Vladimir Weiss, Vladi para los amigos, tiene ya un pequeño hueco en cada corazón blanquiazul. Llegó a la Ciudad Condal procedente del Manchester City, donde los fichajes estrella no le dejaban ni un recoveco para demostrar su calidad. Ese espacio vital lo encontró en el Espanyol, y lo que parecía ser un futbolista revulsivo se ha convertido en imprescindible y un pilar que sustenta al equipo en lo más alto de la clasificación.

Weiss es un amante del fútbol, criado entre balones y tacos, entre caucho y redes, entre sudor y entrenamientos. Hijo y nieto de futbolistas de renombre en su país, desde pequeño le enseñaron a disfrutar del deporte rey, a conocer a la perfección los entresijos de este curioso mundo. Se amamantó de fútbol y eso es lo que desprende allá donde va.

El jugador eslovaco, de tan sólo 21 años, ha demostrado con creces sus cualidades futbolísticas. Entre las que destaca su agilidad con la pelota en los pies, y su visión de juego. La banda izquierda parece una autopista sin peaje cuando es a él a quien le toca atacar, y ha puesto en difíciles aprietos a todos los laterales de España.  Mauricio Pochettino le ha dado galones, y ha conseguido gestionar a la perfección su inexperiencia y su habilidad. Ilusión no le falta, y le sobra juventud y desparpajo, lo que sí va a necesitar va a ser mucha suerte para encontrar un grande de Europa donde admiren sus destellos, donde aprecien, como han hecho en Cornellà, la magia de un joven de un país lejano.

Aún no habla español, pero su comunicación con la grada es más que palpable, los socios de Cornellà vibran cada vez que escuchan su nombre por megafonía, y tiemblan cuando les vienen a la cabeza el recuerdo de que solo es una cesión, de que esta historia puede no tener un final feliz, de que Weiss se irá a enamorar a otros estadios y a otras ciudades. No sabemos cuándo será, pero la continuidad no parece cosa fácil.

Siempre quedarán las sonrisas, la felicidad y el llanto que se producían en los corazones espanyolistas, cada vez que Weiss, conducía un balón por banda, los suspiros cuando, con sutileza y elegancia, superaba a un rival, la sorpresa y la emoción que hacia, de este joven eslovaco, una bala los domingos en Cornellà. Y sobre todo el entusiasmo, el bullicio y la alegría de cuando, este nuevo periquito, introducía el cuero entre las redes del conjunto rival. Porque habrá vestido la camiseta tan solo un año, pero periquito se es siempre o nunca. Y en su caso no hay duda.