Un día cualquiera, en el Puerto de Santa María, provincia de Cádiz, nació un pequeño joven que se llamaría Joaquín. Por h o por b, se convertiría, años después, en futbolista profesional, debutando con el primer equipo del Real Betis Balompié, en la campaña 2000/01, de la mano del gallego Fernando Vázquez, técnico verdiblanco por aquellas fechas. Lo hizo en Segunda División, en la primera jornada y como titular. Un salto meteórico para un canterano que la temporada anterior había experimentado un descenso a Tercera con el filial, entrenado entonces por José Ramón Esnaola.

Así comenzó el periplo futbolístico de Joaquín Sánchez Rodríguez. Debutó con el equipo de su vida, al que él mismo ha agradecido en numerosas ocasiones todo lo que le ha dado, y viceversa; porque el Betis jamás olvidará la lealtad y el amor que el jugador ha profesado en todo momento por el club de las Trece Barras. Fueron seis temporadas las que formó parte del conjunto verdiblanco. 31 goles en 218 partidos que jugó desde el 3 de septiembre de 2000 hasta el 13 de mayo de 2006, que sería su último partido con el Real Betis —ante el Atlético de Madrid, empatando a uno— antes de hacer las maletas, despedirse de sus compañeros y viajar a la costa de Valencia, donde firmaría un nuevo contrato con el equipo cuyo hogar era y es el Estadio de Mestalla.

Veinticinco millones de euros dejó en las arcas verdiblancas cuando Manuel Ruiz de Lopera aceptó la oferta valencianista, después de que Joaquín afirmara que su deseo era continuar creciendo como futbolista. Allí que fue, dispuesto a coronarse como estrella y a reforzar los pensamientos positivos que media España —o más— tenían con respecto de su valía, después de ya haber sido internacional, incluso. Llegó al Valencia con 25 años, una edad bastante correcta para que un jugador se consolidara como estrella. Tenía todo lo necesario para ello: velocidad, desborde, llegada, gol, asistencia… Y los valencianistas lo sabían. En Mestalla le esperaban, en un aciago mes de agosto, más de 18.000 aficionados ches dispuesto a vitorear al flamante fichaje. Se emocionó. Solo tuvo palabras de agradecimiento para la afición y los dirigentes de la entidad. Sabía que iban a quererle, y así fue. En la 2006/07, el Valencia se presentaba como un temible equipo en España, muy a tener en cuenta. Jugadores como Cañizares, Albiol, Ayala, Albelda, Villa, Silva, Del Horno, Baraja, Morientes… y el recién llegado Joaquín, un bético con mucha hambre dispuesto a darlo todo por el Valencia.

Y tanto que fue así. En su segunda temporada como valencianista, logró ser partícipe de un nuevo trofeo que asignar a su cuenta personal. El 16 de abril de 2008, el Valencia se plantó en la final de la Copa del Rey, en la que se enfrentó al Getafe CF. El gaditano no jugó, pero su equipo se alzó con la victoria con un contundente 3 a 1 y pudo anotar otro triunfo en una final en su currículum particular. Tres temporadas más se mantuvo en la costa mediterránea, siendo el contrato que firmó en 2006 válido por seis temporadas, en las que sudó la camiseta blanca y naranja durante más de 11.000 minutos de juego, consiguiendo 18 dianas como extremo valencianista, y logró hacerse con el número ‘7’, cuando Villa fichó por el FC Barcelona, además de ser condecorado, muy merecidamente, como capitán del equipo, algo que le vino, sin duda alguna, como anillo al dedo.

Fueron cinco temporadas muy positivas para el jugador, que finalizaron con su traspaso al Málaga CF en la campaña 2011/12. Sin embargo, queda muy claro que Mestalla siempre agradecerá todo y más al jugador gaditano. Así lo ha demostrado las dos ocasiones que ha pisado Mestalla, con sonoras ovaciones y tremendos aplausos que hicieron vibrar la piel de Joaquín, sintiéndose verdaderamente emocionado. Y es que ha declarado, ciertas veces, que, si bien el Villamarín siempre será su casa, Mestalla será algo así como su segunda morada en la cual se siente muy cómodo y a cuyos habitantes les debe muchísimo. Siempre será la eterna estrella con el corazón dividido.