Si el mundo se hallase regido por la magia la historia del salvadoreño que hechizó Carranza con sus trucos y culebritas macheteadas no parecería hoy en día un relato fantástico. Intentar por tanto un esbozo de su vida es toparse inexcusablemente con las opiniones y los testimonios de sus contemporáneos. Jorge González es y será un verso suelto y libre de Baudelaire, de Bukowski, un incomprendido del otro lado del océano. Como contemporáneo del Mago, recordarle es como un viaje hacia el país de la memoria en el que las fronteras de lo inverosímil y lo verosímil se funden. Algo muy similar a la actualización del sueño y del ensueño, de los mitos vivientes, pues esa larga cinta que Mágico dejó como la línea de su vida futbolística y su personalidad, constituye un auténtico desafío al olvido.

Bohemio e incomprensible el Mago sigue apareciendo y desapareciendo, pues su recuerdo siempre estará muy por encima de toda actualidad. Como hacía en el campo, como hacía bajo el manto de estrellas de la Bahía y aquellas lunas interurbanas que de tacón golpeaba. Como hace en una playa perdida de El Salvador a sus 59 años, ahora con pinta de John Lennon, colando su tiro libre sobre el ángulo de tres palos de madera clavados en su Nutopía de arena.

Imagen: Destino Fútbol / ESPN
Imagen: Destino Fútbol / ESPN

González lo hizo, lo sigue haciendo y lo hará, siempre aparecerá y desaparecerá, pues como Curro fue un genio en el arte de la ‘espantá’; jamás le esperen, ni en Cádiz, ni en ningún otro lugar, pero ay señores nadie podrá igualar sus apariciones. Y son precisamente esas ‘apariciones’ las que han propiciado la iniciativa de bautizar una puerta de acceso a Carranza con su nombre. Hubo un tiempo en el que Carranza fue una especie de Corte de los Milagros, un tiempo en los que Mágico fue rey, pues durante su periodo de reinado prácticamente había que frotarse los ojos para creer que González estaba en el verde con el número once de la camiseta del Cádiz; para verle sacar goles imposibles de su chistera. De hecho era milagroso que Jorge, el prestidigitador, el hijo de la noche, el chamán salvadoreño despertara a tiempo para que Carranza le disfrutara. Hoy Carranza le quiere volver a abrir una puerta, aquella que posiblemente jamás atravesará porque Jorge es imprevisible; prefiere que se le recuerde a través de la memoria de los que le vieron jugar y recordar Cádiz a través de los ojos de su amigo Emilio; y todo aquel que no lo comprenda es que jamás vio o conoció al loco genial que llamaban Lola. Mágico es la distancia que duerme, el crepúsculo que huye y la tarde de pañuelos que brotan sobre la memoria de los duendes.

Toda iniciativa dirigida a la recuperación del duende, de aquel imborrable recuerdo siempre será bien acogida y debe ser aplaudida, pero quizás una puerta para el Mago, el Houidini de la pelota, aunque sea la de entrada a un mundo absolutamente fantástico, no es del todo suficiente. Cuando las puertas están sordas las ventanas no permanecen ciegas, y existe un modo muy sencillo de iluminarles la vista. Carranza, la memoria de sus contemporáneos, la de los vídeos VHS que devuelven jugadas de otro tiempo, son una ventana por la que aparece y desparece la luz de Mágico.

No hay puerta posible para la magia, tampoco para el duende, Jorge salió e incluso entró a hombros por la puerta grande de Carranza, pero su Puerta del Príncipe fue la portería en la que marcó aquel gol a Alba con el Fondo Norte absolutamente en pie. Si no es posible una escultura, una grada, una camiseta retirada para Jorge o Pepe, si hay que bautizar un pedacito de templo amarillo con el nombre de la magia, mejor el marco que adorna el dibujo de su mejor gol, su lienzo de redes y el fondo de pañuelos blancos que contempló su obra maestra. La almohada no abre abismos deleitosos y aunque la puerta sea la de entrada a su colchón verde, Jorge seguirá apareciendo y desapareciendo por aquella otra en la que viven sus musas. Como resplandor surgido entre las sabanas de espuma de un tiempo detenido a la orilla de una medialuna, aquella que se abre infinita hacia el universo de una escuadra.