¿Les gusta el Rock duro? a los 93 minutos sobre el verde de San Mamés bien les habría pegado como banda sonora welcome to the Jungle de Appetite for destrution. Si algo sabe el Atlético de Simeone, es como hacer daño en uno de los campos más inaccesibles del panorama futbolístico español, esta vez los hombres de Valverde tiraron de un filón bien conocedor del juego del Atlético, y además conocedor no de la piel, sino del mismo corazón colchonero. Los locales colocaron a Raúl García como director jefe de orquesta, para amargarle la fiesta a un Atlético que sabe convertirse en tenor en La Catedral.

Intensidad por bandera

Acababa de caer la tarde cuando el Atlético de Madrid, teñido de negro y amarillo, ante un rojiblanco Athletic de Bilbao se adelantaba en el minuto 3'. Era Filipe Luis quien se la cedía a Koke, al que desde la frontal del área le salía un centro chut, que con la ayuda de Griezmann, o no - cuestión de agudeza visual; y de orgullo- acababa colándose en el fondo de las redes de la portería de Gorka Iraizoz. El choque apuntaba maneras desde el primer instante y los noventa minutos no iban a dejar indiferente a nadie.

No se caracterizan, precisamente, los leones por bajar los brazos. Los locales se empeñaron en remontar el río a contracorriente y bajo las indicaciones de un eléctrico Ernesto Valverde, al que poco le faltó para saltar al verde, adelantaron líneas aumentando la presión sobre un sólido Atlético, que si algo sabe, es aguantar el resultado. Era Raúl García, aquel que tanto dio por los del Manzanares, el que sacaba un misil que despejaba Miguel Ángel Moyá bajo palos. Los locales, conscientes de la inaccesibilidad colchonera, avisaban. Por ello, para igualar la contienda, Lekue, se sacó de la bota un zarpazo imparable e impecable colocado a la escuadra derecha de la portería de Miguel Ángel Moyá. Empataban así el partido al filo del descanso. Comenzaba el choque de nuevo, persistía la emoción. 

Del revés

De blanco a negro, pasaba el Atlético en la segunda mitad. Godín se aventuraba a labores ofensivas que acabaron cobrándole una cara factura. Era Raúl García quien, aprovechaba la superioridad en la delantera -muy conocedor de la ausencia del guardián uruguayo- y asistía a de Marcos, que sin demasiada oposición convertía el tanto y adelantaba a los suyos confirmando la remontada local. Salía el jugador del dique seco, rugía San Mames; se olvidaban que el Atlético no había dicho la última palabra, se olvidaban de Antoine Griezmann.

Intensidad, presión y emoción, son palabras que podrían definir a la perfección un duelo de caballeros, que no salió en el límite del juego en ningún momento de la nobleza. Fue el francés, quién muy conocedor de cómo meter el dedo en el ojo al Athletic de Bilbao, enganchaba el esférico en tres cuartos, y con una definición, sólo al alcance de los mejores de la clase, se la acomodaba al pie y con la zurda la enviaba al fondo de las redes de Iraizoz ante los ojos atentos de un San Mamés hasta los topes y un tanto cansado de las cualidades del galo. 

Choque de titanes en un encuentro que acabó con reparto de puntos. Ni Valverde, ni Simeone, habían soñado con ese resultado en los días previos al duelo, pero visto lo visto, la justicia acabó haciendo eco en el verde de San Mamés. Hubo mucho que ganar, hubo mucho que perder; ninguna de esas opciones convencieron a dos conjuntos que al final de temporada se acordarán en el que será el último duelo del Vicente Calderón del que fue el último choque de la primera vuelta. Así es el fútbol, hoy sonó a Rock; y del duro.