Mentiría si dijera que conocía al dedillo la carrera de Gary Speed (Mancot, Gales, 8 de septiembre de 1969 - Huntington, Inglaterra, 27 de noviembre de 2011). Sabía que era un grande del fútbol británico, uno de los jugadores con más partidos en la historia de la Premier League y que nombrarle en Leeds era como referirse a un deidad en el olimpo de mitos de Ellan Road (Gordon Strachan, Gary McAllister, Gary Speed, David Battym…).

El pasado domingo, a una hora indeterminada y que me importa tres narices, decidió quitarse la vida con sólo 42 años. En una asociación macabra, su muerte me ha recordado a la del portero Robert Enke en 2009 y el intento de suicidio de un árbitro alemán la semana pasada.

"Acabo pensando que la vida del jugador de fútbol no es, como creemos, de color rosa".

La imagen del fútbol se asocia siempre a valores positivos: deporte, juventud, salud, dinero, éxito, fama, exclusividad, coches deportivos, mujeres de escándalo… Los jugadores son ídolos para los jóvenes y para los menos jóvenes también; y ¿quién no quiere ser un ídolo?. Olvidamos muy a menudo, sin embargo, que eso es sólo la fachada, lo que quiere proyectarse al exterior.

El fútbol también es una jungla con el temor al “Tú sí que vales o no vales” a cuestas cada tres días, cada jornada, cada temporada; Una montaña rusa de sensaciones extremas para los que lo viven en primera persona; Una reválida pública constante con millones de examinadores semanales, que te encumbran o te hunden por algo tan humano como errar o acertar; Un periodo relativamente corto en el tiempo vital, donde debes procurar acaparar todo lo posible para asegurarte el mejor futuro posible.

El fútbol es, pues, la vida. No es para tanto, a nosotros (mileuristas) nos ocurre eso cada día, diréis. Sin embargo, no estamos expuestos al público, ni a decenas de miles de entrenadores/jugadores/hinchas dispuestos a elevarte al cielo para enviarte al infierno una jugada después. Y esa tensión, esa presión, ese temor al fracaso, se soporta (o no) independientemente de los millones que tengas en la cuenta bancaria.

Desconozco qué empujó al suicidio a Speed. Quizás la reflexión anterior nada tenga que ver con el exseleccionador y jugador galés, pero cada vez que tengo esta sensación angustiosa, la que se produce al mezclar la vitalidad del fútbol con algo tan sombrío e inescrutable como el suicidio, acabo pensando que la vida del jugador de fútbol no es, como creemos, de color rosa. Y que como casi siempre, todo es una mentira.