Los recuerdos más sombríos de la afición colchonera llevan a unos tiempos, mucho más cercanos de los que puede parecer, cuando Simeone no era más que una vieja gloria que, según contaban los entendidos, iba ganando experiencia como entrenador allá en su Argentina. Era una época insulsa de Manzanos y Quiques donde a lo máximo que se aspiraba era a pelear por la cuarta plaza y, si la cosa se torcía (que se solía torcer), hacer un papel digno en la Europa League. Aquel Atleti se caracterizaba por su endeblez. Tenía un ataque más que decente, pero su defensa y, sobre todo, su centro del campo se derribaban con un soplido.

En esto que llegó el Cholo y transformó a los mismos Gabi, Godín, Filipe, Raúl García o Tiago, y sus perpetuos y muy contagiosos estados de pánico ante cualquier rival un poco organizado, en los perros de presa que poco después quisieron comerse el mundo y les faltó un minuto, o un fuera de juego no señalado, para lograrlo. Si por algo es conocido el Atlético de Madrid a día de hoy es por su intensidad. Partido a partido, ganar y ganar y volver a ganar, a morir los míos mueren, son mantras acaso manoseados y quizás algo tópicos, pero indudablemente ciertos.

De la Roma que se verá las caras con los rojiblancos (y con el Chelsea y el ignoto Qarabag) en el grupo C de la Champions, solo hay un jugador que encajaría sin problema alguno en la jauría destructora de Simeone. Cabe pensar, de hecho, que únicamente su ya respetable edad, que en mayo verá las tres décadas, y el tiempo que necesitaría para adaptarse a un campeonato tan exigente como el español son las únicas razones por las que el entrenador no ha exigido a la siempre ineficiente directiva que se gaste el dinero necesario en traer a Madrid a Radja Nainggolan. El belga es, a día de hoy, el jugador más determinante en una Roma potente, segunda en Italia apenas por detrás de la todopoderosa Juventus, presa del vértigo cuando tiene que cruzar los Alpes.

Tendría sitio de rojiblanco

Nainggolan, valga el cliché, es el tipo de jugador que todo técnico quisiera tener, además de responder al perfil que tanto gusta al público del Calderón (está por ver si en la Peineta Metropolitana se mantiene el paladar). Con un poderío físico descomunal pese a su relativamente escasa presencia (1,76 m), es un grandísimo recuperador de balones, que distribuye con muy notable visión de juego. Siempre está atento a la cobertura para que el compañero agobiado por la presión rival tenga una línea de pase abierta. Pero, pese a llevar a la espalda el número 4, no se limita a ser un centrocampista de contención. Dotado de un repertorio de gestos técnicos más amplio de lo que a priori pueda parecer, gusta de incorporarse al ataque a menudo y no duda en probar el lanzamiento lejano, con el que consigue cifras respetables de goles, algunos de bellísima factura.

Otra gran cualidad de Radja es su polivalencia. Indiscutible en el once desde que llegó al club en el mercado invernal de 2014, Rudi García tendía a usarle como pivote en su 4-3-3 habitual, con funciones principalmente defensivas, o hasta de lateral si las circunstancias lo requerían; desde que llegó al banquillo Spalletti a principios de 2016 se ha movido más hacia adelante, en consonancia con el cambio al esquema 4-2-3-1, desempeñándose en labores más creativas e incluso ocupando el puesto de segundo delantero. En todas partes rindió mucho y bien, hasta el punto de que, en las frecuentes ausencias de los más veteranos, no es raro verle con el brazalete de capitán.

El talento será genético, pero probablemente la capacidad de sacrificio y la perseverancia para aprovechar al máximo sus virtudes tenga que ver con sus orígenes. Nacido en Amberes, su padre, indonesio, abandonó a la familia cuando era niño, dejando a su madre (de etnia flamenca) al cargo del futuro crack, de su hermana gemela y de tres hermanastros con una situación económica precaria. Los duros esfuerzos de la señora Bogaerts les permitieron salir adelante, y a él iniciarse en el mundo del fútbol, destacando pronto en la cantera del Beerschot de su ciudad. Con 17 años llamó la atención de ojeadores italianos, del Piacenza, y no le tembló el pulso a la hora de decidir cambiar de vida y marcharse a un país del que no conocía absolutamente nada.

Pudo haberse estrellado, como tantos otros, pero su fuerte carácter le ayudó a que le saliera bien. Con la mayoría de edad recién cumplida ya era indiscutible en una Serie B que se le quedaba claramente pequeña. El Cagliari le rescató en 2010 y le dio una oportunidad al máximo nivel que no dudó en aprovechar, hasta el punto de que, gracias a sus actuaciones, ha conseguido consolidarse en una de las selecciones belgas más potentes de la historia. Se cayó a última hora de la lista para el Mundial de 2014, pero no faltó a la cita en la última Eurocopa.

El Ninja, con su estética peculiar en torno a la cresta más famosa del calcio y a una piel en la que costaría encontrar un centímetro sin tatuar, es, a día de hoy, la gran esperanza de una Roma huérfana de liderazgo tras la retirada de Totti. A De Rossi sigue pesándole el mote eterno de Capitan Futuro y parece que sus mejores años han pasado ya, mientras que el heredero Florenzi bastante tiene con recuperarse de sus lesiones. En el resto de la plantilla no hay, ni de lejos, jugador alguno que se acerque al nivel, y sobre todo al carisma, del que está considerado como uno de los mejores centrocampistas del continente.

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Sobre el autor
Luis Tejo Machuca
Mi mamá me enseñó a leer y escribir; a cambio yo le di mi título de Comunicación Audiovisual de la URJC para que lo colgara en el salón, que dice que queda bonito. Redactor todoterreno, tirando un poco más para lo lo futbolero, sobre todo de Italia y alrededores. Locutor de radio (y de lo que caiga) y hasta fotógrafo en los ratos libres. Menottista, pero moderado, porque como dijo Biagini, las finales no se merecen. Se ganan.