¿Qué pensarías si D10s os hablara directamente sobre el césped y os dijera: “Os ordeno que seáis felices mientras yo porte la camiseta azulgrana”? La respuesta es sencilla pero sumamente compleja de ejecutar: agradecerle el hecho de que siguiera llevando el número diez del Barcelona disfrutando de su presencia e intentar que se sintiera lo suficientemente cómodo para que no se planteara marcharse del club, al menos hasta que las fuerzas le abandonaran. Del resto no habría que preocuparse puesto que la ilusión es lo que define al jugador argentino. De hecho retrocediendo hacia el origen etimológico de la citada palabra se descubre que procede del latín illusio, -ionnis -engañoy el fútbol es el arte del engaño. Es más, el término surge de illusus participio del verbo illúdere, formado este con el prefijo in y el verbo lúdere: jugar. Precisamente la citada voz posee dos acepciones en castellano, una primera referida al engaño, con voces semánticas como ilusionista, y una segunda desarrollada a partir de la segunda mitad del siglo XIX referida a la esperanza y expectativas favorables depositadas en personas o cosas, o lo que es lo mismo: Leo Messi.

El fútbol es una excusa para ser feliz

Tanto para Messi como para los que acuden a verle, el fútbol es una excusa para ser feliz. En cierto sentido el rosarino es de esos pocos jugadores que aún consiguen que este deporte siga siendo la ópera del pueblo. Leo nació en Rosario, la meca de la gambeta, el triunfo del Yo de la inspiración sobre el Yo de la obligación. Luego se formó en La Masía, en la grandeza de una generación y un estilo que envejeció en las barricas del mejor fútbol, pero el tiempo no perdona y quizás de esa irrepetible cosecha solo se conservan unas pocas botellas. No se duda del intento de renovación, regeneración, pero existen razones para cuestionar la gestión de ese proceso. Resulta cansino redundar en una realidad sobre la que los grandes referentes futbolísticos del Barcelona, que ya no tienen vinculación con la actual junta directiva, inciden sin ningún tipo de vacilación.

El Barça actual es Messi, que descrito en clave deportiva como mesías es capaz de lograr que las penas desaparezcan, que las pésimas gestiones deportivas e institucionales pasen a un segundo plano y, que las expectativas se disparen de tal manera que en un solo mes la mentalidad perdedora se transforme en un desmesurado optimismo cimentado en su zurda prodigiosa.

El fútbol es Messi desatado

Cierto es que por este camino del estío se han hecho juicios de valor apresurados y equivocados. En casos muy puntuales como el de Paulinho –un jugador de nivel y rendimiento inmediato, muy similar en su estilo de juego a aquel Baptista del Sevilla, pero muy mal gestionado en la negociación- se ha sido injusto. Pero cuidado con lanzar las campanas al vuelo porque esto acaba de comenzar y Messi es un jugador con poder sobre las ilusiones del fútbol y el barcelonismo, todo merced a su profesionalidad y genialidad de cada día. Leo se divierte mucho más consiguiendo con su goles que las cosas no sucedan o acontezcan como la mayoría del mundo había pensado. De hecho el Madrid que parecía inalcanzable se encuentra a siete puntos y el diez lleva anotados -él solo- los mismos goles que la que está considerada en la actualidad como una de las plantillas más poderosas del mundo. Muchos expertos desarrollan su análisis del momento actual que viven Madrid y Barcelona con la frase de siempre: “Esto es fútbol”, pero se da la circunstancia de que en realidad esa frase habría que reemplazarla por otra bastante habitual en la última década: “El fútbol es Messi desatado”.  

En el fútbol actual solo existe un futbolista cuya sombra juguetona, que se proyecta tras los defensas que corren tras él, sea capaz de cambiar por sí mismo un partido, un estado de ánimo, y ese es Leo –Cristiano también es capaz pero desde otros parámetros futbolísticos-. De hecho en Barcelona estalló la tormenta perfecta y Leo ha sido el paraguas -La Calma- que ha conseguido que el Barcelona se mantenga a flote en plena marejada. Esto no es nada sencillo pues a Messi le suplican en cada partido más de cien mil socios que lo vuelva a hacer, mientras que en el bando contrario le esperan con todos los medios posibles a su alcance para que no lo consiga. Pero Leo siempre vuelve, siempre está, es un portento infinito nacido para el fútbol.

La excepcionalidad como rutina

No hay necesidad de buscar más explicaciones, indudablemente sus compañeros y el entrenador trabajan para que Leo pueda brillar, pero Messi sigue siendo el niño que hace hablar a los balones, salva a los directivos, hace callar todas las críticas y neutraliza todo tipo de crisis. Cuando Messi no esté, será convertido en divinidad, se le recordará con ese halo de misticismo con el que recordaron los contemporáneos a Pelé, Di Stéfano, Cruyff o Maradona. La memoria trabajará y Messi viajará entre la ficción y la realidad por los recuerdos de la gente, pues se da la circunstancia de que el diez es tan real que a veces parece un sueño, un ser imaginario. No se equivocan aquellos que se sienten privilegiados por haber vivido la época de Leo y su enorme perseguidor –Cristiano-. El tiempo les hará aún más grandes, cada uno en su lugar, pero ambos excepcionales.

La excepcionalidad del diez es un asunto rutinario pese a que porta un bazar encantado en su pierna izquierda. El idioma de Messi habla de magias posibles y realidades improbables, es todo un tratado de lo que creemos ver, de lo que imaginamos soñar, las ideaciones que elabora su fantasía. Su arrancada no tiene pronóstico posible, puede salir para cualquier perfil, de repente camina, de repente vuela, se frena, otea el horizonte y envía un pase de gol. Desaparece y aparece para dar un pase a la red, un zurdazo al ángulo, un latigazo a la base del poste, el rincón verde de césped al que acuden las musas del balón a dormir; por ello en Barcelona mientras exista Messi, todos los demás serán ayudantes de mago. No le den más vueltas, esto es fútbol y lo que parecía imposible hace solo un mes se ha hecho realidad, pero la principal variable de esta ecuación se fundamenta en el estado de forma y la imprevisibilidad de un tipo que de día alquila el sol y de noche la luna para convertirlos en una pelota.