Un atlético nunca olvidará aquel minuto 11 del 27 de abril en el que un canterano, llamado Saúl, recogió un balón en el medio campo y, como no veía a ningún compañero desmarcado, comenzó a sortear rivales hasta encontrarse dentro del área y, con su pierna  izquierda, anotó un golazo con el que honrar a los anteriores portadores del '8' y, de paso, poner medio pie en una nueva final de Champions.

A pesar de que no estuve presente en el Calderón en ese partido, por el hecho de que vivo en Valencia y era entre semana, mi corazón, mis pensamiento y mis recuerdos estuvieron allí. Después de tantos años sin ganar un derbi, de aquella etapa de infierno en Segunda, de tantas lágrimas que parecía que nunca se iban a transformar en sonrisas, lo habíamos vuelto a hacer. Habíamos vencido a un coloso de Europa y asomábamos la cabeza en la finalísima de Milán, con la que tanto habíamos soñado.

El Calderón volvió a rugir como siempre, o como nunca. Porque los cánticos de la entregada parroquia no dejaban oír al narrador del partido. Ni siquiera enmudeció el estadio cuando Alaba estrelló aquel misil al larguero desde casi 40 metros. Nada, no había un atlético callado. El encuentro fue una auténtica pesadilla apra los jugadores del Bayern, que aún hoy sueñan con tener una afición como la del Atlético, algo que sus millones no podrán comprar nunca.

Fue un orgullo tremendo. Ese día había ido a la universidad con la chaqueta y la camiseta del equipo de mis amores, intentando mandar toda mi fuerza desde los aproximadamente 360 kilómetros que me separan del templo. Es muy difícil ser del Atlético en Valencia, y más ahora, que enseguida te dicen "te has hecho del Atlético porque gana". No, señores, no. Si bien es cierto que de pequeño se me hizo a la fuerza del Valencia, porque es lo que te inculca la familia, en cuanto tuve uso de conciencia y vi la afición del Manzanares, el escudo, incluso la equipación o aquel jovencito que con el 9 a la espalda marcaba goles para el equipo de su vida, me enamoré.

Tuve que aguantar en el colegio al típico compañero madridista que antes de cada derbi te recordaba los años que llevábamos sin vencerles, aguanté a los valencianistas cada vez que nos ganaban o quedaban por delante de nosotros, aguanté que se menospreciasen nuestras Europa League de 2010 y 2012, porque eran "títulos de equipos pequeños". Pero todo, todo, valió la pena. Volvimos a demostrar que somos un grande de España, de Europa y del mundo y que creer siempre es algo que va contigo, porque ser del Atleti es tener fe cuando cualquier otro tiraría la toalla. Y nuestra fe siempre ha traído grandes decepciones, pero también las mayores alegrías de la vida, esas que hacen que el corazón te dé un vuelco. El día que dejemos de creer, dejaremos de ser el Atleti. Así que por favor, enséñenles a sus hijos a que no dejen de creer. Nunca.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

¿Quieres leer más historias como esta?
¡Aquí las tienes!