Mestalla tiene un aroma especial para el aficionado del Getafe desde el curso pasado. Allí, entonces dirigidos por Cosmin Contra, los azulones terminaron con una racha de quince partidos consecutivos sin vencer. Allí, el Getafe puso la primera piedra de la férrea torre que terminó valiendo una salvación. Allí, los de Quique Sánchez Flores, trataron de prorrogar la gran imagen mostrada frente al Sevilla y, de paso, traerse algo positivo. Esa media inglesa de vencer en casa y sumar fuera. La máxima para no sufrir lo indecible a final de temporada.

El escenario era idílico, emulando a las grandes tardes de lucha en el coliseo romano. A un lado, en la tierra inundada por el sol, lanza y espada en mano, un conjunto luchando por objetivos ambiciosos que bien podría marcar el César. Al otro, tratando de sobrevivir, como los prisioneros que saltaban a la arcilla persiguiendo un imposible, escudo y armadura azul intenso, una escuadra que combatió y vendió su derrota con su propia vida. Una vida que se prolonga en el tiempo, que ha cedido una vida pero continúa luchando con más fuerza que nunca.

El ejército azulón se presentó sin novedades al envite. Lo que funciona no se toca, y la afición empieza a conocer de memoria a sus guerreros. Permanecieron infranqueables en la trinchera, enardeciendo la guerra en el frente de batalla en cada ofensiva rival. Interrupciones, trabas y una coordinación defensiva más que notable comandada por Jona, que regresaba a casa y se vistió de héroe. Cuando el ataque superaba la muralla azulona, cómo último recurso, defendiendo la torre más alta, el ex ché aparecía.

Negredo celebrando su gol. Foto: Marca.com

La batalla por el dominio del coliseo, por comandar la arcilla y dominar tempo y terreno desde el centro del campo, fue para los de Nuno. Los locales se impusieron ahí y, a partir de ahí, llegaron más y mejor a la meta del Getafe. La superioridad numérica en esa parcela era evidente y al equipo le tocó correr demasiadas veces hacia atrás. Y correr hacia atrás, además de difícil, es desventaja frente al opresor rival que ataca el espacio con el cuchillo entre los dientes.

Por fuera es por donde más sufrió el batallón azulón. En esa zona, con Barragán y Gayá incorporándose continuamente, es por donde más y mejor percutió el ejército local. Fue el talón de Aquiles del Getafe, el punto débil de su trinchera, la principal vía ofensiva ché. Aun así, los centros por fuera buscando al comandante Negredo estaban bien defendidos por dos guerrilleros que, conforme pasan los partidos, van adoptando un mayor rango en el ejército; Naldo y Velázquez. Por dentro los de Quique sujetaron bien y apenas dejaron espacio a la espalda de los mediocentro para que recibieron ahí los Parejo, Enzo y compañía y masacrasen con ventaja la defensa azulona como sucedió en la batalla de la primera vuelta con André Gomes.

Sarabia pudo empatar el choque en la última jugada del partido

Ofensivamente, los azulones no descuidaron la retaguardia hasta que vieron que la contienda estaba perdida. Y cómo resistieron hasta el final, a punto estuvieron de igualar la batalla que desequilibró Negredo desde los once metros con una ocasión que Pablo Sarabia erró bajo palos cuando el lid apuraba sus rayos de sol. Hubiera sido, quizá, un premio demasiado injusto para los méritos de ambos ejércitos. Pero ese fue el mayor mérito de ayer de los azulones. Mantenerse vivos hasta el final. Manteniendo sus opciones, esperando el momento para lanzar su ataque definitivo.

Aún con la derrota, el Getafe debe sacar muchas cosas buenas de su visita a Valencia. La primera, su capacidad para competir frente a cualquier rival. La segunda, la interiorización de una idea, de un sistema de juego que defender hasta el final. A partir de ahí, ya se puede pensar en el Espanyol. Ahí el Coliseum será el particular coliseo azulón. El sitio idóneo para dominar la arcilla, hacer claudicar al rival y vencer una batalla que dé más aire a un ejército que ya espera ansioso con el cuchillo entre los dientes.

VAVEL Logo