Frío, mucho frío. Esa pudo ser la previa del partido que enfrentó a Atlético y Sevilla el 2 de enero de 2010 en el Estadio Vicente Calderón. Los de Quique Flores no estaban realizando precisamente una de sus mejores temporadas y él lo sabía. El Atlético necesitaba un cambio. Y el cambió llegó en forma de cantera. Por entonces, jugadores como David De Gea o Camacho pisaban fuerte. Borja Bastón debutaría poco más tarde y a Koke ya le conocían todos por su increíble debut en el Camp Nou. Sin embargo, el jugador que pisó verde esa noche fue Ibrahima Balde. El delantero senegalés tocaba la puerta del primer equipo desde hacía tiempo y Quique decidió darle una oportunidad en detrimento del Kun Agüero, inigualable ídolo rojiblanco junto a Diego Forlán por aquel entonces.

De regalo, un partido en el Calderón

Pues bien, las clases no empezaban hasta dentro de más de una semana y yo no había hecho lista de Reyes. Así que puestos a pedir, pedí. Y funcionó, Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente se portaron con tres días de antelación. No era la primera vez que pisaba el estadio, pero como si lo fuera. Siempre es especial volver al Calderón. Todavía no he descubierto qué tiene, pero voy atando cabos. Realicé mi ritual habitual y preparé mi mochila por la mañana. En ella metí, como siempre, bufanda, abrigo, rotulador negro y cámara. La camiseta, obviamente, iba puesta.

Como decía, hacía mucho frío. Y en el Calderón, más. Estar pegado al río Manzanares convertía, y sigue siendo así, el Paseo de la Virgen del Puerto en un microclima del polo. Esa vez no cogimos el coche. Mi padre, habitual compañero de asistencia a nuestra segunda casa, ya se había llevado varias multas por aparcar en zonas donde todo el mundo lo hacía, pero en las que solo a nosotros nos multaban.

Tren a Pirámides y paseo para entrar en calor hasta la puerta número 0, donde el doctor Villalón nos había dejado dos entradas. Sinceramente, creo que es lo que más me gusta de ir, que nunca sé dónde voy a acabar sentado. Sorpresa hasta el final. Gracias desde aquí, doctor. Abrimos el sobre y, para nuestra sorpresa, ponía zona de… ¡PRENSA! “¡Qué divertido!”, pensé yo, que solo había oído a esa gente retransmitir partidos desde la radio o el sofá de mi casa. Probablemente en ese momento se comenzase a fraguar mi afición por el periodismo, nunca lo sabré.

El Sevilla inicia la cuesta de enero

Pero hablemos del partido, que tiene lo suyo. Tras encontrar nuestros sitios y ser observados como extraños intrusos por todos los medios de comunicación, nos sentamos dispuestos a gritar con todas y cada de nuestras cuerdas vocales los goles del Atleti. Pero… el gol no llegaba. Por lo menos el nuestro, porque el tanto sevillista sí que llegó. Renato remató un córner botado por Diego Perotti, descubrimiento de la dirección deportiva del Sevilla. Antes, Negredo había estado cerca de firmar el primero de la noche pero su remate se marchó desviado por la derecha de la portería de Sergio Asenjo.

El guión del partido no cambió y, como buenos aficionados rojiblancos, sufrimos hasta que llegó el descanso. En ese tiempo, se acercó un periodista a pedirnos un poco de calma en nuestras expresiones, ya que el micrófono captaba lo que decíamos y se escuchaba todo en directo. “Yo quiero seguir gritando, que me escuchen en casa”, pensé. Luego me di cuenta de la situación y me senté enfurruñado.

Poco duró mi rabieta. Nada más comenzar la segunda parte, Dragutinovic, defensa sevillista, regaló un gol en propia puerta. Simao inició una jugada con pase largo, el balón rebotó en un defensor y terminó dejando sólo contra el portero –Palop, todo un mito– a Forlán, que remató como pudo. El balón salió rechazado y rebotó en la cara de Dragutinovic, que no se lo podía creer. Nosotros casi tampoco, parecía un chiste. El uruguayo no celebró el tanto, pero nosotros sí, por supuesto.

Acostumbrados a sufrir

La segunda parte fue “trambólica”. Los que conocen la expresión me entienden. Ni un solo segundo paró quieto el balón más que para que los jugadores sacaran de banda. El marcador avanzaba y el estrés de comenzar el año de la mejor manera posible invadía tanto a jugadores como afición.

Minuto 93. Que ironía, ¿verdad? Pero ese fue el minuto en el que Antonio López decidió que el partido, fulgurante hasta entonces, no merecía terminar en empate. Simao botó una falta desde prácticamente el centro del campo y ahí apareció el capitán. Y el Calderón gritó gol; y vaya si lo gritó. El frío se esfumó con la misma velocidad que abracé a mi padre. Comenzó a importarnos relativamente poco el silencio previamente demandado por aquel periodista, y la idea de hacernos escuchar en directo por radio aumentaba por momentos.

Al término del encuentro, todo eran caras alegres. Habíamos sufrido, sí; somos del Atleti, también. Son simplemente sinónimos. Ahora parece que la gente se ha olvidado de sufrir; qué pena, de verdad. Aquellos que se acostumbran a ganar no saben qué significa un gol en el último minuto a uno de tus rivales más directos. Se juntó también la relación entre aficiones, ya que atlética y sevillista guardan cierta relación de hostilidad desde hace años. Sergio Asenjo, Álvaro Negredo y Antonio López tuvieron la amabilidad de dejar firmada mi camiseta junto con una fotografía. ¿Qué más se puede pedir? El Atlético necesitaba entonces un empujón, y recibió una patada de optimismo. Gracias Antonio.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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