Es un espejo el balón dorado, es un lago de oro en el que cada día se mira Narciso, se siente fascinado con su reflejo, deslumbrado por su brillo. Quiere ser de Saeta Rubia su mirada afilada, y en el fondo de sus ojos el lago anhela atrapar su propia grandeza reflejada. Al borde del lago del fútbol Narciso siente la llamada del ego que le hace caer; se ahoga en el río, y llora el agua por el tipo ensimismado que no concibe otro yo, que el yo como destino.

En el fútbol actual en cada brizna de césped brota una flor de narciso, es un campo nutrido de niños ahogados que solo aspiran jugar consigo mismos. Porque en el fondo el lago que hoy es el fútbol llora tanto por Narciso porque constituye el espejo del inmenso ego en el que se reflejan sus propias aguas. El individuo es el Rey, maneja su existencia a la carta en la era del vacío, el principio de autoseducción ha sustituido al principio de convicción. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de niños, el símbolo del fútbol de nuestro tiempo y el Balón de oro la flor de su moraleja, porque representa el eco del éxito, la escultura perfecta del individualismo puro. El balón es una esfera privada al acecho de su ser, de su inmenso brillo, el jugador de élite se desglosa en ego, adulación, imagen y fríos números. Se convierte en referente porque su imagen es el reflejo de una sociedad sin fondo, pues hoy la meta es vivir para nosotros mismos.

Cristiano súmmum del narcisismo

Foto: rpp.com
Foto: rpp.com

En el súmmum de la citada filosofía se encuentra Cristiano, prototipo y becerro de oro de un pueblo ávido de ‘dioses’, pero en el fondo el gran futbolista portugués no es más que la respuesta defensiva de un niño que puso en práctica estrategias narcisistas de «supervivencia». Su obsesiva preocupación por el físico persigue quizás el elixir de una juventud infinita que constituye el escudo de un Yo occidental entregado al placer egoísta. Un elemento mass-mediatizado que entra en el círculo vicioso de una supuesta perfección que impide cualquier emoción duradera. Una estructura esférica constitutiva de la personalidad posmoderna del futbolista, personalización del negocio puro. La hiperbolizada imagen traducida en obsesión, la hiperinversión en el Yo que concurre a la promoción de un individualismo puro que rezuma el «materialismo» exacerbado de la sociedad. El cruce de una lógica social individualista hedonista impulsada por el universo de un deporte-espectáculo que se convirtió en mercado, que vive de la imagen y se olvidó de las emociones. El verde sucumbe a los encantos de la ‘self-examination’ constante, fruto del círculo vicioso del rodar de un balón en franca inflación económica, que responde con la inflación del psi y el formidable empuje narcisista que engendra.

Narciso ahogado en su propio grito

Teniendo en cuenta que gracias a su ejército de aduladores Ronaldo constituye la fiel representación del mito de Narciso, conviene recordar que en la actualidad un elevado porcentaje de futbolistas se encuentran al borde del lago ensimismados como Narciso; el lago es el fútbol y la moraleja del cuento somos nosotros mismos. Cristiano es el molde elevado a la máxima potencia, al canalizar las pasiones sobre el Yo, promovido así al rango de ombligo del mundo. Narciso obsesionado por él mismo no sueña, solo tiene entre ceja y ceja su propio objetivo, su Yo consciente es la corporeidad del inconsciente, un agente provocador cuyo efecto principal es un proceso de personalización sin fin que se traduce en ese exacerbado ¡SÍÍÍ! su propio grito.

Ego, luego existo

El aficionado se deja seducir y el cuarto poder de los mass media convierten al futbolista en ídolo de barro, contribuyendo a glorificar el reino de la expansión del 'Ego, luego existo', el ego puro. Entonces el Yo se convierte en un espejo vacío que no resiste comparación, estallando en pedazos ante la megalomanía humana. El juego se apaga, la profesionalización del perfeccionismo desvirtuó su verdadero sentido como vehículo de diversión, apagándose bajo los spots seductores de la personalización del mundo del fútbol. El narcisismo debilita la energía lúdica, el éxito en el fútbol, convertirse en un jugador ‘top’, no constituye otra cosa que el camino de búsqueda de la fama y la riqueza, pues no tiene más objeto que excitar la admiración o la envidia. Desafortunadamente en el futbol abunda la concepción de una idea muy común en el sistema, el de una sociedad absolutamente narcisista en la que se persigue ser más envidiado que respetado; en la que reina la competición de todos contra todos aunque porten la misma camiseta. La vanidad corpórea de CR7 es reflejo de la vanidad social del primer mundo. A la guerra de cada uno contra todos se le suma una guerra interior llevada y amplificada por el desarrollo de un Superyó duro y punitivo, consiguiendo la celebridad o acercándose a lo que la sociedad actual considera base del éxito tanto en la vida como en la profesión.

Licuado: VAVEL
Licuado: VAVEL

Sería absurdo cuestionar el éxito de Cristiano en su profesión, es más es indudable que lo conseguido por el jugador portugués ostenta componentes de mucho talento, esfuerzo y constancia, pero en términos de perdurabilidad es una absoluta barbaridad equiparar su impacto histórico con el que en su día llevó a cabo Alfredo Di Stefano, por la sencilla razón de que Cristiano no cambió nada y la Saeta, el jugador total que fue, cambió por completo la historia del Real Madrid, por lo que toda sentencia que vaya encaminada en esa dirección se fundamenta en el más puro mercantilismo, muy lejano de los verdaderos razonamientos futbolísticos, una conducta muy común en el fútbol actual.

Foto; www.jotdown.es
Foto; www.jotdown.es

El Balón de oro de hoy día es la flor de Narciso, Messi tiene cinco y Cristiano cuatro, pero ambos podían tener veinte o treinta que nada iba a cambiar, mucho más teniendo en cuenta que Francescoli, Laudrup, Zico, Maldini, Sócrates, Romario, Pirlo, Xavi, Buffon, Raúl, Iker o Iniesta, no llegaron a poseerlo, y jamás lo necesitaron para perdurar en la memoria de los aficionados. El citado galardón es puro marketing, el reflejo de un Superyó que se presenta actualmente bajo la forma de imperativos de celebridad, de éxito que, de no realizarse, desencadenan críticas implacables. De este modo se explica la fascinación ejercida por los individuos célebres, stars e ídolos, estimuladas por los mass media que intensifican los sueños narcisistas de celebridad y de gloria, animando al hombre cotidiano a identificarse con las estrellas, a odiar la dificultad de la banalidad de la existencia. Las imágenes de felicidad asociadas a las de celebridad, confunden seriamente al ser humano, en este caso a los aficionados al fútbol, engendrando dudas y desmesuradas angustias en ciertos modelos de jugadores que activan el desarrollo de ambiciones desmesuradas.

Descubrir el ego con una sola palabra

Sin duda una sola palabra de adulación o de crítica constituye la mejor manera de conocer y descubrir el ego, y tanto el fútbol actual como el periodismo giran constantemente sobre la citada rueda. Por ello Cristiano se deja regalar los oídos por sus aduladores y encoleriza con todos aquellos que le recuerdan que siendo un grandísimo jugador, nunca llegará ser como Messi, posiblemente otro producto de este mundo esférico mercantil, pues Leo es una flor del potrero de Rosarino trasplantada al invernadero de La Masía en Barcelona, pero en el que quizás aún se adivinan conceptos de un fútbol en vías de extinción, aquel del que surgió Don Alfredo Di Stéfano al que el mito de Narciso jamás le hizo caer jamás al fondo del lago por la sencilla razón de que sus pies de jugador total nunca dejaron de perder el contacto con el pasto.