Su fluir los ha acompañado en su caminar desde el momento en el que se anunció que tendrían que decir adiós. Muchos han sido los días en los que pensaron que aquel momento no llegaría, algo así como un "nos mudaremos", que no acababa de sonar a "nos vamos ya". Desde que se proclamó que el Atlético de Madrid se cambiaría de estadio allá por 2007 hasta el próximo domingo en el que La Liga le dirá su último adiós, ha dado a los rojiblancos para tardes de fútbol cargadas de pasión en las que nadie podía imaginarse a un Atlético alejado de su querida ribera del Manzanares

El próximo domingo 21 de mayo uno de los templos del fútbol europeo se despedirá tras cincuenta años de historia. Es decir, medio siglo de coraje y corazón que en Vavel queremos honrar de la mejor manera posible y, al fin y al cabo, de la única que sabemos: dedicándole nuestra literatura. Sacaremos en los próximos días 50 reportajes, uno por cada año de pasión, que acabarán aunados todos en éste que leen a modo de resumen y para poder recuperar todos ellos en cualquier instante. Trataremos así de brindarle el mejor adiós, o el mejor adiós que esté en nuestra mano, a un estadio desde el que tantas alegrías y penas hemos contado, pero sobre todo, a un estadio que nos ha posibilitado narrar algunas de las historias más bonitas de las que el fútbol nos ha dejado disfrutar. 

Es hora de dedicarle al Vicente Calderón el hasta siempre más profundo, es hora de despedida, es la hora de rememorar los mejores recuerdos que siempre quedarán atrapados a modo de complicidad entre los cimientos del Vicente Calderón y la afición rojiblanca, que al fin y al cabo, es la única que sabe como late, ha latido y seguirá latiendo el que en un inicio se llamó estadio del Manzanares. Sólo aquellos que han amarrado su bufanda rojiblanca en un día de tormenta, sólo aquellos que han dejado derramar sus lágrimas en una de las butacas roja, azul o blanca, o sólo aquellos que volvieron a casa teniendo muy claro que su hogar estaba en el Barrio de Imperial, pueden comprender la pasión y el sentimiento que quedó cada domingo de partido impregnado en todos y cada uno de los ladrillos del Vicente Calderón.