Cuando una etapa llega a su fin es momento de echar la vista atrás, de echar de menos momentos que nunca volverán y, sobre todo, de recordar. Después de 50 años de vida, el mítico Estadio Vicente Calderón cerrará sus puertas para siempre el próximo domingo, 21 de mayo, con su último partido de liga, y yo, aficionada del Atlético de Madrid desde que me alcanza la memoria, no puedo evitar sentir añoranza, nostalgia y tristeza por lo que se irá cuando los muros del estadio se derrumben.

Me remonto a la temporada 2008/2009 para recordar un partido que, para mí, significó un antes y un después en la manera de vivir un partido de mi equipo en el Calderón. Era un domingo cualquiera, no ganamos ningún título, ni nos clasificamos para ningún torneo importante, era, simplemente, un partido de liga más. Entonces, andar entre la 5ª y la 7ª posición era todo un logro, las aguas andaban revueltas con Abel Resino en el banquillo y la plantilla necesitaba ganar para reconciliarse con una descontenta afición.

El Atleti se marchó al descanso perdiendo 0-2 y con un jugador menos

La primera mitad del partido se desarrolló con normalidad hasta que el Espanyol, en dos minutos, hizo dos goles justo antes del descanso. Nené (minuto 38), de penalti, y Jarque (minuto 40) marcaron para los pericos, dejando muy tocado tanto a los jugadores como a la afición, que veía como su equipo iba, de nuevo, cuesta abajo sin frenos. Por si fuera poco, Perea fue expulsado y el Atlético enfrentaba la segunda mitad con el resultado adverso y un jugador menos.

Mientras, en las gradas, la afición libraba una batalla entre cabeza y corazón. No parecía posible sacar nada positivo de aquel partido, así que solo quedaba cantar y animar, como cada domingo. La incredulidad de una niña de 13 años que se moría por ver ganar a su equipo hacía frente al punto de vista realista de un padre que no quería ver a su hija ilusionarse sin sentido, no quería verla sufrir. Apuesto a que solo los niños allí presentes confiábamos en algo más que la derrota. En mi caso, sería algo así como: - "Hija, es imposible", - "Pero papá, somos el Atleti".

Y, así, entre conversaciones, bocadillos y enfados, empezó la segunda mitad. Quién sabe si Abel sacó la varita mágica para incentivar a sus jugadores, si fueron los cánticos de una incansable afición lo que motivó a la plantilla, pero la realidad fue que el equipo era otro cuando volvieron a saltar al terreno de juego. Diego Forlán se puso la capa de héroe y tiró de un Atlético que parecía muerto, pero que solo estaba herido.

Forlán celebra el gol de la remontada | Foto: PHILIPPE DESMAZES (AFP)

El delantero uruguayo puso el 1-2 (minuto 53) en el luminoso a los ocho minutos de empezar la segunda mitad, aquel gol resucitó al Atlético, que sacó pecho y tiró de orgullo para luchar por sacar algo positivo ante su gente. La tónica del partido cambió por completo y el Espanyol se quedó atenazado en su campo ante un vendaval rojiblanco de fe y esperanza. El Kun Agüero puso patas arriba el Vicente Calderón marcando el gol de empate en el minuto 60 de partido.

Las gradas se caían ante la demostración de coraje de sus jugadores, el himno atronaba la Ribera del Manzanares y la niña de 13 años miraba de reojo a su padre. Pero aún faltaba lo mejor. Mateu Lahoz dio tres minutos de descuento, el tiempo justo que Diego Forlán necesitaba para volver a hacer de las suyas. El uruguayo marcó su segundo gol de la tarde sobre la bocina, puso el 3-2 en el marcador y la locura llegó al Vicente Calderón. Bendita locura.

"Para saber lo que pasa, hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa"

Nadie se quería ir de sus asientos, el Atleti había conseguido tres puntos que le permitían conservar la 5ª posición y, lo que era aún más importante, había logrado un imposible, había desafiado a los cánones de la naturaleza y había vuelto a sacar su escudo, sus valores y su coraje a relucir. La niña de 13 años llegaría afónica al colegio al día siguiente, pero no sabía que, cuando esperaba a que su padre saliera del servicio, un sentimiento inexplicable le iba a inundar el corazón. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos sin control, estaba sola, intentando disimular para que nadie me viera, pero un hombre mayor me vio, se acercó y me dijo una frase que no olvidaré jamás: "Una vez que has llorado en el Calderón, vas a ser del Atleti durante toda tu vida. Recuérdalo niña, somos el Atleti".

Mi padre salió y me vio con los ojos llorosos acompañada de un hombre desconocido, yo me despedí de él y me agarré a la mano de mi padre, como siempre. Desde entonces, entendí un poquito mejor lo que es ser de este equipo: es llorar de felicidad, es sentir, es sufrir, es compartir junto a quien te ha inculcado unos valores desde la cuna, es... ser diferente. Por todo esto y todo lo que no se puede explicar, el Calderón siempre será un lugar especial, eterno, un lugar donde los sueños se cumplen, por imposible que parezca. Gracias papá por hacerme del Atleti, gracias Atleti por hacerme creer.

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