Cuando a mediados de 1935 el Celta fracasó en su intento de ascender a Primera se encontró con que la continuidad en la División de Plata iba a ser el menor de sus problemas. Una situación económica que rozaba la quiebra técnica exigió lo mejor de los integrantes de la plantilla céltica, pero también de una afición todavía muy joven y llena de buenas intenciones. No se pueden entender los éxitos que llegaron en los siguientes años —y en las siguientes décadas— sin recordar los sacrificios que hubieron de realizar futbolistas como Gonzalito, Armando, Calibre, Pirelo, Ignacio o Polo, capaces de renunciar a una remuneración de unas 14.000 pesetas de la época para salvar a una institución que por entonces apenas contaba con 12 años de vida. Sin duda se trató de un gesto que hoy resulta inconcebible en cualquier club que se vea abocado a la temida Ley Concursal.

Gol del Sporting al Celta en partido correspondiente al Torneo de las Mancomunidades de 1935 (Foto: blog.elcomercio.es)
Gol del Sporting al Celta en partido correspondiente al Torneo de las Mancomunidades de 1935 (Foto: blog.elcomercio.es)

A lo largo de un verano muy movido se logró que Rodrigo de la Rasilla aceptase presidir una junta directiva a la que costó mucho convencer por parte de los socios de que asumiese la complicadísima tarea de facilitar la viabilidad del club. Hasta tal punto llegaban las dificultades monetarias que se decidió convocar una asamblea para decidir si era posible afrontar la competición nacional o se debía renunciar a participar en ella. Pero como siempre pasa en las grandes ocasiones —véase la crisis de los avales como ejemplo— el celtismo habló y lo hizo bien alto. Los socios decidieron incrementar las cuotas que ellos mismos debían pagar, a la vez que se conjuraron para acudir al estadio y para animar a todos los aficionados a que lo hiciesen con el fin de conseguir mejores recaudaciones semanales. Eso es apretarse el cinturón. Eso es amor a un club. Hace 80 años, en una época en la que las dificultades económicas poco tenían que ver con las actuales, lo tenían clarísimo. Su Celtiña tenía que seguir adelante costase lo que costase.

Una temporada especial

Y en estas llegó Ricardo Comesaña, vigués de nacimiento y gran deportista de la época. Sin apenas liquidez, el club no pudo afrontar desembolsos relevantes con vistas a reforzar la plantilla. Aunque el objetivo pasaba por lograr el ascenso que ya se había rozado en la temporada anterior, el reto más inmediato que tocaba abordar no era otro que el Torneo de las Mancomunidades, también denominado Liga Super-regional. Era aquella una competición que se había creado en la campaña anterior con la finalidad de reemplazar a los torneos regionales y que agrupaba a los mejores equipos de Galicia y Asturias. Una derrota por 6-0 en el estreno en Gijón no invitaba al optimismo y los resultados que se alcanzaron en los encuentros sucesivos no alcanzaron más que para lograr la cuarta plaza sobre un total de seis equipos participantes. Nunca más se disputó este torneo, ya que la Guerra Civil impidió retomar las competiciones hasta 1939, momento en que se decidió centrar el interés en los torneos nacionales. Sin embargo al equipo le vino bien foguearse en aquel momento contra los rivales más potentes de la zona para compensar la raquítica pretemporada de seis días vivida en verano y conseguir así un mejor ensamblaje con vistas a comenzar con mejores expectativas la liga de Segunda División.

Ricardo Comesaña, primero por la izquierda en la fila superior (Foto: yoentrenealcelta.blogspot.com)
Ricardo Comesaña, primero por la izquierda en la fila superior (Foto: yoentrenealcelta.blogspot.com)

Y, aunque lo cierto es que también se comenzó perdiendo por 5-1 ante el Nacional de Madrid, el equipo solo sufrió tres derrotas más en la fase regular, en la que ganó los siete encuentros que disputó en Balaídos. El primer puesto final conseguido en el grupo I permitía a los de Comesaña disputar la liguilla de ascenso junto con Zaragoza, Girona, Arenas de Getxo, Murcia y Xerez. El Celta, bajo la dictadura goleadora de Nolete y Agustín, continuó intratable en su estadio, en el que repitió un pleno que se complementó con los tres puntos sumados a domicilio ante Xerez y Murcia para alcanzar el ansiado ascenso. La gente acudía cada vez en mayor número al estadio y el club olívico no solo sobrevivió, sino que rubricó la temporada más brillante de su todavía corta historia justo antes del estallido de la Guerra Civil.

Tres años muy largos

El conflicto bélico cortó de raíz las ilusiones de un equipo en crecimiento. Durante los tres años que duró la guerra muchos de los integrantes de la plantilla — entre ellos Toro, Nolete o los hermanos Machicha— debieron incorporarse al frente. Mientras el club, cuyos ingresos a través de cuota disminuyeron dramáticamente, organizaba torneos para los más jóvenes con la ilusión de que se pusiese el punto final a un conflicto que en Galicia no registró tantos enfrentamientos armados como en otras regiones.

Como siempre pasa en las grandes ocasiones el celtismo habló y lo hizo bien alto

Por fin, en el verano de 1939 y en un país arrasado por la guerra, la maquinaria del fútbol intentaba desperezarse y dejar de lado las penurias del momento. Pedro Braña, quien reemplazaba a Rodrigo de la Rasilla en la presidencia, asumió la tarea de recuperar a los socios perdidos durante los tres años anteriores. Su campaña resultó un éxito y en pocos días quintuplicó los abonos, que rápidamente superaron el millar y alcanzaron cifras similares a las de 1936. La plantilla se completó a tiempo para iniciar la liga en Primera División, con la excepción del guardameta húngaro Alberty, quien se incorporó en enero de 1940. El equipo dirigido por Ricardo Comesaña no pudo comenzar con victoria y cayó por 3-2 en su visita al estadio de Torrero, donde jugaba sus encuentros como local el Zaragoza. Después de cuatro derrotas consecutivas los de Vigo consiguieron su primer triunfo en la máxima categoría en Nervión, en el día que cerraba el año 1939.

Dos puntos de oro

Al paso por la undécima jornada —de un total de 22— el conjunto céltico recibía en Balaídos al Betis, equipo que había conquistado el título liguero en 1935. Las cosas cambiaron mucho tras la guerra para los de verdiblanco, que se encontraban en antepenúltima posición con apenas ocho puntos en su casillero. Peor todavía le iba en ese momento al Celta, colista con solo seis unidades. Pero los de casa salieron con ganas y a los seis minutos de juego Antonio Gestoso Chicha II batía al guardameta Suárez tras un disparo previo de Agustín. Los de celeste continuaban con su acoso sobre el marco visitante pero la falta de acierto propició el empate verdiblanco, que llegaba en el minuto 25 por medio de Paquirri. Con 1-1 se llegó al descanso y todo quedaba pendiente para la segunda mitad.

Alineación Celta-Betis (11/02/1940)
Alineación Celta-Betis (11/02/1940)

Nada más salir de la caseta los peores augurios se confirmaban para los de Comesaña. De nuevo Paquirri anotaba y colocaba un preocupante 1-2. Las brusquedades comenzaban a hacer acto de presencia sobre el terreno de juego cuando Nolete restablecía las tablas tras ejecutar con éxito un libre directo. A partir de ahí el Celta fue el único que quiso llevarse la victoria y los visitantes se entregaron a un juego bronco y destructivo. Agustín, el mejor hombre sobre el campo en aquella tarde, conseguía el 3-2 mientras que el Betis respondía con entradas de una dureza tal que el árbitro —señor Gojenuri, vizcaíno— se vio obligado a expulsar a dos de sus futbolistas. Con superioridad numérica el Celta redondeó el marcador con un cuarto tanto, obra de Chicha II tras pase de Nolete. El club olívico aliviaba su situación e igualaba a puntos con Racing de Santander y Betis, que finalmente se vieron abocados al descenso. Los de Comesaña totalizaron 19 puntos y terminaron en antepenúltima posición, suficiente para disputar una promoción de descenso que se superó con éxito tras un memorable gol de Nolete al Deportivo.

Una nueva era

El epílogo como técnico celeste para Ricardo Comesaña llegó con la participación del club en la Copa del Generalísimo, que se disputaba como cierre de la temporada. El Celta accedió a la competición como representante gallego junto con el Deportivo y superó la primera ronda, en la que eliminó a la Sportiva Ovetense por un tanteo global de 9-3. En octavos de final el rival fue el RCD Español, equipo que poseía un gran potencial por entonces. Los catalanes vencieron por 1-3 en Balaídos y golearon 5-2 al equipo vigués en la vuelta como paso previo a su cruce con el Barcelona en cuartos de final. Barcelona y Valencia también sucumbieron ante unos 'periquitos' que acabaron por conquistar el trofeo, al derrotar en la final al Real Madrid por 3-2. El canario Joaquín Cárdenes ocuparía el banquillo céltico en la temporada siguiente, en la que llegarían unos cuantos fichajes procedentes de las Islas Afortunadas.

Balaídos durante el Celta-Xerez que precedió al ascenso a Primera en 1936 (Foto: fameceleste.blogspot.com)
Balaídos durante el Celta-Xerez que precedió al ascenso a Primera en 1936 (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Fue la historia de unos años en los que la gente tenía cosas más importantes en las que pensar que el fútbol. Pese a ello, el club sobrevivió gracias a una ciudad y a unos profesionales honestos que supieron entender que la unión podía más que la miseria. Y entre ellos un técnico como Ricardo Comesaña, el primero que consiguió llevar al Celta a la máxima categoría; el primero que logró la permanencia entre los grandes.