Es fácil escribir cuando un lugar te trae sensaciones que no has disfrutado en ningún otro sitio. También es sencillo escribir cuando, como ahora, el Atlético de Madrid vive su etapa más importante en la historia del club. Cada vez que enfilo las escaleras del Vicente Calderón, me viene siempre el mismo recuerdo, y eso no puede ser casualidad. Era el 10 de abril de 2014, el Atlético de Madrid tenía una cita con la Champions League, aunque daba vértigo sólo pensar en el rival de esa noche. Un equipo que tantas malas tardes nos había hecho pasar en los últimos años. Y ahí estaban los pupilos de Diego Pablo Simeone, tan novatos como los aficionados más jóvenes en esto de lo que llaman 'las grandes noches europeas', dispuestos a derrotar al Barcelona de Leo Messi.

Con el paso de los años, los nervios al entrar en aquel templo disminuyen, pero ese día eran mis primeros cuartos de final de la competición por excelencia y necesitaba escuchar que, pasase lo que pasase, sería una noche para el recuerdo. Entonces, mientras esperábamos en nuestra puerta para entrar, hice la pregunta para la que, como una niña, sólo quieres una respuesta que te calme: "Papá, ¿qué vamos a hacer hoy?". "Ellos son mejores, pero ganamos. Ganamos seguro" fue su contestación, mientras esbozada una sonrisa. Estaba convencido, y como él todos los aficionados que merodeaban por los alrededores del Calderón.

Como cada día allí, subes las escaleras del vomitorio y miras si están todos, los que conoces y los que no. Estamos todos, y sabemos que las cosas no tienen por qué salir siempre bien, pero para el Atlético de aquel día sólo vivir esa noche ya era un regalo. Y entonces notas que el ambiente es distinto. Esa noche fue la única en la que no escuché el himno de la Champions, porque 55.000 gargantas rojiblancas estaban gritando a viva voz -y a capela- que ya que estaban orgullosos de sus jugadores. Y estos, sin dejar tiempo para el suspense, lo pusieron muy fácil, pues a los cinco minutos de empezar y tras fallar varias ocasiones, Koke nos levantó de nuestros asientos para que no nos volviésemos a utilizar.

Y entonces el partido se empezó a jugar en las gradas rojiblancas, los jugadores estaban haciendo su trabajo y nosotros debíamos estar a la altura una noche más. 1-0 y todo parecía estar a nuestro favor, pues era una noche de primavera y atrás quedaba el frío propio del Manzanares, pudiendo lucir sin problemas los colores del Atleti. No se palpaba la tensión, porque nadie le exijía a los jugadores que tenían que ganar esa batalla, pues en ese momento no creíamos que fuese nuestra guerra. ¡Ay, cuán equivocados estábamos!

El Atlético de Madrid falló un sinfín de ocasiones. Perdón, fallamos. Porque cuando falló Adrián, también falló el hombre que no vive tranquilo ningún partido. Porque cuando falló él Cebolla, falló la señora de la primera fila que no falta nunca a la cita. Porque cuando falla uno, fallamos todos. Desde el jugador que ha salido desde el banquillo al niño que se duerme en los brazos de su padre porque, claro no es hora de que un crio esté a esas horas fuera de la cama. Un único gol blaugrana cambiaría completamente el escenario, pero esa nunca fue la sensación que se tuvo.

Ese día sólo se vio a una afición entregada a una causa: intentar que sus jugadores se crean los mejores. Y si los seguidores no dejaron de creer ni cuando un cabezazo de Neymar se marchó rozando el palo, cómo iban a dejar de hacerlo los jugadores. Con decir que en el descanso estaba exhausta como si hubiese saltado al césped y mi garganta empezaba a resentirse, es suficiente para explicar cómo acabó aquella noche. Nunca antes había visto a mi padre animar de esa manera, y es que hasta el más serio era incapaz de quedarse anclado en el asiento. Todos a una. Como siempre. Como nunca.

El árbitro indicó el final del encuentro, y estallamos de júbilo todos los allí presentes. Tantos partidos de Europa League a nuestras espaldas, bien merecían una noche tan especial. Media hora después el estadio seguía cantando al unísono porque había sido un partido innolvidable -que quedaría grabado en la retina de todos y cada uno de los que tuvimos el privilegio de vivir ese partido-. Más evidente fue cuando mi padre, que tantos momentos ha vivido con el Glorioso -la consecución de una liga incluida- se pronunció: "Nunca había vivido un partido así en el Calderón, ¡qué locura!"

Y salimos de ese estadio con la certeza de que nunca volveríamos a vivir algo ni siquiera parecido. La inocencia de ese equipo y su legión de seguidores, ahora echando la vista atrás, produce una ternura que jamás se volverá a ver, pues sólo se puede sentir cuando es la primera vez. La inocencia de unos jugadores que aún estaban por descubrir todo lo bueno que se venía. Luego han venido equipos como el Chelsea de Mourinho o el todopoderoso Bayern de Múnich, pero no, esa sensación no ha vuelto. Y el Barcelona, también volvió y de nuevo perdió, pero tampoco como esa noche.

La vuelta en coche hasta casa fue un verdaero regalo, porque todos los jugadores estaban en la radio mostrando una alegría que no les cabía en el pecho. Mientras, nosotros no pronunciamos una sola palabra, sólo éramos capaces de mirarnos y sonreír con una complicidad que solo el Club Atlético de Madrid puede conseguir. Las palabras de esos muchachos, que esa noche nos habían hecho tan felices, eran música para nuestros oídos.

Ese día el mundo entero se rindió al Atlético de Madrid y se rindió a esa afición que tenía la ilusión de un niño entre adultos. Ese día el Atlético de Madrid no era capaz de imaginar toda la gloria que le esperaba, porque ningún gurú del fútbol podía prever la era dorada de Diego Pablo Simeone. Por aquel entonces no se logró la Champions, pero los colchoneros pusieron los mimbres para que cualquier jugador que recale en este equipo batalle ante los mejores. Ese día se sintió el equipo más poderoso, y por qué no decirlo, lo fue. Sin olvidar quien estaba delante, este triunfo sólo podía traer cosas buenas a orillas del Manzanares, y no me refiero sólo a ganar.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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