Hoy corre un aire distinto en el paraje verde del Montanya, un afilado frío silba como cancionero y romancero de ausencias. La primavera, como cada año se hace la remolona, pero en el horizonte ya se intuye su presencia, y lo hace con especial viveza para recordar que hace justo un año Johan se fundió para siempre con su paisaje como polvo liviano. En aquel lugar, 'Jopie', el niño, el padre, el esposo y el abuelo, encontraron la paz, se ausentó en su cuerpo pero por todos sus rincones se le sigue respirando. Límpido, azul y dorado, entre los muertos y los vivos se hacen allí remotos doce meses transcurridos como 14 pasos. De recuerdos y lunas esféricas, de vergeles abrazos, de cielos azules y rosas granas, que cambian el ritmo de marzo a marzo.

Estatua a Johan Cruyff / Foto: Ajax.com
Estatua a Johan Cruyff / Foto: Ajax.com

Como todo hombre, en aquel bello paraje no será más allá de quien quiera su recuerdo, pero resulta que para Cruyff nadie desea el olvido, porque aquel que entre las flores se fue, como rebelde flor del instante del tiempo, entre las flores de una idea quedó para siempre, eterno. Dicen que se cumple un año, pero en un momento dado en el tamaño de los días no hay espacio para abarcar su legado, inmenso. Para Cruyff el mundo siempre fue un jardín y el verde césped sigue siendo una alfombra en la que aun azota su aroma, pues como dice su hijo Jordi, se siente cada vez más presente. La huella que ha dejado es un abismo envuelto por los meses en los rincones íntimos de todos aquellos que tuvieron la suerte de disfrutar, aprender y compartir con su genial concepción del fútbol, la vida y el tiempo. Es, porque sigue siéndolo, como una ráfaga que llegó y borró todo lo establecido para crear un universo nuevo.

En el cementerio de los zapatos viejos el recuerdo de un fútbol rebelde, total y callejero, en Ámsterdam sembrada la estatua de un flaco con flores en el suelo, en Barcelona plantada una semilla que floreció en el Camp Nou, como un sueño. Fuera pesimismos, para qué cuatro defensas si solo hay que defender a uno o dos delanteros. Por un huerto verde llegó Cruyff con su sello, tres defensas y el balón como oráculo, directo al cielo. Mientras la hierba crezca y el balón ruede, Johan permanecerá como una joven jugada. La vida es un sueño sobre el empedrado y en ella sigue Cruyff transformando el mundo con su cambio de ritmo endiablado. Su idea no tiene casa, ni calle: solo tiene un camino, el de la transmigración de la enseñanza por donde la pelota rueda como infinito legado.

Johan es para el Barça, para el fútbol, como el recuerdo de las primeras voces de la alegría, la valentía, la rebeldía, la sola vez de su total imagen para siempre dorada, destellante. El saber que vivir era llevar la luz como sombrero, rememoran las hojas de las crónicas de un jugador, un entrenador y un genio. En el fútbol falta un cuerpo, se añora al hombre, pero jamás dejarán de estar presentes las bases ideológicas de sus sueños. Hoy, que es un día como bajo la tierra, en un momento dado no puede ser menos relevante el tiempo, pues aunque haya transcurrido un año, en el Montanya, Barcelona, Ámsterdam y el Camp Nou, todo sigue lleno de Cruyff, donde la libertad, viento sobre viento, sigue volando alto el pájaro azulgrana de los luceros.