El Getafe se enfrentará esta jornada al Fútbol Club Barcelona, ese equipo que se ha ganado el derecho de ser reconocido como el mejor del mundo hasta que se demuestre lo contrario. Ese que no conoce la derrota desde octubre. Ese que tiene ya la liga en el bolsillo, el pase a cuartos de Champions encarrilado, y está clasificado para la final de la Copa del Rey. Ese que, habiendo ganado cinco títulos en 2015 parece seguir teniendo un hambre insaciable de triunfos. Ese del cual solamente caba preguntarse ya una cosa: ¿es posible ganarles?

Que nadie es invencible parece más que evidente, pero si algún equipo puede generar una duda moderadamente razonable al respecto, ese es este Barcelona. Hace tan solo siete días el conjunto catalán entró en la historia del fútbol español al superar el récord del Real Madrid de 34 partidos oficiales consecutivos sin perder, cifra que ahora mismo está en 36 y que parece no tener visos de dejar de aumentar en un plazo corto de tiempo. Y es que, aunque muchos lo han intentado, nadie parece tener la receta para frenar a los de Luis Enrique.

El Sevilla es el último equipo que ha derrotado al Barcelona. Lo hizo el tres de octubre por 2-1

Los azulgrana han demostrado ser capaces de derribar cualquier planteamiento que se les ponga en frente. Si el rival se encierra atrás, tienen armas de sobra para perforar su defensa a través del juego combinativo o de su calidad individual. Si el rival opta por presionar arriba, sus hombres de ataque aprovechan el más mínimo hueco que pueda quedar entre líneas o a la espalda de la zaga para penalizar su osadía. Tratar de dominarles teniendo el balón resulta una utopía que nadie se ha atrevido a plantear. Ni siquiera Guardiola, seguramente el rival que mejor conozca a la plantilla del Barcelona, fue capaz de frenar su instinto asesino a pesar de maniatar su centro del campo anulando a Sergio Busquets con el trabajo de Xabi Alonso, Schwensteiguer y Lahm. El mejor de los trabajos tácticos parece poder aspirar solo a ser una pequeña complicación en el camino de lo que es una auténtica apisonadora.

¿Qué se puede hacer entonces? ¿Esperar a que tengan un mal día? Tampoco parece suficiente, pues incluso en partidos en los que se ha visto un Barça descentrado o impreciso la victoria ha acabado cayendo de su lado. En sus recientes salidas a Málaga y Gran Canaria los de Luis Enrique se encontraron dos huesos muy duros de roer, pero, aunque el apretado calendario y su cómoda ventaja con respecto a sus perseguidores no se lo exigía, acabaron sacándolos adelante con una importante dosis de sufrimiento. La victoria ya no es un premio para este equipo. Han logrado convertirla en un hábito.

Sin embargo, más allá de los resultados merece mención especial también la forma de conseguirlos. Ver jugar a los catalanes se ha convertido en un lujo, en algo que los afortunados que conviven con ellos contarán a sus nietos independientemente del escudo que lleven bordado en su camiseta. La comparación del Barcelona con los Golden State Warriors de la NBA y de Messi con Stephen Curry es inevitable. Cada uno en su terreno, ambos han logrado hacer de la superioridad deportiva el mayor espectáculo del mundo. Algunos no dudan en llamarlo magia. No se equivoquen: la magia tiene trampa. Aquí solo hay una habilidad nunca vista.

La segunda parte ante el Celta, el 7-0 al Valencia y el 0-4 en el Bernabéu son solo algunos de los momentos para el recuerdo que el cuadro barcelonés ha dejado grabados en la historia en los últimos meses. La inteligencia de Busquets, la clase de Iniesta, el olfato goleador de Suárez, y los malabarismos de  Neymar son simplemente algunas de las grandes virtudes que hacen de este Barça un equipo tan eficaz como espectacular. Pero como causa mayor de todo hay una figura. Por encima del bien y del mal, del caos y del orden, está él. Messi. Siempre Messi.

Con una temporada maravillosa, Messi camina con paso firme hacia su sexto Balón de Oro

El hombre que hizo del fútbol su propio deporte. El jugador que ha transformado cada estadio en el que ha jugado en su patio de recreo particular. El argentino que relegó a Maradona a un segundo plano. El ser humano que decidió que no había un récord que no pudiese batir. Cuando parece que nada de lo que pueda hacer ya es capaz de sorprender, Lionel Messi sigue cuestionando las leyes de la lógica partido tras partido. No solo son sus goles, sus regates o sus pases. Es él quien decide a qué se juega en cada momento del partido.

Si quiere un partido rápido, sus conducciones y su capacidad para hacer jugar a sus compañeros a lo que quiera se lo darán. Si le apetece bajar el ritmo, le basta con retroceder 10 metros y dominar el partido desde su faceta creativa. Si desea llevar el balón a cualquier lugar de campo, su zurda lo hará, ya sea al pie de un compañero o a la escuadra de  la portería. Si está al 100%, lo único que es incapaz conseguir es encontrar una defensa que le suponga un reto real. Todo lo que este mundo puede ofrecer parece carecer de dificultad suficiente para él. Pero es no basta para saciar su hambre de goles y de títulos.

Por paradójico que resulte, muchas veces el gran olvidado dentro de este Barcelona acaba siendo el propio Barcelona. El descomunal talento individual de sus jugadores hace que las virtudes tácticas y colectivas de este equipo, menos vistosas, suelan pasar a un segundo plano, pero no conviene olvidarlas. Las épocas de toque estéril en el centro del campo han quedado atrás, y el equipo ha vuelto a recordar a aquella gran versión con Guardiola en la que el aplastante dominio a través de la posesión no se producía por no perder el balón, sino por recuperarlo a los pocos segundos. El hambre de sus delanteros, el orden de su centro del campo, siempre en torno a la figura de Busquets, y la solvencia de su defensa, muy criticada cuando falla y gran olvidada cuando cumple, permiten a los azulgranas llevar cada partido a su terreno. Es muy difícil ver a este Barça incómodo, y una vez que está cómodo en el campo es muy difícil de frenar.

A todo esto y sus propios problemas tendrá que hacer frente el Getafe el sábado. Los azulones, que no saben lo que es ganar desde enero, se medirán a un equipo que prácticamente se ha olvidado de perder. Sacar algún punto del Camp Nou parece una auténtica utopía. Evitar la goleada, difícil, sobre todo atendiendo a los últimos encuentros de los de Escribá lejos de Coliseum. Dar una imagen digna podría ser la aspiración principal del cuadro madrileño. Luego, como versa uno de los tópicos del fútbol, pasará lo que tenga que pasar.