Hubo un tiempo en el que el Barcelona se crecía ante los rivales de mayor envergadura; ante los que entrañaban noventa minutos de dificultades. Ahí es donde se apreciaba la experiencia, la calidad y la claridad de los futbolistas azulgranas; ahí es donde demostraban porqué eran los mejores. Goleaban a equipos de mitad de tabla, pero cuando tocaba enfrentarse a adversarios de alto nivel, jugaban igual. Y ganaban.

Sin embargo, el Barça de esta temporada se caracteriza por su ausencia en las citas cruciales. Por hacerse pequeño en las grandes citas. Hasta hace poco, no salir victorioso de esos encuentros no adquiría una gran relevancia, pues aún quedaba mucha temporada por delante. Pero los síntomas estaban ahí: el equipo no competía, no tenía una idea de juego clara y dependía en exceso de Lionel Messi. Estos indicios negativos se han transformado en realidad. 

Primeros tropiezos en encuentros exigentes

El primer traspié llegó en el Camp Nou el 21 de septiembre. Fue ante el Atlético de Madrid. Luis Enrique apostó por su once de gala en el primer compromiso serio: Mascherano, Rakitic... El croata se adelantó y el Barça dominó, pero la entrada de Correa dejó en evidencia las debilidades defensivas del conjunto catalán.

Tras este empate, llegaría la catástrofe de Balaídos, donde el Celta pintó la cara a la defensa blaugrana y endosó un 3-0 en apenas media hora. Sin ideas, siendo apisonados por los gallegos, tan sólo Gerard Piqué tiró de corazón; y a punto estuvo de lograr la igualdad en el marcador.

El siguiente K.O. vino de la mano de Pep Guardiola y su Manchester City. Otra vez pecando de los mismos errores, sin un ápice de correción. No existió el centro del campo, con un André Gomes y un Rakitic desaparecidos; además, Sergi Roberto ya dejó detalles que hacían presagiar que el Barça necesitaba otro lateral derecho. Necesitaba un verdadero lateral derecho.

Siguen las malas sensaciones

Los partidos frente a la Real Sociedad y Real Madrid fueron otras muestras de la incapacidad competitiva de este nuevo Barça en los partidos fundamentales, en los partidos que dan títulos. En San Sebastián, Messi rescató un empate de milagro, y Willian José y los suyos merecieron golear al cuadro catalán. Ante el Real Madrid, en uno de los peores clásicos que se recuerdan, el Barça fue efectivo de cara a gol, pero Sergio Ramos volvió a mandar un claro mensaje: no ganáis ningún partido importante.

Después, Athletic de Bilbao en Copa del Rey y Villarreal en Liga Santander volvieron a impedir la victoria de los blaugranas. Algo no funcionaba, el equipo no competía en las grandes citas y Messi se apoderaba de todo el protagonismo.

Los dos partidos en Copa ante al Atlético también dejaron notas desesperanzadoras. El Barça sólo estuvo presente en los primeros cuarenta y cinco minutos del primer encuentro; a partir de ahí, la eliminatoria fue de los madrileños. Esta semifinal la perdió el conjunto dirigido del Cholo Simeone; no la ganó el Barcelona de Luis Enrique.

El PSG, la gota que colma el vaso

Como bien se sabe, el tramo intermedio de la temporada es de vital importancia en la definición del futuro. El Barça naufragó en París sucumbiendo 4-0, y con un aura de desolación e impotencia. El equipo fue incapaz de marcar, algo que hubiese cambiado el panorama global. La derrota es menos dolorosa porque era una hipótesis asequible; el calendario previo frente a grandes conjuntos así lo demuestra. Tarde o temprano tenía que llegar. En algún momento, Messi no podría echarse a todo un equipo a su espalda.

Ahora toca un encuentro fundamental para, al menos, seguir con vida en la lucha por la Liga Santander. En el Vicente Calderón, el Barça medirá sus opciones reales para aspirar al torneo de la regularidad. Pero será sólo eso: 3 puntos más. Y observando los marcadores en las grandes citas, además del estado anímico de la plantilla, el choque ante el Atlético Madrid no se presenta como algo esperanzador. Dependiendo del resultado, puede que sea el resurgir de la inercia postivia o el hundimiento total y absoluto.