Nacido en la capital de la Terra Chá, Vicente visitó a lo largo de su infancia el estadio de Balaídos en varias ocasiones gracias a los viajes que organizaba la peña celtista de Vilalba. Sin embargo, su primer destino como futbolista iba a ser A Coruña, donde llegó con apenas 15 años. Allí se formó en categoría juvenil para pasar posteriormente al Fabril, filial deportivista, equipo en el que comenzó a trabajarse un hueco. Hasta que el 19 de noviembre de 1981 Luis Rodríguez Vaz le brindó la oportunidad de debutar con el primer equipo. Fue contra el Burgos, partido en el que Vicente anotó su primer tanto cuando apenas se cumplían seis minutos de juego. Un debut soñado para el entonces joven delantero, cuyo tanto sirvió para que el equipo herculino venciese por 2-1. Un Deportivo que en aquellos años suspiraba por una Primera División que todavía se le iba a resistir durante una década.

Pieza importante...sin ascenso

A partir de la temporada 1982/83 y hasta la 1988/89 Vicente no bajó de los 2.300 minutos por temporada y nunca faltó a su cita con el gol, a pesar de que solamente en dos ocasiones rebasó la decena de tantos. Su buen hacer le permitió incluso alcanzar la internacionalidad sub-21 en febrero de 1983, en un episodio aislado que no encontraría continuidad. Su curso más brillante de cara al marco contrario fue el 1986/87 —play-off incluidos—, en el que totalizó 22 dianas en 42 partidos. Sin embargo, ninguna de ellas fue tan importante como la que convirtió el 22 de mayo de 1988 ante el Racing de Santander cuando al Deportivo se le marchaba la vida. Corría el minuto 92 cuando Vicente, tras recibir un balón en el área pequeña, batía a Pedro Alba y conseguía evitar el descenso del club blanquiazul a la Segunda División B. Aquel gol se recuerda en la capital coruñesa como el punto de arranque del 'Superdepor', que todavía iba a tardar unos años en terminar de gestarse.

Vicente poseía algunas características de nueve puro (Foto: pinterest.com)

Vicente Celeiro poseía un buen dribling en el área, lo que le convertía en un elemento peligroso a la hora de provocar penas máximas. No se puede hablar de él como un nueve puro aunque tampoco era lo que se entiende hoy por un segundo delantero. En realidad se puede decir que sus características se correspondían con las de un punta dotado de habilidad y un cierto instinto de cara a la portería rival, a la vez que preparado para jugar al lado de otro delantero goleador. Vicente mezclaba el oportunismo de los arietes con el físico de un mediapunta.

Llegada a Vigo...y descenso

En 1989 el gusanillo de la Primera División comenzó a picarle de manera seria. En la temporada 1986/87 un flirteo con el Real Mallorca no había llegado a cristalizar y, tres años después, parecía el momento oportuno para dar el salto. El Deportivo, tras varios intentos fallidos durante aquella década, no acababa de lograr el ascenso a la máxima categoría. El tema comenzaba a convertirse en una obsesión y el de Vilalba no se resistió a cambiar de aires. Trece años en A Coruña no supusieron impedimento alguno para que Vicente aceptase la oferta del Celta, que venía de completar dos magníficas temporadas entre los grandes. Se producía así su incorporación al equipo que dirigía José Manuel Díaz Novoa junto con otros tres atacantes como Mauricio, Nilson Esidio y Salvador Mejías. La misión de todos ellos pasaba por hacer olvidar a Amarildo, recién traspasado al fútbol italiano. Por desgracia para la parroquia olívica, ninguno de los recién llegados completó una buena temporada.

En el caso de Vicente, apenas participó en tres encuentros de liga como titular y no logró marcar un solo tanto, algo que no le había sucedido durante todo su periplo coruñés. Su experiencia en la máxima categoría se redujo a 507 minutos en una campaña desastrosa para el Celta, que pasó por manos de cuatro técnicos y terminó penúltimo, cerrando la década con un nuevo descenso.

Un gol para rescatar un punto

Once del Celta ante el Levante (21/10/90)

Tocaba regresar a Segunda y afrontar un nuevo proyecto de la mano de José María Maguregui. El Celta, como todo recién descendido, partía como favorito a recuperar la categoría perdida, y con ese ánimo se iniciaba la liga. Los resultados cortos fueron la tónica dominante en un aceptable inicio, en el que los de azul cielo sumaron dos victorias y tres empates que les colocaron provisionalmente en la tercera plaza. Sin embargo una derrota en Palamós y un empate en Balaídos ante el Lleida devolvían al equipo a la zona templada. Y en estas tocaba visitar al Levante, colista de la categoría tras siete jornadas. Los de la capital del Turia, dirigidos por el húngaro Antal Dunai, habían iniciado la temporada con muy malos resultados. La victoria del Celta en el Nou Estadi parecía obligatoria, por lo que el equipo de Maguregui saltó al césped con una cierta presión. Durante la primera mitad el dominio céltico fue total hasta que en el minuto 26 un centro de Nacho encontraba la cabeza de Vicente Celeiro. El ex del Deportivo enviaba el balón a las mallas consiguiendo su primer tanto en liga con la elástica celeste. Con todo, el 0-1 frenó las acometidas visitantes, sacando a la luz un punto de conservadurismo que no procedía ante un rival a todas luces inferior.

Vicente encarando a un defensor del Eibar (Foto: La Voz de Galicia)

A la vuelta de vestuarios las tornas cambiaron y el Levante encerró al Celta, buscando con insistencia un empate que iba a llegar tras un rechace de Javier Maté bien aprovechado por el defensor croata Mladen Munjakovic. Todavía quedaba media hora por delante para resolver el entuerto pero el momento del Celta ya había pasado. En el tramo final el asedio levantinista sobre el portal vigués estuvo a punto de obtener el premio de la victoria, especialmente tras la expulsión de Nacho en el minuto 74 por doble amonestación. Solo las grandes intervenciones de Maté permitieron aquel día poner en valor el gol de Vicente y rescatar un punto ante el colista. Curiosamente ni a Levante ni a Celta les iba a ir bien en aquella temporada, descendiendo los granotas a Segunda B y salvando los muebles los de Vigo, ya con Txetxu Rojo al frente. Vicente solo pudo convertir dos goles más, uno en el empate ante el Bilbao Athletic, y otro en la victoria por 2-0 sobre el Orihuela. Ahí se ponía punto final a la producción ofensiva del lucense con la camiseta celeste, que luciría por última vez el 2 de junio de 1991 ante el Albacete de Benito Floro en Balaídos.

Ascensos desde la distancia

Paradójicamente, Vicente contemplaba por aquellas fechas cómo el Deportivo lograba el ascenso a Primera que durante tantos años se le había negado. Caprichos del azar. En Vigo le tocó vivir años un poco agitados y en los que no se acertó con los fichajes, lo que provocó que el equipo no pudiese mantener la línea iniciada tras el último ascenso. De hecho, las dos únicas temporadas de Vicente como celeste fueron sin duda las peores del club —deportivamente hablando— entre 1986 y 2003.

Su experiencia en la máxima categoría se redujo a 507 minutos en una campaña desastrosa para el Celta

En aquel verano de 1991 se confirmaba que Vicente dejaba el Celta y regresaba a su localidad natal para dedicar al Racing Vilalbés su última etapa como futbolista en activo. Los de Vigo regresarían a la máxima categoría apenas un año después, con un nuevo proyecto en el que no figuraba el de Vilalba. Actualmente reside en Vigo y se mantiene con el corazón blanquiazul y celeste a partes iguales. De ello pueden dar buena fe sus dos hijos, uno nacido en A Coruña pero hincha del Celta y el otro nacido en Vigo y con fuertes sentimientos blanquiazules.

Vicente, segundo por abajo a la izquierda, participando con un equipo de veteranos en 2009 (Foto: La Voz de Galicia)

No cabe duda de que Vicente siempre será recordado por aquel gol logrado con el Deportivo en circunstancias dramáticas ante el Racing de Santander. Al Celta no llegó en el mejor momento para destacar y nunca consiguió hacerse con un puesto de titular indiscutible. Ciertamente no acertó con el momento ni el lugar para poder pensar en la Primera División, aunque eso nadie lo podía imaginar por entonces. Y su desempeño en el terreno de juego tampoco resultó brillante, lo que contribuye a que en Vigo se le recuerde como un delantero a contratiempo. Lo cual es muy diferente a que no se le recuerde. Con todo, al menos dejó para la historia del Celta algún que otro gol, como aquel que logró en el Nou Estadi y que significó la conquista de un punto hace ya casi un cuarto de siglo.

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Sobre el autor
José Luis Rodríguez Sánchez
Soy farmacéutico hospitalario