Se dio la lógica. El más grande se impuso ante el más chico y Luis Enrique consiguió la despedida que buscaba. El Alavés tuvo un trabajo sobresaliente hasta el minuto 44 de la primera parte. Pero como suele suceder, las individualidades y, sobre todo, la magia, se terminaron imponiendo.

El ritmo y la postura de los dos equipos no fue muy distinta a la que venían mostrando a lo largo de la temporada. El Barcelona nuevamente estuvo supeditado al trabajo de sus mejores fichas y siguió mostrando las lagunas defensivas que le costaron dos títulos. Alavés, por su parte, fue fiel a su estilo rasposo, intenso y vertical.

Un Alavés sólido y un Barça atado

Pocas cosas se le pueden reclamar al trabajo realizado por el equipo de Mauricio Pellegrino. La primera media hora de la final se desarrolló tal y como le apetecía a los vitorianos, con un juego de roce, trabado y con poca acción en las áreas. Se vio un equipo fuerte atrás pero que no se encerró debajo los palos.

En esos 30 minutos, la postura del Alavés en defensa fue clara: un bloque de 15 metros de distancia, entre los defensas y los atacantes, posicionado en el segundo cuarto de campo. El equipo babazorro montó un blindaje frente a su área (alternando el 5-3-2 con el 4-4-2) que por momentos llegó a ser impenetrable.

Messi, la figura de la final. Foto: FC Barcelona (página web).
Messi, la figura de la final. Foto: FC Barcelona (página web).

Del lado de los culés las cosas se tornaban incómodas a la hora de atacar. No se hallaban espacios ni por el medio ni los costados. Para Messi las opciones de pase escaseaban, Neymar aparecía poco y el gran trabajo de los volantes de marca de Alavés -Marcos Llorente y Manu García- destruía el juego interior.

Todo es gris, hasta que aparece el 'enano'

Algunos estudiosos del fútbol dicen que éste es un 'juego de errores'. El Alavés tuvo pocos, el problema fue que el Barcelona los exprimió al máximo. Bastó con que Messi y Neymar se juntasen una vez para que todo el admirable esfuerzo vitoriano se viniese abajo.

En el instante en que el argentino logró enchufarse en el partido y sacar su mejor versión, terminó el encuentro. El equipo de Pellegrino tenía las líneas bien juntas ¿Y cuál es la clave para romper unas líneas bien juntas? Tocar a primera intención y correr al espacio. Un principio que parece muy simple, pero que fue la clave del segundo y tercer gol culé.

Ante cualquier equipo de su nivel, el Alavés habría llegado con opciones hasta el final, pero con el Barça y, sobre todo, con Messi, no importa qué también lo hagas, nunca será suficiente. Cuando el rosarino une su capacidad con el concepto de claridad, no hay esquema para frenarle. 

Júbilo en el gol de Alcácer. Foto: LaLiga.
Júbilo en el gol de Alcácer. Foto: LaLiga.

Segunda mitad de trámite

Lo único que sostenía las esperanzas del Alavés en el segundo tiempo eran las falencias defensivas del Barcelona. Cualquier bochazo al área o cualquier intento ofensivo de los vitoriano hacía tambalear la zaga azulgrana. Aun así, ese bloque tan portentoso del Alavés se fue diluyendo con el paso de los minutos.

Con más espacios para pensar, Rakitic e Iniesta estuvieron más inmiscuidos en la generación de juego y las oportunidades de gol se presentaban con mayor frecuencia. En conclusión, la clave del partido estuvo en acciones específicas y en el protagonismo de las figuras. Una final que se veía como dispareja, lo acabó siendo, pero no por el funcionamiento colectivo de los equipos, sino por la brillantez de las individualidades.