El amor incondicional es una forma de amar muy leal que fundamenta su ser en el hecho de amar sin tener en cuenta las consecuencias ni las decepciones, pero siempre amando la esencia, independientemente de si por el camino se producen contratiempos e incluso se cometen errores.

A diferencia del amor ciego (no hay peor ciego que el que no quiere ver) la incondicionalidad es una práctica constante, requiere un aprendizaje y está considerado como un amor verdadero. Un amor de ojos bien abiertos que no se deja manipular por la sencilla razón de que es un amor a largo plazo. Y la mejor forma de amar a un club, a una época, a un estilo que representó a unos colores, es mostrar desacuerdo cuando se considera que el ente físico, abstracto o espiritual en cuestión se aleja de aquellos parámetros por los que se hizo acreedor a tantos incondicionales.

Ser incondicional de una idea, un equipo, unos colores, también conlleva la obligación de expresar descontento cuando, estos seguidores, estos socios incondicionales, no se sienten identificados con lo que pueden ver sobre el terreno de juego.

Por ese motivo, mucho más en el fútbol, en el que la memoria reciente es la que genera las sensaciones motivacionales de futbolistas, técnicos, prensa y afición, ha de otorgársele absoluta libertad a la gente para que se exprese con total independencia y espontaneidad. Resulta absurda cualquier tipo de acción o declaración dirigida a intentar manipular o silenciar la opinión del socio, el aficionado, pues son ellos los que realmente tienen mayor derecho a mostrar disconformidad ante lo que se les ofrece.

El fútbol es un espectáculo, hoy día es el negocio del espectáculo, y en la última década el Barcelona llegó a ofrecer el que posiblemente fue el mayor espectáculo del mundo de su disciplina deportiva. Es lógico por tanto que cuando se detectan síntomas diáfanos de que el club se aleja cada vez más de su identidad, de que los dirigentes no están a la altura de la historia del mismo, de que estos mismos han respaldado a una secretaría técnica y a un proyecto deportivo que ha hecho prevalecer la inminencia de los resultados sobre una base de individualidad, la gente muestre su decepción.

Es cierto que en este negocio el resultado puede llegar a tapar cualquier tipo de política deportiva, que un día eres el mejor y al siguiente lo peor, pero en Barcelona se han tomado demasiadas decisiones contraproducentes para el futuro del club. Puede resultar una inmensa estupidez cuestionar al flamante tridente de ataque del Barcelona, mucho más cotejando sus impresionantes estadísticas, pero cuando no era nada popular decirlo, Johan Cruyff ya dijo que no era partidario de esa sociedad de ataque.

Johan habló entonces de demasiados gallos en un mismo corral, y la tremenda sintonía entre los tres atacantes del Barcelona le quitó la razón por un tiempo; pero como siempre sucedió ese paso del tiempo acabó devolviendo la razón a un holandés adelantado a todos. Johan avisaba entonces que tanto el juego colectivo del Barça como el equilibrio financiero del club corrían peligro de fracturarse y, visto lo visto, toda la sintomatología apunta a ello.

Ciertamente era misión imposible llevar a cabo la regeneración de un equipo maravilloso sin pagar un alto precio, y para intentar evitar el desplome del equipo a medida que el tiempo fuera cayendo sobre los grandes iconos de una generación de jugadores irrepetibles, se recurrió a la cartera.

De esta forma se logró dilatar en el tiempo la eficacia y la competitividad del equipo, que no la excelencia y su juego coral, pero en ese viaje se produjo una dejación de funciones que han dilapidado el futuro de un club que tenía una idea y una filosofía absolutamente reconocible.

El Barça de hoy es un Ferrari con la pintura descascarillada por el tiempo, se echa en falta una adecuada y acertada regeneración de la plantilla. Debe resultar curioso ver a Thiago jugar como los ángeles en la media del Bayern, ver a Modric haciendo lo propio en Madrid, ver a Verrati hacer de Iniesta y Xavi en la ciudad de la Luz, ver a Enzonzi en Sevilla o a Rabiot en Paris hacer de Busquets.

Igualmente curioso debe resultar ver a Héctor Bellerín en la banda diestra del Emirates, tan curioso como ver a Sergi Roberto sufrir pegado a la línea de cal y tan inexplicable como comprobar que a día de hoy, André Gomes (un futbolista en proceso de construcción, como Denis Suarez) cuente más para el técnico que Rakitic, una auténtica realidad. Ser defensa en Barcelona siempre resultó una tarea ciertamente compleja, puesto que al trabajo defensivo habitual siempre se le exigieron una serie de cualidades técnicas y físicas especiales, pero cuando el Barça deja de jugar como equipo es prácticamente una misión imposible. El plus de desequilibrio que aporta la MSN es irrefutable, pero el resto del equipo paga un alto precio para poder mantener conectadas a sus tres grandes estrellas.

El Barça de hoy se desangra por ambas bandas y fundamentalmente por el medio del campo, allá donde se fundamentó su excelencia. Si a ello se le suma una política de cantera desacertada que ha logrado desmantelar La Masía y, una época de escasez de talento en las secciones inferiores del club, comienzan a encajar las piezas del caótico puzle azulgrana.

Como muy bien ha dicho Guardiola aún es pronto para dar por muerto al Barcelona, puesto que ya son muchas las ocasiones en las que estos jugadores demostraron que la opinión pública estaba equivocada, pero también ha matizado que el Barcelona es el mejor del mundo cuando está a su máximo nivel. Y se quiera o no, hace tiempo que el Barça dejó de estar a su máximo nivel, sencillamente porque los jugadores no son eternos y, porque Messi no puede hacer de Messi, Xavi e Iniesta a la vez todos los partidos.

Todos los focos apuntan a Luis Enrique y los silbidos en el campo sobre André Gomes (su alter ego), y al técnico le corresponde una alta cuota de responsabilidad. Le correspondió en la victoria, como le corresponderá en la derrota y, al asturiano que logró reactivar el ciclo con su marcada personalidad, acabó faltándole previsión, acierto en la regeneración de la plantilla y medida en la evolución de la filosofía.

La incondicionalidad del amor tiene un límite, comprobar cómo ante el Leganés solo Rafinha, Sergi Roberto y Messi tenían ADN azulgrana, debió resultar ciertamente desalentador para los socios. Por ello sería ciertamente saludable discernir entre amores ciegos y amores incondicionales, pero de ojos abiertos como forma de expresión de lealtad.

De mostrar libremente el absoluto desacuerdo fundamentalmente con una directiva que ha situado al Barcelona ante el banquillo de la justicia y, al borde de un precipicio por el que se podría despeñar la identidad que les condujo a la excelencia y a la que hoy se le adivina escaso futuro.