El Athletic Club de Madrid, fundado en 1903, se fusionaba tras la Guerra Civil con el Club Aviación Nacional, entidad más fuerte entonces en términos deportivos y económicos. El equipo recién creado pasaba entonces a llamarse Athletic Aviación Club, denominación que mantendría hasta enero de 1947. Sería entonces cuando pasó a adoptar su nombre actual de Club Atlético de Madrid. A esto debe añadirse que en enero de 1941 se prohibió el uso de extranjerismos por parte del Régimen, por lo que el equipo sería conocido durante aquellos años como Atlético Aviación.

Escudo del Atlético Aviación (Foto: clubatleticodemadrid.com).

Una formación que jugaría sus partidos como local en el Estadio Metropolitano hasta su demolición en 1966, si bien en 1940 se vio obligado a hacerlo en el estadio de Vallecas debido a los trabajos de reconstrucción de su feudo. Unas obras absolutamente necesarias a causa de los serios destrozos provocados por la Guerra Civil. El Atlético Aviación estrenaba su recién conseguido título de liga recibiendo a un Celta que presentaba numerosas caras nuevas.

Un nuevo Celta

Victoriero (Foto: yojugueenelcelta.com).

Los de Vigo, que se habían salvado gracias a superar un play-off con el Deportivo, iniciaban con ilusión su segunda temporada entre los mejores. Delanteros importantes en años anteriores como Toro o Nolete dejaban su puesto en el once inicial a los nuevos fichajes, procedentes de las Islas Canarias. Mundo, Roig y Del Pino acompañarían en la mayoría de encuentros a los orensanos Agustín y Venancio para configurar una línea de cinco hombres que comenzaría la temporada anotando la friolera de 11 goles en dos partidos. En realidad aquel equipo podía presumir más de canario que de vigués, ya que también el defensa Victoriero y los centrocampistas Sabina y Fuentes poseían origen insular.

El Celta había logrado completar un salto cualitativo, pasando de un fútbol rudimentario a otro mucho más técnico

En total seis de los 11 futbolistas que saltaron al terreno de juego de Vallecas aquella tarde procedían del archipiélago de las Afortunadas, cuatro de ellos recién fichados por el Celta. Antonio Pérez Gutiérrez Victoriero mandaba en una despoblada zaga y destacaba por su envergadura física y su colocación. Antonio Sabina y Antonio Fuentes trabajaban en mediocampo y surtían de balones a la línea de delanteros, multiplicándose en el terreno de juego a causa de las peculiares características de los sistemas tácticos de la época. Fuentes había sido el primero en llegar, cuando todavía no había concluido la temporada 39-40 y lo había hecho con el cartel de futbolista completo y con gran facilidad para el pase, cualidades que demostraría en Vigo durante siete temporadas.

En la línea avanzada se acumulaban futbolistas con desborde, buen toque y gol. Francisco Roig se desenvolvía como extremo izquierdo y destacaba por su visión de juego y capacidad de regate, virtudes que el equipo olívico sabría apreciar y disfrutar durante las siguientes nueve campañas. Su zurda poseía tal calidad que le permitió anotar dos goles olímpicos en Chamartín frente al Real Madrid en la temporada 42-43.

Juan del Pino actuaba como delantero centro y exhibiría su gran olfato goleador en Vigo hasta 1943, lo que le llevaría a sumar 49 tantos antes de fichar por el Sabadell. Sus problemas de alopecia le hacían fácilmente reconocible en la delantera céltica.

Mundo no ofreció un gran rendimiento (Foto: yojugueenelcelta.com).

Raimundo Díaz Mundo era el último de los canarios que integraban aquel once y fue, sin lugar a dudas, el que ofreció un rendimiento más discreto. Jugó un buen número de partidos pese a no conseguir una titularidad indiscutible como tal y sus cifras anotadoras no resultaron relevantes.

Como no podía ser de otra forma, el técnico celeste también procedía de las Islas Canarias. Se trataba de Joaquín Cárdenes, cuyo origen a buen seguro tuvo mucho que ver en los fichajes realizados. Cárdenes había jugado en el Celta a finales de los años 20 y únicamente entrenó al equipo durante el ejercicio 40-41.

Un partido de los de antes

Once en Vallecas.

El 29 de septiembre de 1940 el Celta más canario de la historia ofreció una gran imagen en Vallecas. Una parada del guardameta húngaro Alberty sería el preludio del primer gol céltico, anotado por Del Pino a los tres minutos de juego, tras rematar a la red un saque de esquina. Tan solo tres minutos más tarde una jugada colectiva por el flanco derecho finalizaría con un disparo cruzado del interior diestro Agustín, haciendo el 0-2. La reacción del Aviación no acababa de llegar y de nuevo Agustín, de disparo cruzado lejano, batía al guardameta local Guillermo al filo de la media hora de juego. Sin embargo no todo estaba dicho y otro canario, Paco Campos, recortaba diferencias para los de la capital al cabecear un servicio de su compañero Vázquez. El encuentro alcanzaba el intermedio con la sensación de que el Celta había logrado conjuntar una gran línea atacante.

El segundo acto se iniciaba como el primero, con un nuevo tanto céltico. En esta ocasión la jugada se gestó desde la izquierda para la definición de Mundo, en uno de los escasos goles que anotaría con la elástica celeste. Con 1-4 el partido podría parecer finiquitado, pero el fútbol en aquellos años no se parecía demasiado al actual. De nuevo Campos en el minuto 60 acortaba distancias catalizando la reacción de los aviadores, que a partir de ahí arrollaron al Celta. El mediocampo vigués no conseguía surtir de balones a la delantera como en el primer tiempo y los locales, espoleados por la grada vallecana, conseguían rápidamente el tercer gol. En este caso el tanto sería obra de Pruden, primero de los 30 tantos que acreditaría en aquella temporada.

A partir de ahí los vigueses cayeron como fruta madura ante un enrabietado Atlético Aviación, que lograría voltear el marcador con dos nuevos tantos de Campos, auténtico protagonista del choque. Un 5-4 final que mostraba la volatilidad del fútbol en una época en la que con tan pocos efectivos cerca del marco propio resultaba sumamente complicado controlar un partido. Extraordinariamente ácida la crónica del diario ABC de la época, con feroces críticas a ambos técnicos y de manera especial a la zaga del Celta, calificada como "trío de turistas". Auténtica joya de la prensa de la posguerra.

Consolidación en Primera

Juan del Pino, gran goleador. (Foto: yojugueenelcelta.com).

En cualquier caso el Celta había logrado completar un salto cualitativo, pasando de un fútbol rudimentario a otro mucho más técnico y con una destacada vocación ofensiva. Un fútbol alegre que llegó a Vigo de forma inesperada, exactamente igual que si una ráfaga de vientos alisios se hubiese escapado de las islas Afortunadas. Al celtismo le sentó muy bien en aquellos tiempos tan duros. No destacaban los canarios por su regularidad, algo que en aquellos años se achacaba al adverso clima gallego y a los embarrados terrenos de juego del Norte de España. Sin embargo su llegada permitió consolidar en Primera al club vigués en la década de los 40, en la que únicamente durante la temporada 44-45 se volvería al pozo de la Segunda.

La campaña 40-41 no sería de las mejores, acabando el equipo en una décima posición que implicaba jugarse la permanencia en un play-off, tal y como había sucedido en la temporada anterior. Como se diría actualmente, tantos cambios necesitaban un período de adaptación. Finalmente no sería necesario afrontar tal trance gracias a la ampliación de la categoría, que pasaba de 12 a 14 equipos, sentando las bases para un bloque que competiría mucho mejor en las dos siguientes temporadas. Esperaban entonces nuevos retos en la zona alta de la tabla. Buen momento para marcar la pauta que permitiría encarar dos décadas de vacas gordas. Balaídos tiene mucho que agradecer a las Canarias.