Sergio García es el Espanyol. Mencionar su nombre es hacer referencia a los valores que defiende un club, a los colores blanco y azul que tiñen un pedazo importante de Catalunya, a un sentimiento llamado “Maravillosa Minoría”. Lo que representa para la afición perica es incalculable, pues en los mejores momentos de su carrera deportiva prefirió seguir besando el escudo del espejo antes que marcharse a clubes de mayor alcurnia.

El pasado domingo volvió a ser titular. Era un pedido de la afición y del propio Sergio. Los gritos de “Falete, Falete, Faleeeeete” volvieron a hacer retumbar los cimientos de Cornellá cuando la afición quedó prendida por la nostalgia de hace unos años, y otra vez quiso mostrar el cariño por su ídolo de manera espontánea, sutil y nostálgica.

El público quería magia, y la magia es Sergio García. Falete aporta un toque de magia en un equipo que por momentos luce demasiado conservador. Su calidad con el balón lo convierte en el hombre diferente en acciones de ataque, un matiz de precisión y atrevimiento que necesitaba Quique.

El domingo el técnico lo hizo regresar. Partidazo ante el Valencia ante más de 25 mil personas. El marco ideal. Cornellá ondeando banderas blanquiazules y el capitán sobre el césped desde el pitazo inicial. El resultado otorgó la razón a quienes lo pedían desde hace tiempo: Sergio fue un torbellino más allá de los tres cuartos de cancha, pidió el balón, chutó y dio pases. El gol no cayó por infortunio, pero los pericos fueron infinitamente superiores durante toda la primera mitad y gran parte de la segunda.

Sergio García puede aportar muchísimo al Espanyol para salir de la crisis en la que se encuentra respecto al gol. No solo ofrece su olfato de viejo depredador, hidalguía para hilvanar acciones de manera individual o deseos de ver a su elenco triunfar, posee, además, una conexión muy especial con la grada, es un líder dentro del rectángulo y un peligro inminente para los defensores rivales. Pero sobre todo, Falete representa algo que valora mucho el aficionado del Espanyol: el amor desprendido por el escudo. Y eso, en Cornellá, es sinónimo de victoria.