Hubo un tiempo (más distante en el calendario que en el recuerdo de los culés) en el que un equipo llamado FC Barcelona brillaba por cada campo que pisaba haciendo gala de un innovador estilo de juego que, a pesar de contar con detractores, encadilaba y arrollaba a partes iguales a todo aquel que osaba hacerle frente. Aquel Barça se veía envuelto en un aura de brillantez que se acentuaba por la sinergia que el que fue considerado reinventor del fútbol había logrado establecer entre los dos entes del club: equipo y directiva admiraban su obra embelesados. Ni el aficionado más pesimista tenía motivos para preocuparse. El mejor fútbol del mundo estaba comandado por el mayor extraterrestre jamás visto en un terreno de juego y a éste lo rodeaban soldados de nivel incomparable. Pero más allá de eso, la cofradía barcelonista sentía un orgullo único que en algunas culturas como esta se encuentra casi a la par del éxito: todo lo conseguido tenía un sello personal. Un sello creado por ellos mismos tras años de esfuerzo, originado en sus propias entrañas y en el que depositaron todas sus esperanzas, tal y como el mentor Johan les dijo.

Con esa rúbrica tan particular dio comienzo la era más gloriosa de la historia del club. Catorce títulos en cuatro años es la traducción resultadista del mayor dominio que un equipo ha ejercido en lo que va de siglo XXI, pero en la versión original hay algo más que trofeos: la columna vertebral del fútbol más bonito del momento era suya. Los creadores de los sueños que en ese momento estaban viviendo todos los culés habían sido criados por los propios culés. Llevaban su firma como bandera y la ondeaban con orgullo por el viejo continente. Ese era el verdadero motivo de la honra barcelonista, de su soberbia. Estaban reinando con su materia prima. 

Cinco años después del Imperio, el recuerdo de un pasado glorioso pesa como una losa en las conciencias de todos los socios del Barça, que contemplan ruborizados el solar en el que los de arriba han convertido lo que un día fue una verdadera fábrica de talentos para el primer equipo. Ahora crecen los enanos, pero no sirven. De los seis canteranos que debutaron en Liga en los tres años de Luis Enrique, solo dos están en el primer equipo: el tercer portero Masip y Munir, que espera irse cedido de nuevo. También Samper, aunque tras la llegada de Paulinho le han comunicado que se queda sin ficha ni dorsal. Ya no salen nuevos Xavis, Puyoles, Sergios Busquets o Iniestas. O sí, pero no de ahí. Salen Vallejos, Theos, Danis Ceballos, Marcos Llorentes o Asensios. Salen, y no son del Barça. Ahora todos van al mismo sitio. 

Ahora hay un nuevo rey en el reino. Los que antes presumían de producto y proyecto se olvidaron de que tras llegar hay que mantenerse. Y renovarse. Mientras tanto, quien no tuvo más remedio que hincar rodilla en el pasado aprendió de sus propios errores y dedicó el tiempo a trabajar en silencio para conseguir volver a sentarse en el trono del fútbol. Un trono que siempre sintió suyo.