Por Víctor Valero López.


Creer es un verbo de múltiples interpretaciones, pues los matices de la creencia hacen la diferencia. Uno puede creer que va a pasar esto o que va a suceder lo otro. Creo que ganaremos. Creo que hoy marcará Saúl. Creo que es mejor que juegue este o creo que es mejor que lo haga aquel. "Creo que". Pura subjetividad. Pura opinión. Sin embargo, se puede analizar el verbo creer de un modo diferente, dependiendo de si estás lleno de convencimiento de que algo puede suceder, por difícil que sea, o no lo estás. Esta perspectiva del análisis está cargada de sentimiento, emoción y fe. A veces, si uno piensa con la cabeza es complicado creer, ya que empiezas a utilizar el razonamiento.

El pasado miércoles la remontada tenía indicios para que la persona racional no creyera. Mi primo Alberto me dijo la frase exacta de lo que ambos sentíamos: "Si lo pienso mucho creo que está muy complicado, pero si me dejo llevar por lo que siento en estos días previos, creo que habrá remontada". Y era así, tal cual.

Mi primo Alberto (delante) y yo en los momentos previos al partido de vuelta de las semifinales de Champions. Foto: @Vicvalo
Mi primo Alberto (delante) y yo en los momentos previos al partido de vuelta de las semifinales de Champions. Foto: @Vicvalo

El rival llegaba con números que hacían de la gesta algo dificilísimo y tras la imagen de la ida era complicado encontrar argumentos para ir al Calderón. Pero la clave era no pensar. Así me planté en los aledaños del Templo de todo atlético, soñando en lo que podía ser una noche inolvidable. Únicamente pedía una cosa: meter el primer gol nosotros. Estaba convencido de que si eso ocurría podríamos soñar, aunque fuera un rato. También pensaba que de ser así, al menos no nos iban a ganar el partido. Chulos y soberbios, muchos de los madridistas se intentaban reír del aficionado atlético diciendo que también nos iban a ganar en la vuelta. No todos, he de decirlo. Hay merengues que sí fueron cautos y no querían presumir antes de terminar la eliminatoria. Seguro que todos conocemos a ambos tipos. Evidentemente, los segundos fueron felicitados por mi parte. 

Llegué a los aledaños del Calderón mucho más tarde de lo que me hubiera gustado. Cuando vivía en Cuenca, las previas de Champions eran largas, pues salíamos a las tres de la ciudad castellana y nos plantábamos en Madrid antes de las cinco de la tarde. Así llegaron ellos, mis amigos. Yo, sin embargo, no pude hacerlo antes de las 19:30, dado que el horario laboral no me permitió disfrutar mucho de la última previa europea en el Vicente Calderón, el lugar donde hemos pasado tantos momentos de fraternidad. Sin mucho tiempo que perder, me cogí una cerveza y compartí sensaciones sobre lo que pensaba que iba a deparar el partido con mi querido primo Alberto y mi amigo Miguel. 

Entramos pronto como en las grandes citas

Eran las ocho. Como es costumbre en este tipo de noches europeas, las gradas se van llenando antes de lo habitual. El equipo necesita el arropo de su hinchada y esta le empieza a alentar con más de media hora por delante hasta el inicio del partido. Cánticos por aquí, cánticos por allá. Quién acudiera por primera vez a una cita de estas características al Estadio Vicente Calderón pudo entender porqué su nombre se asemeja tanto a la palabra caldera. A veces el caprichoso destino le hace pensar a uno cómo se entrelazan las cosas. Sencillamente impresionante

El Calderón estalla 

El himno de la Champions es precioso, pero si quieres escucharlo y disfrutar de él, nuestro coliseo no es el escenario idóneo. Lo sepulta siempre un grito atronador: "Atleeeeeti. Atleeeeeeti. Atleeeeeeti". Quien estuvo ahí sabe de lo que hablo. Así que, ¿cómo iba a sorprendernos la trepidante salida del equipo? La grada empujaba de tal manera que la adrenalina que transmitía era espectacular. Primeros minutos y a punto estuvo de marcar Koke, de no ser por una gran parada de Keylor Navas. Ellos respondieron en un córner aislado y Oblak dio muestra para ser considerado uno de los grandes cancerberos del mundo. Los minutos posteriores fueron un asedio colchonero. ¡Qué manera de presionar! ¡Vaya modo de ganar segundas jugadas! Se olía el primero.

Saúl siempre aparece en los días claves. Foto: @Atleti

Los cimientos estaban más cerca de caerse por los saltos de sus incondicionales que por próximo derrumbamiento. Y así fue, centro medio de Jorge Resurrección y cabezazo inapelable de Saúl Ñíguez. Locura. Gol tempranero y primer objetivo cumplido. La cosa no iba a quedar ahí. Pocos minutos después, "el acabado" Fernando José Torres Sanz le hizo "la trece catorce" a Varane y penalti a favor del Atleti. Antoine, este vez sí, anotó desde los once metros y de no ser porque lleva poca agua, el río Manzanares habría sufrido un efecto ciclón. ¡Hay que vivirlo! No es normal cómo votaban las gradas. Pelos de punta e ilusión a raudales. Sobraban los motivos pasase lo que pasase para justificar el alto precio de los que hubieran pagado la entrada. A posteriori ya sabemos cómo acabó la cosa. Podría decir que nunca vi a una hinchada tan feliz y orgullosa a pesar de haber quedado eliminada.

Sensaciones parecidas a la final de Copa perdida contra el Sevilla

Al igual que en Barcelona después de perder la final de la Copa de su Majestad el Rey contra el Sevilla, es cuando te das cuenta de por qué eres del Atleti. Era el minuto 85 aproximadamente cuando la tromba de agua que llevaba amenazando toda la tarde descargó con una fuerza brutal. Probablemente nunca me he mojado tanto en tan poco tiempo. Dio igual. La única diferencia fue el repertorio musical. Se pasó de cantar himnos, "muchachos" o "Alé , Alé" a "No importa que llueva, si estoy cerca de ti, lara la la laaaa la. Si nieva o si truena Atleti de Madrid, la la laaaa la la la". Idónea para el momento. Calados hasta el último milímetro de ropa. Relámpagos de fondo. Truenos. Cualquier afición se habría marchado ante semejantes condiciones. Cualquiera menos la del Atleti.

Estaba junto a Alberto y mi amigo "Gatillo" cantando como si el mañana no existiera o si la neumonía fuera un deseo. Miguel, en la grada de arriba. Otros peñistas de la "Peña Atlética Conquense" en el otro fondo. Java, nuestro amigo de Hontecillas, en el segundo anfiteatro lateral. Unos por aquí. Otros por allá. Nadie se iba. Allí estábamos en las menos buenas porque no me atrevo a decir que eran malas. Nos acordábamos de aquellos amigos con los que hemos vivido tantos momentos sobre esos cimientos: Pepito, Paula, Jitanillo, Quique, Pedro, Perico, Chafé, Juanpa, Miguel Abaigar, Adrián de Julián, Angelito, Sanz y un largo etc. Me sentía orgulloso de estar viviendo aquel momento. Mi primo se emocionaba recordándome que era nuestro último partido en aquella grada, tras vivir tantos y tantos momentos juntos. Acabábamos de ser eliminados en unas semifinales de la Champions League por el eterno rival.

El momento podría haber sido muy jodido, pero la magia del Calderón se encargó de que lo recordemos para siempre como muy emocionante. Quince, veinte, no sé cuántos minutos habían pasado desde la finalización de la eliminatoria y allí seguían los héroes. Y no me refiero a unos en concreto, sino a todos. Los jugadores, que volvieron a agradecer a sus hinchas todo el aliento recibido. El cuerpo técnico, con un Simeone saltando y aplaudiendo sabedor de que nadie olvidará lo vivido. Y todos ellos, cada uno de los corazones rojiblancos que permanecía dentro de este estadio en extinción. 

Simeone orgulloso de su fiel afición que seguía bajo la lluvia. Foto: @Atleti


El final no fue el deseado pero tampoco fue malo después de la montaña que teníamos por delante antes de comenzar la vuelta. Estoy convencido que el Sabio, allá donde quiera que esté, observaría con una sonrisa a toda su gente. Y es que  al fin y al cabo amigos, recordaremos con una sonrisa el último partido europeo en el Calderón. Ganamos al Real Madrid. Vivimos quince minutos de un desenfreno inenarrable y cada uno de nosotros nos fuimos tan empapados de agua como de orgullo por lo que nuestros muchachos habían intentado. 

GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS A TODOS.
GRACIAS EN ROJIBLANCO.

I N O L V I D A B L E


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