Él es el buen pastor, el que guía al rebaño y lo dirige hacia praderas tranquilas. Él es el que nos alimenta y nos da vida, antaño conocido como Falete, pero ahora el viento a cambiado de rumbo, y sopla a su favor. Esta última temporada ha llevado a Sergio García a la cima del equipo blanquiazul y se ha erguido como el más estimado por la afición, y fácil no se lo han puesto.

Formado en el Bon Pastor, y con un pasado blaugrana, llegó al Espanyol en un mar de dudas, pasó por tres equipos, tres equipos que perdieron la categoria, y eso a los blanquiazules no les hizo mucha gracia, al igual que su pasado en el vecino. Estas dos incógnitas sumadas a su alto coste y su mal estado físico hicieron a la afición espanyolista una afición incrédula y exigente con Sergio. Pero la presión no pudo con él, y día a día se esforzaba para ponerse a tono y llegar al nivel físico de sus compañeros. Lo consiguió a mediados de la pasada campaña, pero un cumulo de lesiones no le dejó despuntar, aunque si se pudieron ver algunos destellos de magia y desborde, sabiendo que lo mejor aún estaba por llegar.

Esta temporada Sergio está irreconocible, parece un clon mejorado de aquel jugador que enamoró a Luis Aragonés, y se sintió obligado a llamarle a las filas de la Roja, solo las lesiones pueden apartarle de su hueco en el once de Mauricio Pochettino. Con la ayuda de su más fiel aliado, Joan Verdú, ha dado alas a este nuevo Espanyol, plagado, como de costumbre, de novedades. Coleta al viento, corretea con desparpajo y sin miedo por la banda de Cornellà, enamorando en cada recorte a miles de aficionados blanquiazules. Las criticas se han convertido en elogios,  y la incredulidad en esperanza. Esperanza en su velocidad, en sus goles y en su talento, sabedores que el objetivo europeo, cada vez más lejano, depende, en gran medida, del rendimiento de Sergio este final de temporada. 

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