La vida del futbolista, una vida marcada por el corto momento de éxito.  Sin más argumento que el del presente, y si no que se lo digan a Casillas. Nada vale, nada ha valido, solo vale el momento actual. Unos caen en gracia, otros caen en el saco de los apestados. Otros bailan al son de una idolatrada figura y el constante ruido del dedo acusador. Unos tendrán un camino fácil, otros más duros. Es el fútbol, es la vida.

Levantando el duro peso de la responsabilidad de la figura icónica de una  afición y soportando el insoportable agudo sonido  de la dura crítica fuera de las fronteras es la clase de vida futbolística que ha lidiado Fernando Torres. El Niño, como tal, lleva una vida siendo protagonista de una historia de angustia, de superación y de humildad. Una vida de constante recreación. Soportando todo lo habido y por haber, y tan solo contestando en el campo de fútbol.

Golpes de palabra, cuchillos escritos, voces con veneno. Críticas que llegan a la burla. Mofas que señalan sus malos momentos. Una especie de Bullying  a un Niño que es ajeno a todo ello. Que tan solo atiende a esa minoría que tiene en casa y, que por el contrario, le idolatra y que le carga de otra presión añadida. Él tan solo trabaja en silencio, siempre en silencio, para agradar y devolver el cariño a los suyos, a los que les reconocen todo.

Hace años, en el Atlético de Madrid, un chaval, este chaval, asumió sin la mayoría de edad la presión de la responsabilidad de un equipo exigente en horas críticas. Torres la asumió, la cargó al hombro y creció con ella. Tras consolidar a su familia, el Niño marchó en busca de un sueño que ahora no podía conseguir en casa. Una Erasmus de fútbol en busca de la gloria.

Lo consiguió todo pese a convertirse en uno de los focos de crítica más grande. Año tras año, temporada tras temporada, Fernando agrandaba su club de haters. Pero siempre fue ajeno a todo. Regresó, en teoría acabado, casi enterrado, a su casa. De vuelta a casa de los padres tras haber conseguido todo por el extranjero. Le quedaba algo pendiente en casa, tareas por realizar en su recta final.

Desangrado por la crítica ajena, Fernando llegó moribundo al Calderón. El peso de las críticas y la presión de su amor al Atleti se encontraban en el punto más alto, pero le dio tiempo a silenciar al Bernabéu, de hacer explotar su estadio ante el Barcelona o marcar uno de los mejores goles ante el Villarreal. La temporada siguiente, la anterior  a la actual, comenzó como última opción  y acabó siendo el delantero del equipo por razones. 

Estamos a febrero, y la pinta que tiene esta recta final es que Fernando lo ha vuelto hacer. De enterrado a "primera espada". La historia de una vida, siempre de superación. Un ejemplo de fortaleza mental ante tanta presión y tanta adversidad. Siempre criticado, siempre reponiéndose. Siempre “se equivoca” cuando marca un golazo, pero ya van unos cuantos. Siempre las empuja si marca varios, y ya van unos cuantos. Siempre un mal control eclipsa un partidazo de uso de huecos y creación de peligro.

Fernando Torres muestra sordera a las tantas críticas,  acoge los sonidos de su casa, la rojiblanca, que le idolatra. Asume el peso de las críticas y de la presión de su escudo, calla, no se queja y sigue trabajando. Se gana un puesto pero es absorbido por la sabia fresca, calla, no se queja y sigue protestando. Filosofía de vida, ejemplo de futbolista.