Pasarán los años, los decenios y las generaciones. A pesar de que Cruyff no haya podido gambetear al cáncer, sí pudo hacerlo con la muerte. Y es que sí, el 'Holandés Volador' se ganó hace mucho un asiento en el selecto anfiteatro de la eternidad, por eso nunca podrá decirse con certeza que 'ha muerto'. En el siglo XX hubo cracks por montones, algunos quizá mejores que él, pero fue su carácter pintoresco, sus conceptos tan ricos y su manejo de balón exquisito los que hacen que no exista ninguno que se le asemeje. 

Hay muchas anécdotas para recordarlo, y sobre todo, no olvidarlo. El 'gol imposible' y el penal indirecto son sólo algunas de ellas. Sin duda, el aporte más grande que Johan Cruyff le hizo al fútbol, fue reinventarlo. Gran parte de la culpa de que eso sucediera fue de Rinus Michels. El legendario estratega, al que algunos llaman el 'inventor del fútbol total', aprovechó la calidad técnica y táctica del nacido en Ámsterdam para conformar el mejor equipo de la historia: la Naranja Mecánica.

Sin embargo, en esa selección holandesa, Johan no era simplemente un muy buen jugador que se dedicaba a seguir ordenes y driblar rivales. No. Todo lo contrario, era un estratega dentro del terreno de juego, como una versión rejuvenecida de Michels que seguía con detalle el funcionamiento del equipo. Como una especie de entrenador que estaba autorizado a sobrepasar la línea de banda y ejecutar su plan por sí mismo, usando el juguete favorito de todos: la pelota.

El gol imposible. Foto: EFE.
El gol imposible. Foto: EFE.

Difícilmente pueda encontrarse un par de pies que contenga tantas virtudes. Cruyff lo tenía todo, un toque preciso, gran capacidad para enganchar, correr al espacio, la capacidad de ver un pase que nadie más podía vislumbrar, una pegada feroz, etc. Parecía un futbolista diseñado por computadora. Su carácter fuerte y su rebeldía tampoco pasaron desapercibidos. Episodios como la 'corrección' a Leo Benhakker (en el que bajó de las graderías hasta el banquillo para orientar a su entonces entrenador) demuestran su singularidad.

Cuando colgó las botas, lejos de apagarse, brilló con más fuerza. Comenzó a entrenar al Ajax y fue ahí cuando se dio cuenta de que no sólo podía igualar el 'fútbol total' creado por su mentor, sino mejorarlo, reestructurarlo y ponerle su sello. Fue así como confeccionó dos equipos gloriosos y tocó el cielo con las manos cuando fue el timonel del Dream Team.

'Joppie', como le conocen sus seres cercanos, fue el faro que iluminó el andar del Barça y le enseñó lo que era la grandeza. Desafió a la tiranía del resultado y siempre priorizó el buen juego por encima de cualquier cosa. El fútbol se lo recompensó con títulos, elogios y admiración por parte de millones de personas. En su camino encontró amigos, enemigos, pero sobre todo, aprendices como Koeman, Guardiola, Van Gaal, De Boer, entre otros.

Cruff en su época como entrenador del Barcelona. Foto: EFE.
Cruyff en su época como entrenador del Barcelona. Foto: EFE.

Tras su salida de la entidad culé, no hubo entrenador que se atreviera a abandonar la filosofía que el holandés había impregnado. La filosofía de Cruyff fue, es y será la bandera del FC Barcelona.

Su trayectoria no estuvo exenta de decepciones o fracasos, tanto en la cancha, como en el banco. La humillación ante el Milan de Capello, la derrota ante Alemania en la final del Mundial, o el hecho de no poder guiar a la gloria a su hijo Jordi, fueron de las pocas excusas que sus detractores pudieron ofrecer para cuestionar su grandeza.

Si hubiese que equiparar a Johan Cruyff con algún otro personaje histórico, por fuera del fútbol, ese sería Leonardo da Vinci. Ambos se asemejaron, primero, en tener una capacidad para innovar y reinventarse en cada una de sus áreas. También en trabajar a un ritmo distinto que a sus colegas, y sobre todo, en probar lo que nadie se atrevió a probar. 

Ni la Copa del Mundo estuvo a la altura del volátil neerlandés. Ahora que descansa en Olimpo del fútbol y ve desde las alturas cómo los técnicos de hoy se matan la cabeza por obtener resultados 'como sea', no le queda más que soltar una suave carcajada.