Fue un 18 de Agosto. Sí, fue un 18 de agosto de 2011 cuando descubrí el clímax del ambiente del fútbol. Había visto partidos en otros estadios, había tenido otras experiencias futbolísticas, pero ninguna tiene la facilidad de contagio como la que tiene el Vicente Calderón. El estadio rojiblanco tiene algo, ese algo que no puedes explicar ni aunque me otorguen todas las líneas del mundo. El Calderón tiene labia, tiene encanto, tiene adictivos, tiene algo y lo descubrí ese verano.

Un plan cualquiera

Un plan de amigos, un plan de fútbol. Nos salió la oportunidad, nos gustó la idea y se convirtió en mi momento. En el momento de descubrir el Calderón. Con 21 años, quizás me llegó tarde su bendición, acostumbrados a conocer colchoneros o simplemente enamorados del Atleti desde pequeños, a mí me llegó tarde. Pero me llegó  y doy gracias, o no, porque ahora todo me sabrá a poco. No sé si conoceré algo mejor, algo más caliente, algo tan fantástico. Otra vez ese algo. ¿Veis? No se puede describir.

Aparcado el coche en el paseo de la Ermita del Santo, encaminamos la cuesta abajo hacia el puente que acerca al Vicente Calderón, por encima de aquel famoso Manzanares. Desde el puente se ve parte del estadio por su interior, a través del corte lateral. Los focos lucían puro fútbol.  La afición del Vitoria de Guimaraes, rival aquella tarde de Europa League, nos entorpecía el paso, ya que la policía tenía que escoltar y realizar el protocolo necesario. Daba igual, queríamos entrar y ver el estadio ya.

Un partido de otros tiempos

Y  una vez dentro, ya estaba hecho. No había vuelta atrás. El aroma ese, el “virus”, la droga esa, eso, ese algo (otra vez) ya había calado. No era un partido de primer nivel, ni mucho menos. Es más, el Atleti se jugaba entrar en la Europa League, en aquellas estaban aún clasificado. El estadio no se iba a llenar, en el calentamiento no había estrellas mediáticas (no sabían lo que les venía en unos años), pero daba igual, el flechazo se había producido. El Calderón ya me había puesto ojitos.

En el césped estaban jugadores tan actuales como Godín, Gabi, Tiago, Filipe. Grandes jugadores del momento como Reyes o Adrián. En portería, Courtois recién llegado no contaba con la confianza de Manzano, y jugó Joel, ahora en el Everton. Un tal Miranda, con sus niños, estaba a unos asientos al lado nuestro. Unos chavalines, sin convocar, paseaban por allí. Uno de ellos se llamaba Koke, o algo así. El apellido era algo relacionado con una resurrección, no sé. El caso es que aquellas épocas se vivían en ese mágico estadio.

En medio de ese anonadamiento en el que me hallaba, entre flechazo y flechazo por los cánticos, por el sentimiento y por el ardiente ambiente que desprendía este mágico recinto, era testigo del primero de los bloques de un gran futuro. En el descanso, entre la sorpresa y el desconcierto, Radamel Falcao era bienvenido por los luminosos del estadio. Un colombiano de pelo indio, proveniente de Portugal y al que yo poco más que un partidazo ante el Villarreal  le recordaba. Él era el sustituto de la pareja Forlán–Kun, él  era el fichaje estrella y él sería, junto a Simeone, uno de los máximos responsables de la explosión de este  Atleti que ahora conocemos. Además de vivir ese algo del Calderón, fui testigo de la llegada de uno de los grandes.

Pero una noche en el Calderón, aparte de encandilarte e hipnotizarte, deja fútbol. Pasión, emoción, nerviosismo y mucho, mucho sufrimiento. De eso iba avisado, era lo típico. Pero hasta que no se está compartiendo asiento con colchoneros de camiseta, bufanda, llavero, himno en el móvil, gorra y pin, no se puede entender lo que es el sufrimiento y el amor rojiblanco. Allí descubrí lo que es el fútbol pasional, el alejado del fútbol de glamour, de chaqué y de cheque. Allí se respira puro fútbol, algo distinto; ese algo.

En ese partido, irónicamente, el héroe fue, irónicamente, Elías. Muchos ni se acordarán de él. Fue, casualmente, el descarte del Atleti tras el fichaje del “Tigre”. La plaza de extracomunitario de exceso fue liberada con la marcha del brasileño días después, pero en esa noche, él fue el héroe. Dos goles, con dos pases de Adrián, dejaron el partido finiquitado. Fue junto a Antonio LópezJuanfran (por aquel entonces, un extremo que vino a suplir a Simao) uno de los cambios y resultó revulsivo. La gloria se la cedería al siguiente 9, cosas del Calderón.

No fue el mejor partido que he visto seguramente. Pude ver partidos de Champions, derbis, Barcelona, Real Madrid. Este tan solo fue un encuentro de fase previa para la Europa League, un templado anochecer de agosto, ante el Vitoria de Guimaraes. Puede no ser el más atractivo de los partidos, seguramente, pero allí, ese día, en ese partido, fui conquistado. Me enamoré. El Vicente Calderón me ganó, con ese algo que no se puede explicar. Ese algo que  aún sigo notando cada vez que entro a este monumento futbolístico que tiene, desgraciadamente, las horas contadas. Yo conocí ese algo que tuvo, tiene y tendrá en la eternidad el estadio de la ribera del Manzanares.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

¿Quieres leer más historias como esta?
¡Aquí las tienes!

VAVEL Logo