Dijo Eduardo Galeano con mucho peso de razón que el fútbol es una religión popular, convertida en poder. La única religión que no tiene ateos y que como tal siempre tuvo la necesidad de poseer un lugar de culto, un templo sacralizado en el que reunir a sus fieles, que entregados a sus dioses, santos e iconos, expresan su identidad y pertenencia al citado culto.

Entre los templos sacralizados del balón existe un lugar en el sur de España de cuyo nombre es preferible acordarse, pues en aquel enclave mágico tanto el ser como la razón se entregan a la iconografía amarilla. Tiene Cádiz por vigías Torres miradores que dicen son sabias por viejas y centenarias, cuentan los vientos que acarician aquellas torres, que siguiendo la línea de plata de la esfera del tiempo y la aguas del recuerdo les marcan, que en la memoria de Cádiz, que es la del pueblo, pervive una coqueta torre de treinta metros de altura, que marcó el tanteo de la leyenda en un templo futbolístico llamado Carranza.

La Torre de Preferencia

Foto: http://www.lavozdigital.es
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Y es que Carranza, como Wembley,  tuvo también torre en su catedral futbolística, y aunque no gemela, sí que fue testigo del primer gol que anotó el azulgrana Villaverde, un histórico 3 de septiembre de 1955, en el que Cádiz y Barcelona inauguraron el estadio, el marcador de la ya mítica y desaparecida Torre Olímpica, la Torre de Maratón,  conocida popularmente como la de Preferencia. Quince mil personas completaron su aforo para soñar con derrotar al Barça, que con todo su oropel histórico y a las órdenes de Platko  superó al Cádiz de Pilongo, León, Pastilla, Nené y Ayala. Las crónicas de la época comenzaron su redacción con parrafadas como esta: Cádiz tiene murallas, tiene las salineras –como dice la copla- y tiene también un bellísimo estadio digno ya de la afición y la “Tacita de Plata”

Con aires de acontecimiento las banderas ondearon airosas y los gallardetes remataron en colorines y sedas los graderíos en aquella histórica e inolvidable jornada. Unos graderíos modestos que vibraron por tanguillos desde entonces para acoger a una afición inimitable, que redactó sus crónicas legendarias al ritmo de sus cánticos y sus acompasadas palmas. 

Ya desde sus comienzos y gracias a su afición en Carranza el fútbol comenzó a sentirse, a vivirse y a sonar de una forma diferente. Con su propio latido, pasión y color. Un ambiente festivo, vibrante y especial que marca al futbolista local e impresiona al rival porque desconcierta, por ser tan imprevisible como Cádiz y su equipo. Porque desde el debut oficial del conjunto amarillo en el estadio gaditano un 11 de septiembre de 1955, con derrota (1-2) ante el Jaén, la guasa de tres mil años de historia, su ingenio atrapan a todo aquel que osa adentrarse entre sus gradas. Se percibe al instante que la historia está instalada en la memoria de su gente, aquella que recuerda mucho fútbol, la leyenda y el sentir de la mirada del ayer, la alegría del hoy y la ilusión del mañana.

Ser amarillo, ser Macarty

Foto: http://carmelopedia.blogspot.com.es
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Posiblemente por todo ello el premio que se entregará el próximo 7 de mayo a la a afición gaditana, ese reconocimiento se lo ha ganado a través de su peculiaridad, forjada durante más de un siglo de existencia.  En la vertical temporal de la fiebre amarilla Pascual García de Quirós Caballero, Macarty. Un cacereño ‘criado’ en el Barrio de la Viña, caletero de profunda convicción y cadista de profesión, que cuando no estaba repartiendo cafés en el Andalucía, en la Plaza de Abastos, la peculiaridad de su físico y su personalidad se hacía notar en Carranza. Por entonces el único vestido de corto, uniformado de amarillo, un ‘loco bajito’ con carta blanca para la risa y la felicidad. Uno de los primeros seres de este mundo que perdió el norte por el cadismo, que se erigió en la Rosa de los Vientos de su afición. Con apenas metro y medio de estatura desafió las costumbres de una hinchada que creció, maduró y aprendió bajo su enseñanza. Cádiz respira Carnaval todo el año y Macarty siempre disfrazado de número doce, acabó convirtiendo el disfraz en casulla como indumento litúrgico de una religión amarilla que encontró en Alfonso ‘el fiebre’ a otro de sus más fieles practicantes.

Constantes vitales de la esperanza

Foto: Juan Ignacio Lechuga / VAVEL
Foto: Juan Ignacio Lechuga / VAVEL

Quizás por ello, con Brigadas Amarillas como pulmón sonoro y, un sinfín de innumerables peñas repartidas por Carranza, y todo el planeta, la afición del Cádiz recibe el justo premio en un momento ciertamente especial. Especial porque este reconocimiento llega en categoría profesional, en la de Plata, en la que intenta consolidarse, aquella en la que militó históricamente durante más temporadas, sin renunciar en ningún momento a sueños que sí que estarían a la altura de sus aficionados. La Liga en colaboración con Aficiones Unidas, le otorga por tanto el Premio Jugador 12 en un momento de madurez, de goce, enviando mensajes de solidaridad, tolerancia, hermanamiento y unión entre aficiones. Un reconocimiento para los que hoy completan el aforo del estadio, pero que no habría sido posible sin la lealtad de aquellos fieles seguidores que en la categoría de bronce mantuvieron las constantes vitales de la esperanza, recordando al resto que en Cádiz no laten corazones sino ilusiones imposibles de tocarlas.

El amarillo se viste de enseñanza cada domingo, en un deporte tan voluble como el fútbol en el que sus héroes se lanzan a la pira dependiendo del resultado, la afición del Cádiz sentó cátedra. Puede que no sea la mejor, pues llegado el momento una inmensa mayoría de las aficiones afrontan las vicisitudes del fútbol de una forma muy similar, pero existen pocas aficiones tan peculiares y leales como la gaditana.

El amarillo no está maldito para los artistas

Foto: José María Colomo / VAVEL
Foto: José María Colomo / VAVEL

En Cádiz el fútbol se vive apasionadamente, constituye un sueño que sufrió reveses continuos, pero que perduró gracias a pioneros de la risa, la pasión y la fidelidad. Carranza es Cádiz, vivió épocas de altas exigencias en correspondencia al nivel de los futbolistas con los que llegó a disfrutar, pues no hay que olvidar que llegó a ser uno de los teatros de verano más prestigiosos del mundo, el único en el que el amarillo no está maldito para los artistas. En su escenario se representaron las mejores obras y dejaron su impronta de grandeza los mejores actores del balón. Es más, por una de aquellas inexplicables jugadas del destino, Houdini eligió su césped para reencarnarse en futbolista, pues no sería concebible la magia del fútbol sin el binomio Carranza y un número once llegado desde El Salvador.

Culto al milagro y a la magia

En aquel tiempo más que un estadio fue un lugar de peregrinación en el que se rendía culto al milagro y a la magia. Pero los milagros que en Cádiz existen, se acaban; por lo vivido durante ese periodo de tiempo, en el que la divina providencia se olvidó de Carranza, este reconocimiento ha sido acogido con gran ilusión por la masa social del Cádiz. En Cádiz el fútbol se interpreta, festeja y expresa con una personalidad absolutamente distinta, única,  al punto de que un grupo de aficionados pueden corretear junto al linier marcando la línea del ingenio y el fuera de juego para demostrar que no encuentran par en la gracia. Como toda afición creció aprendiendo de sus aciertos y errores, viviendo tiempos de confusión en los que en Carranza se cantó ¡Alcohol, alcohol…! en el que el resultado presuntamente daba igual, tiempos de inconsciente gratitud eterna, fruto de un breve regreso a la élite tras décadas atravesando el destierro de la decepción.

Una afición madura

Por lo aprendido desde entonces, por ser exigente y leal, por no temer a las distancias cuando se viaja con el objeto de representar la humildad como síntoma de grandeza, por su madurez, paladea y agradece de manera especial el reconocimiento. Dijo hace no demasiado Álvaro Cervera que en Carranza se contempla un taconazo y se viene abajo el estadio, y tiene toda la razón porque forma parte de la genética de una afición con un estilizado gusto por el buen fútbol, pero existe en su personalidad una dualidad que le permite valorar igualmente el esfuerzo, el de todos aquellos otros componentes fundamentales de este deporte. Su afición es el reflejo futbolístico de su identidad, de sus gentes, aquellas que agudizaron su ingenio y picaresca para sobrevivir a la escasez de los tiempos. Porque sus gradas son sabias cuando callan e inteligentes y mágicas cuando hablan.

Una caja de bombones

Foto: CSA / sánchez carrero arquitectos
Foto: CSA / sánchez carrero arquitectos

Carranza tiene pinta de pequeña bombonera, respira una pasión parecida a aquella, y como decía Tom Hanks en Forrest Gump: “la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Para comprobarlo simplemente vayan a Carranza y disfruten con su afición, un mundo aparte azul y amarillo que late en la República independiente de sus gradas.