Hay veces, que en el mundo del fútbol se suelen generar expectativas demasiado altas en torno a jugadores que no son correspondidas sobre el verde. Expectativas que, por unas cosas u otras, acaban diluyéndose, perdiéndose en el ocaso del que no termina de responderlas. Pablo Sarabia desde su llegada a Getafe representa esto completamente, sin matices ni cualquier atisbo de reacción a una realidad gris y homogénea que se repite jornada tras jornada.

La llegada de jugadores procedentes de Valdebebas al sur de Madrid se ha convertido en una constante en los últimos años. Si bien las expectativas de lograr el nivel ofrecido por De la Red y Granero eran demasiado altas, al menos, el desembarco en el Coliseum del madrileño se erigía como una reválida ante el fiasco que había supuesto Mosquera para los intereses azulones. Pues bien, Sarabia se ha quedado en tierra de nadie, ni una cosa ni la otra, dejando destellos, píldoras de insuficiente calibre para gozar de una regularidad que necesita para volver a reencontrarse.

La perla de Valdebebas

El joven mediapunta llegaba a Getafe en su mejor momento. Tras una gran temporada con el Castilla, donde incluso llegó a debutar en la máxima competición continental de la mano de Mourinho en un choque ante el Auxerre, Sarabia ponía rumbo al sur de Madrid. Era su momento, el de buscar una salida en busca de esos minutos prohibitivos para los canteranos en la entidad blanca, el de emigrar a Getafe para disfrutar y acoplarse a la élite nacional.

En su debut ante el Levante ilusionó a la parroquía azulona

Previo pago de tres millones de euros y con una opción de recompra bajo el brazo del Real Madrid, Sarabia debutaba en la segunda jornada liguera ante el Levante. Con Luis García ya como técnico, su entrada al campo le dio un nuevo aire al equipo, una cara mucho más asociativa y profunda, vertical y combinativa. Fue el debut perfecto, el soplete que encendió la llama de la ilusión a una grada deseosa de fútbol que veía en Sarabia al perfecto punto de apoyo sobre el que hacer rotar la maquinaría azulona, ese que tanto se anhela aún por las gradas del Coliseum.

Sin embargo, y a pesar de que durante la primera vuelta disfrutó de una gran cantidad de minutos y titularidades, la flama se fue apagando, diluyendo, difuminando con el paso de los encuentros. Hasta el punto de que su peso en el segundo tramo de campaña se redujo notablemente. Las suplencias empezaron a ganar peso respecto a las veces en que formaba en el once y Sarabia no pudo disfrutar de la regularidad que todo jugador necesita para rendir a su mayor nivel. Regularidad que aún a estas alturas sigue buscando y que, a pesar de los cantos de sirena y numerosos rumores que suenan a su alrededor, sería más que conveniente que encontrase en el sur de Madrid.

Esta temporada no ha mejorado mucho el papel del madrileño en el esquema de Luis García. Acostumbrado a gozar de pocas oportunidades, sus opciones de demostrar algo se ciñen a minutos sueltos y así, siendo honestos, es muy complicado que encuentre su ritmo, ese que, por ejemplo, encuentra con suma facilidad cuando juega con la Sub-21 o que mostró durante su última temporada en el Real Madrid. Sarabia no solo jugaba y hacía jugar, Sarabia asistía y se ofrecía, anotaba goles, era el propulsor, la vela que dirigía el barco sin motor blanco. Se sabía fundamental, con confianza y determinación, y eso, cualidades a un lado, hace mucho mejor a un jugador.

Necesaria recuperación

A su máximo nivel Sarabia es un jugador altamente aprovechable. Y más en un conjunto como el Getafe donde los jugadores capaces de conducir con el balón cosido al pie y con la clarividencia suficiente para filtrar balones con ventaja escasean. Su figura algo endeble le delata, es de ese tipo de jugadores que con la cabeza arriba piensa antes que el resto, que con confianza puede ofrecer algo distinto. Es lo más importante, sentirse capaz, tanto por su bien como por el del club.

La recuperación de Sarabia hará crecer al equipo en el aspecto ofensivo

Esta debería ser una de las máximas preocupaciones del técnico azulón para el próximo curso, la de recuperar a un jugador que ha mostrado su inmensa calidad a cuentagotas, en frascos insuficientes que se terminan de llenar muy de cuando en cuando y que, cuando lo hacen, suele ser en momentos intrascendentes, de esos en los que su aportación pasa a un papel simplemente testimonial, de ninguna relevancia para el equipo ni para el propio jugador, que acaba por no encontrarse agusto cuando salta al terreno de juego.

Y Sarabia, o al menos eso demostró en el Real Madrid, no es un jugador de ese tipo de momentos. Ni mucho menos. Asumir responsabilidades, minutos importantes para crecer en lo personal, que es igual de necesario que en los futbolístico. Y es que, no debemos olvidar que el mediapunta tan solo tiene 21 años, que su mejor versión está por llegar y que, teniéndolo en propiedad, sería una auténtica lástima desaprovecharlo. En el debe, su escasa intensidad y su aparente frialdad cuando dispone de pocos minutos, la incapacidad para asumir un rol secundario en el equipo.

Dura competencia

A todos los factores que han imposibilitado la eclosión de Sarabia hay que sumarle el que ha sido su particular vía crucis: la excesiva y contrastada competencia con la que se ha encontrado. La línea de tres cuartos azulona es la que más calidad desprende, la única capaz de brillar con luz propia en la sintonía del equipo sin necesidad de colaboración. Ahí, es donde Sarabia más y mejor podría rendir, ahí, es donde más complicado es poder jugar en el Getafe.

La competencia a la que ha estado expuesto ha sido muy dura

La nómina de la que dispone Luis García en esa línea es de las mejores de la Liga. Pedro León, Diego Castro, Lafita e incluso Gavilán han contado con la confianza del técnico durante el curso. Sin embargo, Sarabia ha ocupado un papel secundario, siempre a la sombra de Barrada, sea cual fuese el estado de forma de este. Y eso dice muy poco de la confianza que generaba en el técnico madrileño el mediapunta quien, incluso, ha jugado en muchas ocasiones tirado a banda izquierda para poder convivir con el marroquí. Y esta, no es la posición que más le conviene a Sarabia, el desborde por fuera y la velocidad para ganar las espaldas de los laterales no están entre sus mejores prestaciones.

La necesidad de reinventarse, de crecer y metamorfosear en el jugador que tantas maneras apuntaba en la fábrica blanca. Eso es lo que pide a gritos Sarabia. Y eso afortunadamente está en su mano, en sus ganas de demostrar lo que vale, en sus cualidades y deseos de continuar la ascensión que se ha estancado en estos dos años en la entidad azulona. Responder a las oportunidades, entenderlas como su pasaporte a la titularidad, esa que tanto ansía y que está tan cerca como él desee, como esté dispuesto a demostrar.