Una vez más, el golpe fue muy duro. Esta vez más, demasiado cerca pero, como siempre, demasiado lejos. Se pudo tocar la final con la yema de los dedos, los mismos que Pacheco despejó un balón a Iago Aspas que pudo cambiarlo todo. El Celta no pudo marcar en 180 minutos ante un rival rocoso, con las ideas muy claras y merecedor de un puesto en la final. En cambio, perdió la concentración en fases del partido, y en ese juego de locura el Alavés aprovechó para dar donde más duele. No hubo suerte, si bien poco se buscó. Un Celta sumiso a la garra rival que no fue capaz de hacer más que achicar agua, pero mucho fue el cántaro a la fuente, y se acabó rompiendo.

Demasiados nervios en el partido de ida y continuaron en la vuelta. Unos nervios magnificados tal vez por la oportunidad histórica que se presentaba, por presiones externas o por no bajar la moral ganadora que habían mostrado los celestes ante el Real Madrid. No hubo prepotencia en 180 minutos, más bien un respeto extremo al rival, alentado por su afición. Los primeros minutos sucedieron tal cual fuese Balaídos en la ida, con dominio del Alavés en un impulso para meter miedo. Y lo consiguió. Solo Aspas se pudo sacudir de tal temeridad, pero estaba Pacheco. Primero con una parada de reflejos, después con una vaselina que no encontró portería. Miedo que se acrecentó con el disparo de Ibai de falta directa, que no encontró destino por poco. El Alavés dominaba; el Celta no era el Celta. Nervios. Miedo.

Encontró el gol quien más lo buscó

Fue un premio a la insistencia. El Glorioso olió sangre después del descanso, tras un partido más bien soso y que a lo único que sabía era a tanda de penaltis. Pero Pellegrino le ganó la partida a Berizzo, apretó a los suyos y las bandas comenzaron a subir. Asedió al Celta con centros al área, bien puestos por la excelente pierna de Ibai Gómez o bien buscando la velocidad de Theo Hernández. El Celta, cada vez más deprimido, sin juego ni fútbol, sabiendo que el detalle que decantará el partido lo estaba buscando el Alavés. Ibai la tuvo en la frontal del área, pero Sergio despejó bien. Pasaban los minutos y el partido se disputaba en el campo celeste, con pequeñas ráfagas de fútbol que se apagaban demasiado rápido para un equipo que el balón es su religión.

Llegaron los últimos diez minutos, pero el gol se olía desde Vitoria a Canarias. Y un canario llamado Edgar Méndez cazaba un balón en la frontal y con velocidad e inercia ganadora se internaba en el área con demasiada parsimonia por parte de Cabral, Roncaglia y Mallo. Con un toque sutil superaba a un Sergio Álvarez muy hundido. El premio justo llegaba en el momento justo. En la agenda del Celta ahora, además de marcar, se añadía la dificultosa acción de animarse. El gol había caído como una losa más dura de las caídas el sábado en Balaídos. La solución buscaba fue la más evidente, entrada de Guidetti y Rossi y a cazar un balón aislado, pero ni esa opción se pudo contemplar. Y con ello se esfumó el sueño celeste.

El Celta de Vigo no supo jugar sus cartas en 180 minutos, tal vez demérito suyo o mérito del rival, digno finalista de Copa del Rey. Vitoria dictó sentencia de quien fue el mejor en esta semifinal y la obligación del Celta es acatarla. Una segunda semifinal consecutiva que se pierde, y esta estuvo más cerca que nunca para el Celta. ¿Habrá tercera semifinal? lo que sí quedó claro es que Mendizorroza se llevó esa ilusión.