Podría ser cualquier domingo de fútbol de principios de los 90, cuando el 'Deporte Rey' era lo que siempre debería haber sido, un deporte y como mucho un espectáculo, y cuando el deportivismo gozaba de sus mejores momentos.

Como cualquier otro domingo, una familia blanquiazul se prepara para su cita ineludible con su Dépor. En el 'futbol antiguo' existían familias a las que no les llegaba la radio y sentían la necesidad de ver e incluso tocar a sus jugadores, porque a los 'jugadores antiguos' se les podía hasta llegar a abrazar. Los semidioses se estudiaban en los libros de Historia.

"¡Niños preparaos, hay que ir al Dépor!" repetía cada domingo un padre de familila dos horas antes del comienzo del encuentro. Inmediatemente la réplica, "¿pero qué quires abrir tu el estadio?". Todo tenía su explicación. En aquella época, había que llegar pronto para coger un hierro antiavalanchas, así los niños tendrían donde agarrarse y tendrían la protección paterna a su espalda.

Evidentemente nadie puso en duda su teoría y a las 16 horas (una hora antes del partido) el padre, la madre y los dos hermanos se parapetaban a un antiavalanchas en una grada de General, llena de obstáculos y de barreras visuales. Riazor pedía a gritos el paso a la modernidad. Especial Niños, Marcador, Los Egipcios, la Curva Mágika, la Torre de Marathon, Tribuna y Preferencia se saludaban en cada partido sin saber que su remodelación estaba más que próxima.

Pero si de obstáculos en un estadio hablamos, las vallas "ganan el partido". Creadas supuestamente para evitar posibles invasiones de campo, se llegaron a ver con el tiempo como normales, de igual manera que en normal se fue convirtiendo la idea de ver el fútbol en cuadrícula. Eran un elemento incómodo pero a la vez imprescindible en una grada de General que en aquellos tiempos vivía sus mejores momentos.

¿Dónde colocar sino las cintas blanquiazules que llegaban hasta Marathon?, ¿Dónde colgar las pancartas de Porcos Bravos, Los Suaves, Sección Barragan, Sección Nel, Riazor Blues, Peña Deportivista de Betanzos y un largo etcétera?

¿A qué elemento se avalanzaba uno cuando un 10 tímido marcaba de zurda o cuando un brasileño menudo se acercaba para casi llorar encogido besando un escudo?. Exactamente al mismo elemento que te separa del fuego de Preferencia un 9 de junio del 91, sobre el que apoyas tu cabeza y agarras tus manos un 14 de mayo del 94 y sobre el que botas y sacudes un 19 del mismo mes pero de otro año, el gran 2000.

Para aquel niño de familia las vallas que franqueaban Riazor eran como un muro cosa de mayores, una atalaya para hooligans que luego fueron Ultras, un espacio para aquellos rebeldes que megáfono en mano decidían que por aquí o por allá debía sonar el estadio, despedir a segundos abuelos (Arsenio tú nunca te irás…), a ídolos imborrables (Sempre ficarás no nosso coraçao) o saludar amablemente a vecinos del Sur.

El niño crece y como casi siempre lo peligroso se convierte en atractivo y ahora es él el que le pierde miedo al muro y celebra subido y bandera irlandesa en mano un gol del brasileño fino al Dortmund, una montera invisible de Barragán al Madrid o roza con sus dedos una de las dos casacas que usaba otro brasileño que después resultó ser Balón de Oro. El muro igual que se sube se baja después de un latigazo de Djorkaeff que te aleja definitivamente de Bruselas, cuando Losada les da la razón a 500 celestes o cuando descubres que en Frankfurt además de hacer salchichas, te pueden aguar una UEFA.

Con el 2000 el fútbol nos sorprende, se caen los muros tanto de los estadios como de los mercados y la afición se sienta. Riazor renueva estética y puede que pierda algo de magia cuando las vallas dejan de existir. Todo el mundo sabe que se mejora pero parece que por lo menos General (ahora Marathon Inferior) pierde chispa. No hay antiavalanchas molestas, el aficionado tiene que estar sentado y ya no existe aquel aquel elemento que evitaba tragedias y que ahora hace sentir más cívico al ver que, aún sin muros, el aficionado es capaz de controlar sus impulsos y no invade ni agrede.

Hace 13 años de Riazor sin barreras y aquella familia ve hoy el fútbol cómodamente, sin prisas y sin cuadrículas, pero aquel niño y puede ser que otros muchos, añoren la pasión del fútbol antiguo, los estadios Prehistóricos y unos recuerdos asociados a otros tiempos que seguro regresarán.

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Sobre el autor
Jacobo Mosquera
Cuenta de la redacción del Deportivo de la Coruña en VAVEL.