Entre el estupor, el nerviosismo y la incredulidad me someto a otro nuevo y voluntario pellizco para corroborar, por enésima vez, que, efectivamente, no se trata de un sueño. El REM quedó atrás hace unas horas y puedo percibir sin mayores dificultades la luz natural, acompañada en perfecta armonía del agua de la lluvia que acaricia los tejados. Del mismo modo, puedo escuchar el contacto de las gotas al impactar contra las superficies urbanas en ese murmullo relajante y al mismo tiempo mágico.

Casi tan mágico como la realidad que acontecerá cuando transcurran los pocos días que nos separan temporalmente del próximo sábado 24 de mayo de 2014. Después de recolectar el suficiente número de pruebas irrefutables, algunas de las cuales han quedado previamente expuestas, resulta inequívocamente cierto y verídico que el Atlético de Madrid va a jugar la final de la Liga de Campeones, de la Champions o, como siguen diciendo los folclóricos, de la Copa de Europa.

La madre de todas las competiciones a nivel de clubes del firmamento futbolístico y, tal vez, del deportivo en general, espera en su ronda final y definitiva, aquella que decide quién levanta la copa de las orejas grandes, al entrañable, querido y quijotesco Atlético de Madrid. Un equipo que ve molinos de viento donde otros creen observar gigantes y que asalta impenetrables fortalezas como si solo fueran ventas. Un grupo humilde, sencillo y trabajador que, a lomos de su corcel, persigue la utopía más inimaginable que caballero alguno haya concebido jamás. Con el valor por bandera, con la fe como arma, con la voluntad como motor, con diez cañones por banda, viento en popa y a toda vela. Así se dirige a Lisboa, sede de la gran batalla final, ‘el Pupas’, ahora convertido en un equipo temido del uno al otro confín.

Una lucha contra los más grandes

Al ‘Cholo’ y a su ejército no les importa que nos encontremos en un período de la historia del fútbol tiranizado por el márketing, los presupuestos estratosféricos y el circo de las estrellas cada vez menos repartidas en el contexto de un status quo diseñado por y para la oligarquía y casi inamovible. Lo del casi se eleva a la máxima potencia después de que la fe rojiblanca haya movido las más pesadas montañas para elevar al Atlético al rango de campeón de Liga en la que ha sido la hazaña más grande jamás contada en la historia del fútbol. Incluso más que la Eurocopa de Grecia.

En el camino a la capital lusa cayó el Zenit, buen exponente del creciente poder ruso en el fútbol; el Oporto, que otrora arrancaba las lágrimas del aficionado colchonero durante dos años consecutivos en esta misma competición; el Milán, cinco veces campeón de Europa y uno de los más laureados clubes del planeta; el Barcelona, que reventó el mercado fichando a Neymar y en cuya plantilla militan Messi, Iniesta, Xavi, Busquets o Piqué entre otros muchos futbolistas ‘top’ que han ganado absolutamente todo en el último lustro; y el Chelsea de Abramovic, ese equipo al que le basta abrir un grifo para que salgan billetes.

Y después de un viaje tan largo y, como si de un circo se tratase, llega el más difícil todavía para los guerreros del Manzanares. El rival en Lisboa, el único que puede evitar que se produzca la madre de todas las epopeyas, superando, incluso, la Liga recientemente conseguida, es el Real Madrid. Nada menos que el gigante vecino con el que compartimos sede en la capital de España. Un equipo que observa esta competición como una simple obligación para su recolección de estrellas reunidas a golpe de talonario. Ese equipo que cuenta con una enorme cantidad de aficionados en España, en Europa y en el mundo y que alberga en su palmarés hasta nueve entorchados de la máxima competición europea.

Una docena de años han transcurrido desde que el más laureado del fútbol mundial se proclamó por última vez campeón de Europa con un gol de Zidane en Glasgow de esos que nadie puede borrar de su memoria.

La larga travesía por el desierto

Corría el año de 2002, las fechas centrales de la época más triste y oscura para los aficionados atléticos. No era fácil en aquel momento ser del Atleti y portar la rojiblanca significaba asumir una conversión en objeto de burla, siempre desde la simpatía, por los compañeros de clase. Eran los colores de una causa perdida, de una locura compartida por pocos y entendida por nadie. Era el escudo de un equipo de Segunda División cuyas glorias pretéritas se encontraban irremediablemente condenadas a las llamas del olvido. Mientras, los colegas de clase de aquellos jóvenes atléticos, o los compañeros de trabajo de quienes aún recordaban unos éxitos más míticos que reales, celebraban en apenas cinco años tres Copas de Europa. Tres.

Los feligreses del Manzanares, que nunca dejaron de creer en la irracionalidad que padecían, se preguntaban por qué el fútbol era tan generoso con unos y tan cruel con otros. Durante la persecución del regreso a las competiciones europeas, convertida en un tradicional fracaso anual durante la larga travesía por el desierto de un equipo y una afición empeñados en emular a Moisés, seguía creciendo la desesperanza. Mientras, también los compañeros del Barcelona presumían de cuantiosos éxitos y reducían el viejo fútbol a una confrontación con el Real Madrid.

El gol de Schwarzenbeck inició esa leyenda de ‘Pupas’ que ha impregnado de un derrotismo injusto e irreal el corazón de una institución que siempre fue amiga del éxito. Luis se empeñó en convencernos de que todo aquello no era más que una fabulación.

Sin embargo, el ‘robo’ ante el Zaragoza (80-81), la desoladora batalla contra el Dinamo de Kiev (85-86), las desventuras en Creta y Timisoara, el desafortunado arbitraje de Parma, los fichajes frustrados de la segunda mitad de los ’90 en adelante, el penalti de Esnaider, el gol de Jugovic, la intervención judicial, el descenso a Segunda, la pillería de Tamudo y la desgracia de Toni, el ascenso frustrado de Getafe, el ‘centenariazo’ de Iván Rosado, el doblete de Delio Toledo, los penaltis de la Intertoto, el gafe del último minuto de la ‘era Bianchi’, la exhibición de Baiano, la maldición de los derbis o el naufragio ante el Bolton, con el escupitajo ‘al piso’ de Agüero parecían querer llevar la contraria al ‘Sabio’ de Hortaleza.

Seis títulos en cinco años

La colección de desgracias vividas por la sufrida afición atlética, con la salvedad del Doblete, durante los ’90 y los 2000 es digna de un ‘thriller’. Y mientras, entre la impotencia y la rabia, los rivales se mojaban en una lluvia de alegrías. Pero la fe mueve montañas y Javier Aguirre inició el resurgir del tercer equipo de España. Abel aportó su grano de arena y Quique terminó por devolverlo al lugar que le corresponde en el Olimpo del fútbol el 12 de mayo de 2010. Convertido en un improvisado Moisés colchonero, el entrenador madrileño condujo a un grupo de románticos a la Gloria. Y las aguas del Mar Rojo, trasladado a Hamburgo, se abrieron para dar paso a los dichosos que creyeron sin haber visto. Por si alguien no terminó de asumirlo, meses después, en Mónaco, ese Atlético desdichado confirmó su conversión en un equipo campeón al acabar con el todopoderoso Inter (0-2) y proclamarse Supercampeón de Europa.

¿Cuándo volveremos? Se preguntaban los atléticos, convencidos del espejismo de lo vivido. Acudir el lunes a clase como el triunfador que nunca fuiste se hacía complicado, al mismo tiempo que gratificante. Pero Simeone mejoró a Quique y repitió el éxito en la Europa League el 9 de mayo de 2012 en Bucarest, pasando por encima del Athletic de Bielsa (3-0) y regaló poco después a los suyos el mejor partido de la historia del club. De nuevo en Mónaco, pero aquella vez ante el Chelsea (1-4).

Ahora sí que los logros dejaban de ser una casualidad. La irracionalidad dio paso a un gran equipo, con grandes jugadores y con las ideas muy claras, que explicó lo que nadie en dos décadas fue capaz de explicar: ¿por qué somos del Atleti?

La pesadilla con el vecino terminó de la mejor manera posible, con una victoria en la final de Copa del 17 de mayo de 2013. Y, por si fuera poco, un año después ese mismo equipo otrora bufonesco se proclamó en el Camp Nou campeón de Liga. Un auténtico milagro, una hazaña que tardaremos muchos años en valorar en su verdadera dimensión. El mismo lugar donde, cinco años atrás, miles de atléticos daban una exhibición de fidelidad tras perder la final de Copa ante el Sevilla (2-0). El fútbol pone a cada uno en su sitio y, a largo plazo y aunque no lo parezca, termina siendo justo.

Seis títulos en cinco años han elevado al cielo a los seguidores de este estilo de vida llamado Atlético de Madrid, caracterizado por la persecución de los imposibles y los desafíos a la lógica. El ascenso de las rayas rojiblancas ha alcanzado unas cotas muy altas, hasta el punto de que podemos hablar de la campaña 2013-2014 como la mejor de la historia del club pase lo que pase el sábado. Seis títulos en cinco años que compensan buena parte de las calamidades sufridas durante tantos y tantos años.

Pero, a pesar de todo, la imagen de Miguel Reina estirándose inútilmente para intentar atajar el lanzamiento de Schwarzenbeck sigue escociendo como una herida recién producida y la convicción de que el deporte rey ha sido más generoso con unos que con otros sigue muy viva entre los correligionarios atléticos. El fútbol ha saldado una gran parte de la deuda que mantenía desde hace muchos años con esta afición romántica y luchadora. Sin embargo, aún falta un último plazo por pagar. El más importante. El más utópico. El sueño más grande que puede alcanzar un colchonero: ganar una Liga de Campeones al Real Madrid. Este equipo la merece. Este equipo la necesita para enterrar al ‘Pupas’ en lo más profundo de Lisboa per saecula saeculorum.