Como diría Sabina, "para entender lo que pasa hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa". Quien esto escribe bien sabe lo que es vivir unas semifinales de Champions ante el Bayern de Munich. Morir de frío en gélidos partidos de invierno cuando el Atleti deambulaba por la Liga, celebrar un cuarto puesto haciendo la ola en la última jornada y llorar en Lisboa o Milán, donde el destino parece maldito. Pero uno siempre guarda en la memoria partidos especiales. Y estos no tienen por qué ser ante los rivales más temibles del viejo continente.

En este caso, siempre me quedará marcado el Atlético de Madrid -Málaga del año 2014. Una Liga en juego no era poca cosa. Pongámonos en contexto: el equipo de Simeone estaba haciendo una temporada colosal. En Liga, sólo había perdido cuatro partidos y se situaba en lo alto de la tabla. Venía de asaltar dos estadios míticos como San Mamés (1-2 en la jornada 31) y Mestalla (0-1 en la jornada 35 y aquel testarazo de Raúl García...). Además, se había clasificado para la segunda final de la Champions League de su historia tras un partido inmaculado en Londres ante el Chelsea. Eso sí, el Levante (quién si no) se había encargado de entorpecer la fiesta al ganar en la jornada 36 por 2-0 ante más de 5.000 atléticos desplazados al Ciutat de Valencia.

En definitiva: el Atleti seguía líder, veía de cerca a Barcelona y Real Madrid a las espaldas y tenía la oportunidad de ser campeón matemáticamente en su estadio, el Vicente Calderón, si ganaba al Málaga y el conjunto blaugrana tropezaba. Así que el partido a orillas del Manzanares se planteó como una fiesta. La afición recibió en volandas al equipo, el Frente adornó su fondo con sus mejores galas, el tiempo acompañó a que 55.000 personas lucieran sus camisetas rojiblancas y las entradas, con unos precios más elevados a lo que acostumbran, habían volado semanas antes. Era el día. Tenía que ser el día.

O eso creíamos los que allí estábamos. Acompañado por mi hermana, conseguimos casi de milagro dos entradas para el sector 330, en la Tribuna de Fondo Sur. Tocaba ver el partido de pie y animando sin parar. Pero las circunstancias no acompañaron. El equipo, que andaba fundido físicamente en el tramo final de temporada, salió a por todas a sabiendas de que podía ser un día histórico. Pero tras irse con 0-0 al descanso, Samuel se aprovechó de un error defensivo del Atlético para hacer el 0-1 en el marcador en la segunda mitad.

Era el minuto 65 y la gran mayoría de los espectadores nos quedamos mudos, sin reacción. Veíamos cómo el trabajo de toda una temporada se estaba quedando en papel mojado, en nuestra propia casa y ante un rival que no se jugaba nada. El Atleti, que jugaba sin un Diego Costa lesionado, tiró de corazón y pundonor y la afición, poco a poco, empezó a venirse arriba. Mientras tanto, el Real Madrid caía en Balaídos y se quedaba sin opciones de Liga y el Barcelona no era capaz de pasar del empate ante el Elche. Las matemáticas eran fácil: si el Atleti ganaba, sería campeón ese mismo día.

Un cabezazo de Alderweireld en el 74' nos hizo saltar a todos como un resorte. El Calderón se caía, la grada rugía como nunca, Simeone alentaba a los que aún no se lo creían y el equipo sabía que un gol más le alzaba a la gloria. Por el contrario, el empate condenaría al Atleti a jugarse la Liga nada menos que ante el Barcelona y en el Camp Nou. Los saques de esquina se sucedieron y el conjunto rojiblanco siguió apretando hasta el final, con un Villa negado de cara a puerta ante un Caballero que se hacía cada vez más grande.

Y así llegó un final donde quedaron dos momentos para el recuerdo. Primero, una falta en la frontal botada por Sosa que se marchó cerca de la escuadra. Los corazones seguían al borde del infarto, y Adrián se encargó de exigir un último esfuerzo a los mismos. Era el 93' y el asturiano recibía en la esquina del área. Recortó hacia dentro y sacó un derechazo que buscaba la escuadra. A cámara lenta, el balón voló, la grada contempló, Caballero se estiró y el meta sacó la última mano del partido. Es difícil olvidar aquella jugada, la estirada del guardameta y cómo a varios seguidores empezaron a brillarles los ojos. Se había ido.

El Camp Nou decidiría al campeón de Liga. Pero de aquella tarde es difícil olvidar las caras de los que allí estábamos. Sí, hubo lágrimas. Muchas. Las caras más largas que se pueden imaginar en Pirámides y dentro del propio metro. Los silencios más incómodos que uno recuerda. En mi mente, rostros de desilusión y de pesimismo en la Línea 5 del Metro que aún están en la memoria. Parecía que se había escapado, que no volveríamos a tener una oportunidad así en años. Que el Barça ganaría en su campo y haría olvidar una temporada de ensueño del Atleti. Que se trabajó y se creyó, pero que estaba todo perdido. Una semana más tarde, Godín nos recordó que nunca hay que perder la esperanza. El resto es historia. Pero las caras pintadas de rojiblanco recorridas por lágrimas en Pirámides quedarán siempre en el recuerdo.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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