Desde la creación de la FIFA en 1904, sus miembros deseaban crear un campeonato único internacional en el que el fútbol fuese el único protagonista. Sin embargo, fue el francés Jules Rimet el que más empeño puso en esa creación después de llegar a la presidencia de la asociación internacional en 1921, cuando estaba en peligro de disolverse. El 26 de mayo de 1928 se realizaba un Congreso de la FIFA en Ámsterdam con tal de votar la realización o no de un torneo mundial de fútbol independiente al Comité Olímpico Internacional después del varapalo de no encontrar al fútbol entre los deportes que iban a formar parte en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932. El resultado fue favorable, 25 miembros aceptaron la propuesta y 5 la declinaron. Ante esos resultados, la FIFA debía buscar sede para la celebración del primer Mundial de fútbol. En el congreso de la FIFA, el año siguiente de que se confirmara la creación de la Copa del Mundo de fútbol, se eligió unánimemente como sede del Mundial de 1930 a Uruguay, después de dejar atrás a cinco "enemigos" europeos: Italia, los Países Bajos, Suecia, España y Hungría. Tras esta decisión, el posible coste de cruzar el Atlántico para asistir al Mundial hizo que la mayoría de selecciones europeas rechazaran la invitación uruguaya (la participación en el Mundial era por invitación del país anfitrión, no por mérito deportivo). Un total de cuatro serían las selecciones del viejo continente que disputaran el torneo: Francia, Yugoslavia, Rumanía y Bélgica. Las demás selecciones fueron americanas -todas de Sudamérica, excepto Estados Unidos-. Disputaron ese primer Mundial un total de 13 países -19 menos que en el de 2010- repartidos en cuatro grupos -la mitad que en el Mundial de Sudáfrica- de 3 selecciones, menos el A, de 4.

El sorteo se efectuó cuando las selecciones se encontraban en Uruguay para que ninguna renunciara si el sorteo era desfavorable

Problemas con la construcción del Centenario

Se decidió construir un estadio nuevo con tal de que se disputaran la totalidad de los partidos del Mundial, el Centenario, llamado así para conmemorar el 100º aniversario de la independencia uruguaya.
Sin embargo, no fue así; solo pudo albergar 10 de los 18 partidos del torneo, teniendo que disputar el resto en los estadios menores de Uruguay: el Pocitos y el Gran Parque Central, estadios de Nacional y Peñarol respectivamente y que sumaban una capacidad total de unos 30.000 espectadores. Lo curioso no es que no pudieran cumplir con el deseo de celebrar todos los encuentros en el Centenerio, sino que debido a las constantes lluvias en Montevideo hicieron retrasar su construcción y la inauguración hubo de celebrarse después de que comenzara el Mundial, 5 días después del primer encuentro, disputado por Francia y México. En la inauguración del Centenario, Uruguay venció a Perú en un partido que la prensa local tituló al día siguiente como "Una presentación pobre". El goleador de ese encuentro fue Héctor Castro, El divino manco, que entró a la historia de su país siendo el primer uruguayo en marcar en un Mundial.

Héctor Castro, el divino manco

El divino manco. Héctor Castro nació en el año 1904 en la capital uruguaya de Montevideo (ciudad que más tarde viese nacer a Álvaro Recoba, Walter Pandiani, Marcelo Zalayeta o Diego Forlán). Tuvo que trabajar desde muy pequeño con su padre (de origen gallego). Trabajando fue donde, manipulando una sierra eléctrica pese a su corta edad, tuvo un accidente que le hizo que le cortara su mano derecha, llegando a la extrema situación de tener que quitarla de raíz, quedando un muñón en su lugar. Un muñón que no le impidió conseguir su sueño, sino que le ayudó a forjar una gran fuerza de voluntad y capacidad de superación.
En 1921, cuatro años después de su accidente laboral, se convirtió en el primer futbolista manco tras fichar por el desaparecido Athletic Club Lito de Montevideo pese a su incapacidad física, la cual sus primeros entrenadores le pidieron que explotara ayudándole a que fuera un arma más de Castro, como demostró en la final del Mundial. Su gran trabajo en el Lito le llevó a fichar por el decano del fútbol uruguayo, Nacional, en 1924. Allí se ganó a la afición, que le dio el sobrenombre de divino manco. Jugaba por el flanco derecho, llegando con gran facilidad al área rival, donde su mejor virtud era el golpeo de cabeza, convirtiendo su incapacidad en una gran estrategia: se ayudaba de su muñón para coger ventaja sobre su rival en cualquier balón aéreo.
Con 13 años, trabajando con su padre, una motosierra le cortó la mano
Sus buenas actuaciones con Nacional le hicieron dar el salto a la selección absoluta uruguaya, consagrándose como titular en 1926, con tan solo 22 años. Con los charrúas consiguió ganar un Campeonato Sudamericano (ahora Copa América) en Chile, anotando un gol en cuartos de final contra Alemania, y el oro en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928 frente a Argentina -mismo rival que derrotaría en el Mundial de 1930- siendo el segundo máximo goleador con 7 tantos. Los uruguayos llegaban a "su" Mundial con unos precedentes inmejorables, solo les quedaba disfrutar del torneo en el que se harían con el primer Mundial de fútbol de la historia.
Después de los problemas en la construcción del Centenario y de disputarse ya ocho partidos del Mundial, debutó Uruguay estrenando el nuevo estadio con gol de Héctor Castro. A semifinales llegarían Argentina, Uruguay, Yugoslavia y la revelación del torneo, Estados Unidos, que tenía el equipo plagado de veteranos escoceses. Eliminada quedó Brasil, que fue la gran decepción del torneo. El sorteo dictó que Uruguay se enfrentara a Yugoslavia, a la que venció por el tremendo resultado de 6-1, el mismo que consiguió Argentina ante Estados Unidos. Ni europeos ni norteamericanos quedaron terceros en el Mundial, fue el único en el que no se disputara partido por el tercer y cuarto puesto.
Aunque Héctor fuera suplente en el partido contra Yugoslavia, no le privaron de la titularidad en la final -que rememoraba a Ámsterdam 1928-, de ser partícipe de cumplir del sueño uruguayo, de conseguir en dos años el oro en los Juegos Olímpicos y el Trofeo Jules Rimet que les nombraba como campeones de la primera Copa del Mundo de la historia. En el descanso del partido Argentina vencía por 2-1 a los anfitriones y en la segunda parte Uruguay consiguió darle la vuelta al marcador con tres tantos. Adivinen quién marcó el último... Así es, el divino manco consiguió marcar en el minuto 89, en los minutos de nervios, cuando Argentina más acechaba el área uruguaya buscando de todas las formas posibles el empate, con su jugada, su mejor estrategia, la estrategia ensayada por sus primeros entrenadores. Tras un centro medido de Pablo Dorado (autor del primer gol), el divino manco consiguió adelantar al guardameta argentino Juan Botasso anotando el tanto que certificaría la victoria de su selección, de la selección de Uruguay frente a la de Argentina. Así pasó a los anales de la historia del fútbol uruguayo Héctor Castro, que marcó el primero y el último gol de Uruguay en el que sería el primer Mundial de fútbol de la historia.
Formó parte del 11 ideal del Mundial junto a 5 compañeros de selección más
El 10 de junio del año pasado, un día antes de que diera comienzo el Mundial de Sudáfrica, El País entrevistaba a Francisco Varallo, el único superviviente de aquel Mundial de Uruguay. Hablaba de la final diciendo que "fue la mayor frustración de mi carrera, todavía no me he recuperado", sin embargo, afirmaba que Uruguay les ganó "bien, aunque influyó que nos lesionamos tres y entonces no había cambios". Pese a que ya pasaban 80 años de la final, Varallo recordaba a Héctor Castro, "el último nos lo marcó Castro, un 9 al que le faltaba un brazo. Lo había perdido de joven, cosa de una motosierra...". El 9 que había perdido la mano que recordaba Francisco Varallo (falleció dos meses después de la entrevista con 100 años de edad), con sus dos goles en el Mundial, se hizo hueco en el 11 ideal del campeonato junto a otros cinco compañeros de selección pese a que Varallo creyera que "fuimos (Argentina) los mejores del Mundial".
Un lustro más tarde de la primera edición del Mundial, el divino manco conseguiría hacerse con el Campeonato Sudamericano de 1935 con la selección uruguaya de fútbol superando por dos puntos a Argentina. Castro dio la victoria a Uruguay en el primer partido del torneo anotando el único gol contra Perú y abrió el marcador en el último y decisivo partido ante su frecuente enemigo, Argentina.

Gran palmarés, también como técnico

Consagrado ya como una leyenda del balompié en Uruguay y en su club, Nacional, y después de jugar la temporada de 1932-33 en Estudiantes de la Plata; en 1936 dio fin a su carrera como futbolista sumando en su palmarés un total de 145 goles en 231 partidos, tres campeonatos ligueros de la Primera División de Uruguay en 1924, 1933 y 1934 con los tricolores; y 30 tantos en 54 encuentros, los Campeonatos Sudamericanos de 1926 y 1935, el oro en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928-29 y la primera Copa del Mundo con su selección. Sin embargo, no dejó el fútbol del todo, fue el técnico de su equipo, Nacional, y allí llevó al conjunto a conseguir las ligas uruguayas en 1940, 1941, 1942, 1943 y 1952. Además, en 1959, apoyado por la prensa y por los aficionados al fútbol de su país, se convirtió en el seleccionador de Uruguay. Presentó la renuncia al cargo pocos meses después de aceptarla en medio de un mar de misterio. Dos semanas después se hizo el silencio en Uruguay, el pueblo se vestía de luto.

El 15 de septiembre de 1960 fallecía Héctor Castro a la edad de 55 años debido a un ataque cardíaco, alzándose del todo como una leyenda del fútbol uruguayo y mundial. Clave en la época dorada del balompie en Uruguay, tanto en Nacional como en la selección absoluta. Un ejemplo de superación y de fuerza de voluntad. Divino manco.
Instante del gol de Héctor Castro en la final del Mundial de 1930