"Papá, ¿por qué somos del Atleti?"

Estoy seguro de que muchos viajarán unos años en el tiempo al leer esta frase, otros tantos como yo solo podremos recordar las historias de quienes nos llevaron de la mano al Calderón — o incluso al nuevo Metropolitano—, que siempre empezaban de la misma forma: "Pues en los años del plomo..." ó "Ya te quisiera ver yo en segunda..."; a veces incluso en forma de bronca con un: "No te quejes, que tu no viviste los «añitos en el infierno»...".

El "Mono" Burgos en la portería, Carlos Aguilera en el centro del campo y Fernando Torres en la delantera, con don Luis Aragonés desde el banco. El Calderón lleno, con todas las voces unidas en una sola que alentaba al equipo que iba de rojo y blanco sobre el césped. Puede que fuese una de las épocas deportivas más duras de la historia del Atlético de Madrid, pero una de las más puras y bonitas en las gradas. 

"No es fácil de explicar, pero es algo muy, muy grande", contestaba aquel spot publicitario de Sra. Rushmore. Razón no les faltaba, el Atlético de Madrid es algo muy, muy grande, pero también algo muy, muy único y muy, muy especial que solo algunos pocos privilegiados podemos disfrutar.

Se podría decir que mi historia con el Atleti empezó cuando entré por primera vez al Vicente Calderón, pero siendo sinceros, no recuerdo nada. Alguna foto es todo lo que tengo de ese día. Lo que sí recuerdo es la última vez que pisé el Calderón, es de esas cosas que nunca se olvidan, como montar en bicicleta, pero más bonito. 

Tenía que despedirme para siempre de lo que un día fue mi rincón favorito de Madrid —aún hoy, cuando paso por ahí, se me cierra un poco el pecho—. Era un día raro en los alrededores, sabíamos lo que iba a pasar, pero ninguno queríamos aceptarlo. Todos intentábamos que no se notase, con la Mahou y el bocadillo de siempre, haciendo las mismas bromas, recorriendo el camino habitual, pero sabiendo que esa sería nuestra última vez en las orillas del Manzanares. Tras los tornos de la entrada había que pasar por la rutina de cada partido: almohadillas, escaleras, toquecito en el techo, buscar tu asiento y disfrutar del Atleti una vez más. Esa vez fue diferente

El voluntario de las almohadillas ya no gritaba "¡Almohadillas para el asiento!", sino "¡Llévate la almohadilla de recuerdo al final del partido!"; cada escalón que subías se hacía más pesado que el anterior, pero no querías que se acabasen jamás; ese toquecito en el techo se sintió más, mucho más, tanto que ojalá hubiese sido eterno; en el camino al asiento estaban los desconocidos de siempre, esos con los que celebraste los goles y lloraste derrotas tantas veces; y después de pasar por el mismo camino que habías recorrido en incontables ocasiones, nada era lo mismo.

Cuando sonó el pitido inicial se me olvidó por un momento lo que significaba ese partido, solo había fútbol y Atleti durante 90 minutos. Pero todo en la vida tiene un final y este llegó mucho antes de lo que nos habría gustado a todos. Del acto de despedida tengo los recuerdos borrosos, no porque no me acuerde, sino porque no me había dado tiempo a limpiarme las lágrimas cuando ya tenía los ojos encharcados otra vez. 

No quería salir de ese conjunto de cemento y ladrillos que formaban el Estadio Vicente Calderón, pero había que hacerlo. Quise alargar cada momento todo lo que pude, sabía que era mi última vez en el campo con el que descubrí lo que es el Atlético de Madrid. Y ojalá hubiera podido alargarlo más.

El Vicente Calderón en su último partido | Foto: Atlético de Madrid
 El Vicente Calderón en su último partido | Foto: Atlético de Madrid

El último beso, el último abrazo, el último "gracias", el último "lo siento", el último adiós... Nada es eterno, hay que disfrutar cada momento, pues nunca sabes cuando será el último. Y ahora, viéndolo con perspectiva, aquella tarde de mayo en el Calderón fue la última vez que vi al Atlético de Madrid.

Antes del Calderón (a.C) y Después del Calderón (d.C.)

Dijeron que era un paso hacia el futuro, pero respetando la historia del club, ¿la realidad? Una totalmente diferente. Con el Calderón se fue el Atlético de Madrid. Impusieron un logo y borraron todo rastro del escudo que nos representaba a todos, excusándose entre memorias y homenajes que ni ellos mismos se creían. 

"Se mantiene el espíritu del escudo español apuntado estilizándolo mientras se curva ligeramente la parte superior como guiño al primer emblema redondo del equipo".

"Desaparecen el negro, marrón, verde y amarillo, para dar protagonismo a los colores fundamentales del equipo, el rojo, blanco y azul".

"La vinculación del club con la ciudad de Madrid se refuerza visualmente. El escudo reproduce la escena del oso y el madroño de una forma más protagonista".

"Por supuesto, las siete estrellas son parte fundamental del escudo. Han sido reubicadas y se ha reforzado su peso en la composición".

Nadie pidió un cambio, pero lo hicieron. El cambio no gustó, pero se mantuvo. A día de hoy se exige un retroceso en la decisión, pero se ignora. La pérdida del escudo del Atlético de Madrid marcó un antes y después.

El Calderón fue otro golpe bajo, nos estaban echando de nuestro hogar sin previo aviso. Wanda Metropolitano fue el nombre con el que se bautizó la "nueva casa de la afición rojiblanca", pero la verdad es que "casa" ha sido poco.

Fue hasta ofensivo para la historia del Atlético de Madrid que el nuevo estadio se llamase así, pero otra vez se tuvo poco —o nada— en cuenta a la afición rojiblanca. El Metropolitano no ha estado ni cerca de asemejarse al Vicente Calderón, seguimos siendo unos extranjeros en el que se supone que es nuestro hogar. 

Intentaron amortiguar el golpe con un vídeo promocional que levantaba las emociones de los atléticos más veteranos, sin embargo, del antiguo Metropolitano al que tanto se alude en el vídeo, poco hay que se parezca al nuevo Metropolitano. 

Vicente Calderón siempre vivirás

"Aunque eras viejo te amaba", cantaba la afición, "Eterno Calderón siempre vivirás". No éramos verdaderamente conscientes de lo que iba a significar que nos echaran de nuestro hogar.

Una tras otra iban pasando las faltas de respeto al Atlético de Madrid y su gente desde que abandonásemos el Manzanares, mientras que los únicos que se mantenían en la primera fila eran los de siempre: la afición.

Ese sentimiento, esa pertenencia, esa pasión, eso que tanto caracterizaba al Atleti se quedó en el Calderón con el escudo. Ese "espíritu del Calderón" nunca se trasladó al nuevo Metropolitano ni al nuevo Atlético de Madrid.

Todo lo que algún día fue el Atleti, hoy no existe. Esa afición que un día batió récords de socios después de descender, hoy es solo un grupo de clientes; ese equipo que representaba a miles de personas en el campo, hoy solo es una lista de nombres que se creen estrellas...

Me gusta creer que aún así, hay unos pocos atléticos que siguen a pie del cañón, los que animan como local o como visitante; los que llevan el escudo como bandera de una injusta lucha; los que alzan la mirada cuando las cosas van mal; los que han llenado Oporto, Oviedo o Valencia...  Todos aquellos que hoy, cuando peor está el equipo, siguen llevando su camiseta con orgullo y defendiendo al Atlético de Madrid allá por dónde van, los mismos que levantaron al equipo en la Segunda División y que me hicieron descubrir lo que era ser del Atleti. Ellos son el verdadero "espíritu del Calderón", o como prefiero llamarles yo: Los últimos románticos.