Nacido en Eibar el 6 de enero de 1905, sus padres decidieron bautizarle con el nombre de uno de los tres Reyes Magos de Oriente. Como futbolista se inició en la Unión Deportiva Eibarresa, donde compartió vestuario con el legendario defensor Ciriaco Errasti, así como con otros internacionales como Unamuno o Roberto Echeverría. Cuentan de él que sus mejores virtudes eran la calidad técnica y la visión de juego, las cuales empleaba magníficamente desde su ubicación como interior. Participó en el primer ascenso del Alavés a la máxima categoría, allá por 1930 y jugó también en la Real Sociedad y el Arenas de Getxo. Fue en este último club en el que descubrió su verdadera pasión. Los banquillos comenzaron a llamar a Albéniz desde el momento en que ejerció como centrocampista y entrenador. Corría el año 1935 y faltaba poco para el estallido de la Guerra Civil.

A partir de entonces Baltasar decidió colgar las botas para dedicarse en exclusiva a la faceta de técnico. Poco podía imaginar el ya técnico vasco la cantidad de años que le quedaban por delante y la extensa batería de equipos que iba a quedar reflejada en su hoja de servicios.

Dos años entre los mejores

A la vuelta del conflicto bélico que maltrató al país, Albéniz dirigió fugazmente al Alavés para fichar en 1941 por el Real Club Celta en sustitución de Joaquín Cárdenes. Los de Vigo vivían su etapa más canaria, la cual iba a sentar las bases para disfrutar de una época dorada en las décadas de 1940 y 1950. El técnico vasco llevó al equipo a cotas no alcanzadas hasta ese momento, concluyendo en una espectacular quinta posición en las competiciones ligueras de 1941-42 y 1942-43. En la primera de ellas el equipo incluso saboreó las mieles del liderato durante las jornadas octava y novena. Los 22 tantos de Juan del Pino resultaron fundamentales para mantener a los de celeste lejos de la parte baja y rematar la faena con un brillante quinto lugar. La campaña 1942-43 tendría un desarrollo muy diferente pero una conclusión idéntica. El Celta se movió en la zona media-baja durante los dos primeros tercios de competición para terminar con una gran racha de resultados que le permitieron repetir puesto con respecto al ejercicio anterior. Los 31 tantos que sumaron entre Francisco Roig y Juan del Pino tuvieron buena parte de culpa.

Albéniz en un entrenamiento con el Celta (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Llegaba la tercera temporada consecutiva de Albéniz al frente de la nave celeste y con ella un inesperado batacazo. Una derrota por 7-0 frente al Atlético Aviación sirvió de pistoletazo de salida a una campaña negra de cabo a rabo. Problemas de toda índole, pasando por lesiones y dificultades económicas, lastraron al equipo. Los vigueses ocuparon la posición de colistas en 25 de las 26 jornadas ligueras y acabaron sumando la irrisoria cifra de nueve puntos, con 75 goles encajados y solamente 23 anotados. Un absoluto desastre de principio a fin exceptuando las dos únicas victorias conquistadas durante el curso, ante Real Madrid y Athletic.

El resultado de una inercia

Once dispuesto por Albéniz frente al Sevilla (02/04/1944)

De aquella temporada data un encuentro contra el Sevilla en Balaídos en la penúltima jornada del campeonato. El choque tuvo lugar el 2 de abril de 1944 con un Celta ya desahuciado y un Sevilla que llegaba como tercer clasificado. El día era ventoso en Vigo, lo que añadió un punto extra de dificultad a los contendientes. Pero el equipo celeste, roto y sin ilusión, no opuso demasiada resistencia a un Sevilla muy superior. A los 14 minutos de juego Raimundo remataba un centro de Clemente que servía para adelantar en el marcador a los andaluces. Apenas ocho minutos después Mateo transformaba una pena máxima por derribo de Cons a Rincón en el área. El 0-2 espoleó en cierto grado a los vigueses, que se fueron a buscar la portería de Bustos aunque se encontraron con una falta de puntería alarmante. La misma, eso sí, que se había manifestado durante toda la temporada. Sin embargo, a pocos segundos del intermedio llegaba un centro de Roig desde el córner que Pahiño clavaba en las redes sevillistas. Fue aquella la primera temporada del mítico futbolista en el Celta y el gol convertido ante el Sevilla suponía su segunda diana liguera.

Tras el paso por la caseta el equipo visitante se replegó y el Celta buscó el empate con insistencia. Una igualada que no llegaría, ya que tras una jugada desafortunada entre Deva y el guardameta Hidalgo —con intervención del viento— el balón se coló por entre las piernas del arquero céltico certificando el 1-3. Los locales bajaron definitivamente los brazos y el Sevilla anotó dos tantos más, obra de Raimundo y Juanito Arza, que redondearon un duro 1-5 final.

El Sevilla finalizó la temporada en tercer lugar y el Celta volvió a la Segunda División, de la que retornaría apenas un año más tarde. Baltasar Albéniz se marchaba de Vigo con un mal sabor de boca aunque el paso de los años ha hecho que se recuerden más sus conocimientos y sus estrategias durante las dos primeras temporadas, en las que el equipo se codeó con los grandes.

Segundas partes...

Nada menos que 15 años hubieron de transcurrir para que los caminos de Albéniz y el Celta se volviesen a cruzar. Espanyol, Real Madrid, Alavés, Osasuna, Athletic y Las Palmas fueron sus destinos durante las décadas de 1940 y 1950. Sus éxitos más sonados fueron un título de Copa con el Real Madrid en 1947, un brillante ascenso con Osasuna en 1956 y un nuevo título copero con el Athletic, batiendo en la final de 1958 al Real Madrid de Di Stéfano, que llegaba como campeón continental.

Albéniz, de pie a la derecha, ganó el título de Copa con el Athletic en 1958 (Foto: juegodecabeza.com)

Por fin, en 1959 regresó a Vigo para hacerse cargo del equipo en la quinta jornada. El Celta había descendido tras dos décadas maravillosas y se buscaba un técnico con experiencia para devolver al equipo a la máxima categoría cuanto antes. No se pudo conseguir el ascenso directo pero sí finalizar en segunda posición, la cual otorgaba el derecho a jugar la promoción de ascenso. Sin embargo, temas de despachos iban a enturbiar una temporada que parecía ir por buen camino. La directiva celeste no terminó de confiar en el técnico eibarrés y, a sus espaldas, intentó contratar a Helenio Herrera para afrontar el play-off. La noticia llegó a oídos de Albéniz, que presentó su dimisión irrevocable. Como las negociaciones con Helenio Herrera tampoco fructificaron, se acabó por fichar a Ricardo Zamora. Y como suele suceder en estos casos, el equipo no dio la talla en el momento cumbre y fue barrido por el Real Valladolid. La broma se pagó carísima y el Celta se vio condenado a jugar en la División de Plata hasta el año 1969. La honestidad y caballerosidad del preparador vasco fueron siempre intachables, justo al revés que las de los dirigentes celestes de la época.

El vínculo armero

Real Sociedad, Osasuna, Tudelano, Atlético Tetuán e Indautxu también engrosarían el currículum de Baltasar Albéniz, que no dejó los banquillos hasta la segunda mitad de la década de 1970. En sus últimos años dirigió a la Federación Navarra de fútbol, falleciendo en Pamplona el 29 de noviembre de 1978, a los 73 años de edad.

Pasarín y Albéniz, dos ilustres del banquillo celeste (Foto: fameceleste.blogspot.com)

A día de hoy los lazos entre Baltasar Albéniz y el Celta se han extendido a su población natal. En Eibar existe en la actualidad una peña celtista —la peña Eibarzale—, fundamental en la extraordinaria relación que reina entre las aficiones céltica y eibarresa. Curiosamente, uno de los integrantes de dicha peña es José Ignacio Albéniz, hijo de Baltasar y que tiene 83 años. Un detalle que clarifica hasta qué punto puede marcar en la vida de una persona su trayectoria profesional.

Se trataba, sin ningún tipo de duda, de un amante del fútbol. Unos conocimientos fuera de toda duda y una profesionalidad extraordinaria jalonaron la larguísima carrera de este gran técnico, que dejó impresa su huella allá por donde pasó. Vigo no fue una excepción, dejando un poso de caballerosidad y dignidad fuera de toda duda. Ese fue Baltasar Albéniz, grandísimo entrenador que siempre tendrá un hueco destacado en la historia del Real Club Celta.