No atraviesa Gaizka Garitano por su mejor momento en este periplo por las altas cumbres de la primera división del fútbol español. El pasado domingo, en la rueda de prensa posterior al desenlace del compromiso que enfrentó a la escuadra armera frente al Almería, se convirtió en diana de una polémica cuya trascendencia solo responde a la alarmante falta de sensibilidad cultural y, tal vez, de educación y civismo por parte de los periodistas que le acusaron del delito de responder en euskera a una pregunta en euskera.

Pero más allá de las formas, detrás del incidente se esconde un Garitano alicaído, nervioso, frustrado e incapaz de reconducir el rumbo de una nave a la deriva cuyo trayecto y posible naufragio en este segunda vuelta no encuentra precedentes en la historia reciente de la categoría reina del balompié nacional. Lo más parecido, el Rayo de Sandoval.

No sin razón fue convertido el técnico vasco en el centro de los elogios cuando, al término de la pasada temporada, logró el histórico ascenso a primera división con el Éibar después de un curso brillante. Con una plantilla diseñada con la astucia de un cuerpo técnico que no cuenta con recursos, pero sí con un ojo que desataría la envidia hasta del mismísimo Sauron, los Jota, Arru, Errasti, Irureta y compañía exhibieron fe, perseverancia y, por qué no destacarlo, muy buen fútbol para terminar coronándose campeones de la Liga Adelante.

Ni Deportivo, ni Las Palmas, ni Sporting, ni Mallorca, ni Zaragoza. La campeona fue la Sociedad Deportiva y las calles de la vieja ciudad industrial del Bajo Deva se tiñeron de azulgrana. Y el capataz de la nave, Gaizka Garitano, deleitó a los enfervorecidos eibarreses con una muestra gratuita de ‘bertsolaritza’, el Plan B del bilbaíno en caso de no haberse dedicado al deporte, desde el balcón del ayuntamiento que otrora izó antes que nadie la enseña republicana.

A las espaldas de este hombre, clásico del fútbol vasco, pesa no solo la hazaña de 2014, sino la cosecha del año anterior y no menos meritoria: el paso de la Segunda B al fútbol profesional, algo así como el ascenso de la caverna al mundo inteligible utilizando la terminología platónica, tras tres años de frustraciones al calor de los fuegos del inframundo que supone la siempre difícil y deficitaria liga de bronce. Pero en Éibar el trabajo es arte y hasta en la fangosa Segunda B la gestión permitió al equipo convertir el agua en vino y al déficit en un ejemplar superávit.

En las curtidas espaldas de Gaizka cuelgan también las deslumbrantes 19 primeras jornadas del campeonato vigente de Liga que supuso el debut armero entre los grandes. Una primera vuelta que los guipuzcoanos concluyeron mirando a Europa y con un botín de 27 puntos que permitían, sin lugar a dudas, dar por hecha la prolongación del sueño eibarrés.

Sin embargo, los 4 puntos logrados en las 14 jornadas de la segunda vuelta dejan al Éibar al borde del precipicio. La derrota en Almería, el más directo de los rivales, y otros tropiezos difícilmente comprensibles como ante Elche, Rayo Vallecano, Levante o Real Sociedad señalan a la escuadra armera como firme candidata a abandonar el selecto club de la Liga BBVA.

La salida de Albentosa, la mala suerte, la alarmante falta de gol y la falta de confianza que denota la plantilla cuando sale al verde cada fin de semana son algunas de las causas que explican este fenómeno. Sin embargo, y pese a que pocos se atrevan a decirlo y a que una sensación de culpabilidad invada a este que escribe, el propio Gaizka y su incapacidad es otro y, tal vez, el principal motivo del apocalipsis armero.

Una segunda vuelta de pesadilla

Desde que la mala pata arrastró aquel cabezazo de Xabi Prieto al fondo de la red, allá por enero, el Éibar inició un calvario cuyos primeros episodios pueden explicarse bien por la entidad del rival, bien por la mala fortuna. El equipo no perdió su identidad ni renunció a competir –la mayor parte de las derrotas se han producido por la mínima-, sin embargo, en las últimas jornadas, la tendencia es bien distinta.

El Éibar ha perdido sus señas de identidad, ha perdido su alma. Su buen fútbol, su buena presión, su solidez defensiva y sus armas ofensivas, basadas en el trabajo de Arruabarrena, al estilo pivote de balonmano, y la velocidad y calidad de las bandas han desaparecido. Se han esfumado. Los armeros se han convertido en un grupo de futbolistas presas del pánico y del nerviosismo, totalmente superados por los escenarios. ¿Cómo explicar que el equipo que acongojó al Calderón y al Camp Nou haya sufrido esta conversión?

En primer lugar, por la pérdida del rigor defensivo. Los equipos, especialmente los humildes, se construyen por los cimientos. Y el Éibar, que no es para nada uno de los tres peores de la categoría, ha perdido al principal componente de una de las parejas de centrales de moda en la primera vuelta: Albentosa. Y lo que es más grave, sin un recambio después del esperpento del no fichaje de Rafa Páez. Ni Ekiza y Añibarro han estado a la altura de lo exigido, hecho que se explica en parte por los continuos bandazos de Garitano a la hora de diseñar la línea defensiva. Durante las jornadas de la segunda vuelta, prácticamente todas las combinaciones posibles se han visto reflejadas en el campo. Raúl Navas, único fijo, ha jugado atrás hasta con Lillo de improvisado central. La desaparición de Abraham del once, un auténtico puñal por la izquierda, es otro de los expedientes X del entrenador, así como los planes improvisados de confiar en un Dídac Vila falto de ritmo de competición en esta fase final. Solo Bóveda ha dado la talla.

Tampoco resulta sencillo explicar la titularidad de Irureta, empeñado en emular a su míster en otra transformación de héroe a villano. De Zamora de segunda tras un año de ensueño a protagonista de no pocos sonados errores en momentos decisivos traducidos en puntos perdidos, lo que contrasta con Jaime, cuyas participaciones, contadas por exhibiciones, no terminan de verse correspondidas con una titularidad más que merecida.

En el centro del campo, la pareja que tan bien funcionó durante las primeras fases de la temporada, la compuesta por Errasti y Dani García, ha terminado incomprensiblemente disuelta. El primero, relegado al banquillo, y el segundo, de pretendido por el Arsenal a un mediocentro irreconocible. Junto al de Zumárraga han formado Boateng, Javi Lara y Borja Fernández sin un criterio fijo, condenando al equipo a una alarmante inestabilidad y falta de personalidad.

Y arriba solo se salva la fe de Arruabarrena en una formación cambiante y deambulante. Las rotaciones entre Capa, Manu, Saúl, Lara, Lekic, Piovaccari y Arru son constantes, tanto como la falta de confianza que reflejan sus actuaciones en la segunda vuelta. Piovaccari, tras un segundo cuarto de temporada de notable, fue relegado al banquillo sin causa aparente. Del mismo modo que la falta de continuidad de un esquema claro y los constantes parches introducidos por el técnico se han traducido en una preocupante falta de gol –cero en las tres últimas jornadas-. Casos aparte son los del crack frustrado Dani Nieto, cuya falta de minutos tampoco es fácil de explicar, y el de Ángel, titular en la recta inicial, pero relegado al ostracismo desde entonces a pesar de que su velocidad, desborde y verticalidad pueden aportar más que los balones a la olla en busca de un Lekic perdido e incapaz.

Aún restan cinco jornadas para evitar un descenso que parece difícilmente evitable si tenemos en cuenta las dos próximas compañeras de baile –Sevilla y Valencia- y las sensaciones. Cinco jornadas para lograr el objetivo de una permanencia que, en caso de sellarse, no sería por méritos propios sino por deméritos ajenos en la zona baja de menos nivel de las últimas décadas.

Garitano, culpable de la gloria armera y cuyos logros siempre pesarán enormemente más que los fracasos, es también el principal responsable del drama de esta segunda vuelta. Por fortuna, aún hay tiempo para prolongar un año más este sueño.  

Seguro que darás con la tecla a tiempo. Mucha suerte, ‘bertsolari’.