Llegó el Deportivo al Bernabéu con aires de grandeza, pero se estrelló contra la ilusión madridista de volver a sentirse grande. Tuvo sus opciones, peleó y controló con temple el recorrido del esférico, aunque le faltó puntería, justo lo que presentó un Madrid al que le bastaron dos zarpazos para reconducir su deriva. Castigó demasiado a los de Víctor la eficacia de los blancos, perdiendo poco a poco esa paciencia que les acercaría al éxito. Los goles no llegaban, y el Madrid lo aprovechó dando lugar a una bacanal de goles que encarnó la crudeza que a veces se da en un campo de fútbol.

No sintió complejo de inferioridad el equipo herculino, especialmente en los primeros minutos, cuando la posesión, las ideas y las intenciones del encuentro eran únicamente propiedad de los coruñeses, manejando posesiones largas, con movilidad en la tres cuartos y una acidez en sus argumentos que pudieron materializarse en más de una ocasión. Poco tardó en tenerla Lucas, participativo y respondón, que encontró las cosquillas a Pepe y Ramos, que no acababan de aterrizar, pero la presencia de Keylor se hizo notar para desbaratar una ocasión clamorosa. Se veía a un Deportivo deslenguado, con la osadía que refleja la clasificación, convencidos de que gran parte del destino del encuentro se jugaba en sus botas, y es que esa ha sido precisamente su virtud: afrontar cada encuentro como una nueva oportunidad de hacerse con tres puntos, sin renunciar a nada, sin discriminar a nadie; pero no entienden de eso en el Bernabéu, si los chicos deciden jugar, pues se juega.

Se veía a un Deportivo deslenguado, con la osadía que refleja la clasificación.

Y jugó el Real Madrid, envuelto en un sueño de ilusión ante la llegada del nuevo técnico, hombre de la casa, leyenda viva en Chamartín. No pudo sentar mejor su llegada, no por evidenciarse una buena metedura de mano en la táctica o la estrategia, que no fue así; sino por el derroche de actitud que garantizaba un aire fresco en el banquillo blanco. La indolencia había quedado atrás, el equipo daba la talla y mostraba los dientes a un Deportivo peligroso que buscaría la victoria desde el inicio del partido. Aunque los locales no crearon peligro en el primer cuarto de hora, justo cuando Benzema se encontró la pelota pasar en las narices de Lux, desviando el disparo de Ramos para romper las hostilidades. Reclamaba el guardameta un fuera de juego posicional de Bale, dificultando su visión, pero los colegiados no quisieron saber nada.

Fue a partir de ese momento cuando al Deportivo se le comenzó a empinar la andadura por la capital, la miscelánea del Bernabeu arropaba con dulzura, y los jugadores se emborracharon de la confianza que se les venía exigiendo. No se vió en la necesidad de destilar un juego esplendoroso, simplemente afrontar el encuentro con pundonor y dejar que el tridente de arriba, hoy desentumecido y abonado al libertinaje, hiciese el resto. Y así fue, Gareth Bale, a un nivel de escándalo, encontró fortuna hasta en tres ocasiones –dos con la cabeza– para presentar candidatura a jugador franquicia en el futuro Real Madrid. Benzema y Cristiano también estuvieron a la altura, reencontrándose con la alegría que proporciona recompensar a tu afición. Este último se quedó sin ver puerta, pero firmó uno de sus mejores encuentros de la temporada, en donde participó más para el equipo –sin privarse de sus diez disparos a puerta– y supo jugar sin balón.

El Deportivo no terminó por bajar los brazos, por más que se despeñase ante el hambre cruda que azotaba a un Bernabéu hoy ingrato, reconvertido en una jungla atroz en donde solo cupo fiereza y crueldad, la misma que hizo que los de Víctor terminasen esta noche con un resultado de escándalo del que, por extraño que parezca, pocas lecturas negativas cabe sacar.

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