A lo largo de este año no han sido pocos los reproches al equipo, una plantilla confeccionada para una temporada más tranquila que no ha logrado despuntar todo lo que se esperaba y que ha provocado que la impaciencia y la frustración se instaurasen en la ciudad herculina. El rendimiento no ha sido el esperado, llevando al equipo a salvarse a falta de una jornada para el término de Liga, una vez más.

El descontento entre la afición es evidente ya que no todo son puntos o clasificaciones. El Dépor lleva tiempo sin tener identidad, no se reconoce al equipo en el campo excepto por la franjas azules y blancas. La gente echa en falta una forma de jugar y de hacer las cosas con la que morir o llegar a lo más alto, con la que sentirse orgulloso y no ser solamente resultadista; un estilo. Esto ligado a ver a los onces futbolistas dejándolo todo sobre el césped, entregándose al máximo en cada balón, siendo intensos. Si se pierde que no se piense que sea porque que el equipo podía haber hecho más: merecer la camiseta.

Ya se ha convertido en una pequeña costumbre que, tras el fin de semana, el compañero burlón de turno se acerque pregunte: "¿Y el Dépor qué?" o "Parecía que este año sí pero no, eh". Y la respuesta es un simple "ya" desganado, mientras uno piensa que es lo mismo temporada tras temporada, que ilusión y decepción van de la mano y que ya estás harto de esto, que duele demasiado o que no merece la pena. Pero lo vuelves a hacer. Sueñas y vuelves a caer, deseando poder dejar esta montaña rusa con ascenso, descensos y salvaciones apuradas para poder tener por fin un año tranquilo. Ambicionas tener un equipo con personalidad y fiel a una idea, que enorgullezca a la hinchada pese a caer derrotado o no logre el objetivo, que conecte con el público de Riazor siendo su extensión sobre el verde.

Pero pese todo esto, lo sufrido en los últimos tiempos, uno no deja el escudo porque sencillamente no puede (ni quiere). Se trata de un sentimiento que cuando te preguntan por él, no sabes explicarlo pero siempre esbozas una sonrisa intentándolo. Para algunas personas es un pasatiempo, una forma de desconectar tras una semana intensa o un espectáculo no demasiado caro, haciendo buena la frase "El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes". La familia, los amigos... todos tienen más o menos claro qué es lo más importante, con matices, en esta vida. Sin embargo lloramos en cada descenso, nos disgustamos en cada derrota y festejamos la victoria o un gol hasta quedarnos afónicos. Acaba un partido y te pones a contar días en el calendario para saber cuándo es el siguiente. Caminar hacia el estadio, ver Riazor de lejos, la torre de Marathon y la gente con la blanquiazul entonando ya cánticos tomando algo en el bar de siempre. Se te hincha el pecho pensando en los derbis o en volver a tener días de resaca europea. Que se te erice la piel con un cántico. Todo eso y más infunde el entusiasmo de cada aficionado, amor por unos colores haciendo que el fútbol sea lo menos importante entre las cosas más importantes.

Por mucho que las cosas estén lejos de ir bien o se considere el fútbol algo trivial, mucha gente tiene el Deportivo en su día a día, pudiendo llegar a entenderse como una forma de vida el ser deportivista.