención en el retorno de Ronald Koeman a territorio europeo, que bien pudo hacer retroceder a lo que sucedió en Wembley en 1992. El holandés marcó un antes y un después en la historia del Fútbol Club Barcelona tras marcar el gol que supuso la primera Copa de Europa de la entidad azulgrana ante la Sampdoria y las expectativas fijadas en las que era su primera edición de la competición al frente del banquillo azulgrana eran demasiado altas. La cosa estaba como para fallar en grandes citas como la vivida en la noche de este martes en la Ciudad Condal. Con la oportunidad de reescribir la historia consiguiendo devolver al club a la hegemonía, tal y como se lleva esperando desde hace bastante tiempo, la incógnita se despejaba en un reto de gran exigencia, con la todavía clavada espinita que supuso el último de los cinco batacazos sufridos: el 2-8 ante el Bayern de Múnich.

Estando al alza en Liga, la confianza era incuestionable para los de Ronald Koeman. Con síntomas de recuperación, únicamente quedaba pendiente el mero hecho de reafirmarse en otra de las competiciones del KO, la cual pinta ser la última de Leo Messi, una vez más desencantado e impotente ante la solvencia de un equipo muchísimo más coral y efectivo. Bien es cierto que el Paris Saint-Germain se postuló como favorito en la eliminatoria desde el principio. En los primeros compases del partido, Kylian Mbappé dejaba en evidencia lo que se lleva denotando desde el comienzo de la temporada: las carencias en defensa siguen condenando a un equipo carente de espíritu victorioso que, lejos de dar la cara en las grandes citas, lo que hace es sucumbir ante equipos que le son superiores con personalidad y ambición. A priori y, tal y como se ha visto hasta ahora, fulminantes de lo dubitativo. Y lo que se ha visto hoy va muy ligado a la incertidumbre que se lleva arrastrando en Europa tras tantos desastres cosechados. Apenas 'Pedri' supo maquillar la falta de atrevimiento de los azulgranas, que, pese a "abrir la lata" en primera instancia de la mano de Leo Messi, que no perdonó desde los once metros tras un penalti cometido por Kurzawa sobre Frenkie de Jong, únicamente destacaron con individualidades mediante y Marc-André ter Stegen, salvador para impedir un resultado más abultado.

Las buenas actuaciones de Marco Verratti evidenciaron la ventaja táctica del Paris Saint-Germain. Vital en banda izquierda y libre en la mediapunta, volvía a recuperar los galones que siempre le han consolidado como el jugador al que los galos nunca han sido capaces de suplir. Él fue el encargado de dejar a la luz la inseguridad de los azulgranas y el que supuso la llegada del empate después de asistir a la mejor referencia de los de Pochettino en ataque sin Neymar comandando.

Pero, en Europa, los errores se pagan caros. Esa es la premisa que define a todos los duelos. El suplicio sufrido en el tramo final de la primera parte fue el prolegómeno del festival protagonizado a manos de los franceses unos minutos después. Mbappé, de dulce en ataque, supo desesperar a los defensas azulgranas y supo dar la talla y el paso grande que necesitaba verse de él en la gran cita. La lentitud de Busquets en el centro del campo, con un punto menos de velocidad en cada jugada, siendo algo traducido en pérdidas y más pérdidas, acentuó lo de siempre: el Paris Saint-Germain siempre resulta ser superior y más con una defensa coladero. Con y sin Piqué, incluso con caras largas y más que resignado.

Visto lo visto hoy, la cosa es que el baño táctico de Pochettino a Koeman ha sido antológico. Como lo fue el de Marcelino, Zidane, Pirlo o Simeone. Cegarse es no querer avanzar. Porque, en Europa, hay noches mágicas y las hay trágicas, pero la realidad no es otra que la que reafirma, temporada tras temporada, que duele ver estos partidos del Barça. El que, en su día, ya hace bastante tiempo, se erigió como un club histórico. El que lleva años sin poder competir en Europa. La derrota de hoy ante el Paris Saint-Germain ha consumado el fracaso y, por enésima vez consecutiva, crónica de una muerte anunciada mediante, toca empezar a remar para que ese equipo vuelva a ser aquel conjunto que enamoró a medio planeta. Y esto empieza a escucharse el 16 de febrero, cuando pinta que la temporada europea y, en general, la que va ligada al éxito, se ha terminado en Can Barça.