En la vieja historia de la verde pradera, sembrada con semillas de la verdeamarelha que en Brasil es la semilla del pueblo, brotan figuras legendarias directamente entroncadas con el fútbol y sus duendes.

Dicen que en el arte del balón y muy especialmente de la ginga brasileira los duendes se divierten a costa de los profetas, aquellos iluminados que vaticinan sin la menor vacilación que jamás volverán a ver a un portero, un medio, un delantero o un defensor mejor. Pero la historia y esos duendes que pululan de generación en generación, suelen poner a prueba a todos los iluminados y profetas. Eso al menos es lo que debieron pensar aquellos que tuvieron el privilegio de contemplar a la selección brasileña que conquistó el campeonato del Mundo de México de 1970. Brasil lo hizo haciendo un fútbol de fantasía, haciendo amigos, hermanos y admiradores por todos los continentes.

Foto: ThingLink
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Aquella selección tiene para un libro en cada posición y en la línea defensiva un tratado de transición defensiva y ofensiva en la figura de Carlos Albero Torres. Precisamente con el grandioso capitán eterno se cumple a la perfección la teoría del duende, pues basta con su forma de concebir e interpretar el fútbol, tanto defensivo como ofensivo, para comprobarlo. En su caso era ciertamente complejo porque en un fútbol y un país como el brasileño, con precedentes históricos tan geniales como Djalma Santos o Nilton Santos, era prácticamente una quimera el hecho de pensar que podría surgir un tipo con similar liderazgo y concepción del juego al de los dos defensores citados. Y Carlos Alberto lo consiguió, de hecho forma parte del eslabón de la interminable cadena de defensores cortados por un patrón ciertamente especial, una estirpe real absolutamente identificable con Brasil.

Habilidoso, ídolo y líder nato, el brazalete de capitán siempre le sentó bien, lo tenía tatuado en su piel aceitunada. Afilado, magro de constitución, pura fibra; de personalidad muy llamativa, ni uno solo de aquellos que compartieron vestuario con él se libraron de sus arengas y consejos, por muy legendarios que estos fueran. Ni Pelé se libró, de hecho hay que ser un tipo ciertamente especial como para tener semejante ascendencia y capacidad de influencia con el grupo de genios que Brasil logró reunir en el Mundial de 1970. Y Carlos Alberto fue líder de aquella inolvidable selección…

Un gol para los tratados de pintura

Foto: Tiempo
Foto: Tiempo

Cuentan que el fútbol es una suma de momentos, imágenes y goles; y en el caso de Carlos Alberto la imagen del Tricampeonato de Brasil, fue la suya besando y alzando al cielo mexicano la Copa Jules Rimet. Además el mundo del fútbol jamás podrá olvidar la firma de aquel cuarto tanto en la final ante Italia, un gol para los tratados de pintura. El majestuoso zapatazo del lateral, tras pase ‘picassiano’ de Pelé, que viendo el espacio vacío imaginó la presencia de una locomotora, que no tardó en llegar para poner el broche de oro a una de las finales más bellas de la historia.

Soberano del ala derecha

Nacido un 17 de julio de 1944, en el barrio carioca Vila da Penha del Río, ya sea como lateral derecho, posición en la que comenzó en las categorías inferiores de Fluminense, ya sea como defensor central, siempre destiló una clase magistral y una enorme elegancia con el balón en los pies. Durante su carrera, que se prolongó a lo largo de diecinueve años en las filas de Fluminense, Santos, Botafogo, Flamengo y Cosmos de Nueva York, el capitán dejó la enorme huella de un defensor que jugaba al fútbol con zapatos de claqué, y defendía con la solvencia y contundencia del que conoce a la perfección los tempos del fútbol y el dominio del espacio. De hecho Franz Beckenbauer nunca ocultó que encontró en la figura del defensor carioca, con el que compartió equipo en el Cosmos, a uno de sus grandes referentes en el modo de concebir el juego. En Fluminense aun resplandece la eclosión de su estrella, y en el Santos no se discute su poder soberano en el ala derecha del “Ballet Blanco”. Existen pocos futbolistas en Brasil capaces de ganarse el corazón de cariocas y paulistas, y Carlos Alberto es querido, respetado e idolatrado tanto en Fluminense, Botafogo y Flamengo, de su natal Río de Janeiro, como en el paulista Santos, club que decretó tres días de luto por aquel que disputó 445 partidos y marcó 40 goles con el conjunto de Vila Belmiro.

Foto: Empire of Soccer
Foto: Empire of Soccer

En el caso de un futbolista de su tremendo calado los títulos quedan en anécdota, fueron numerosos, sumaron más de una docena, especialmente prolíficos en el Santos junto a Pelé, pero su legado es el fútbol, su forma de interpretarlo, lo que verdaderamente trascendió. Incursionó también en la carrera técnica, dirigiendo desde 1983 hasta 2005 en Corinthians, Flamengo, Fluminense, Botafogo, Paysandú y Atlético Mineiro. Conquistó como entrenador el campeonato brasileño de 1983 con el Flamengo, el Carioca de 1984 con el Fluminense y la Copa Conmebol en 1993 dirigiendo técnicamente al Botafogo.

El hombre que murió capitán

Foto: Bruno Domingos-Reuters
Foto: Bruno Domingos-Reuters

Un 25 de octubre de 2016 un infarto fulminante puso el punto a final a su vida a la edad de 72 años, dejando a Brasil sin su capitán eterno y al fútbol sin uno de los mejores laterales diestros de todos los tiempos. Por su fuerte personalidad siempre fue muy respetado, su marcha deja al fútbol carente de sus contundentes sentencias, que expresó durante sus últimos años de vida como comentarista de televisión en la cadena SporTv. La FIFA al conocer la noticia se despidió del legendario jugador brasileño refiriéndose a su figura como “el hombre que nació capitán”, pero en el caso de Carlos Alberto es mucha más correcta la siguiente sentencia: Carlos Alberto “el hombre que murió capitán”.