El Mallorca es la clara definición de un barco a la deriva. Sumar de tres en tres es, desde hace ya unas jornadas, algo necesario. Sea cual sea el partido, el objetivo de los bermellones, hasta la jornada final, va a ser el mismo: ganar. Es por ello que, incluso en un campo históricamente tan complicado para el cuadro balear como La Romareda, el único resultado que le valía a los hinchas era una victoria. 

Dominio maño

El equipo de Barjuan salió con un 4-1-4-1 en el que se introdujeron varias novedades. Julio Pleguezuelo -hasta el momento, escasa participación la suya durante la temporada- en el central izquierdo, Vallejo como mediocentro ancla, Oriol en el lateral izquierdo y, sobre todo, la esperada titularidad de Dejan Lekic como única referencia ofensiva. Además, los interiores, Culio y Zdjelar, se posicionaron a pie cambiado.

La idea del entrenador catalán se fundamentó en el bloqueo del juego interior maño, pues Brandon y Lago retrasaron significativamente su posición, mientras que tanto Zdjelar como Culio, se encargaron exclusivamente de tapar líneas de pase en pasillos interiores. Vallejo mantenía bien la posición para corregir un hipotético error posicional de sus compañeros en el mediocampo.

Inicialmente, el orden pareció dejar sin muchas ideas al Zaragoza, que se limitó a buscar en largo a un omnipresente Ángel. Sin embargo, poco después, el equipo de Láinez se percató de cuál era la manera de superar el ordenado repliegue propuesto por su rival. La paciencia en la circulación de balón. Esa fue la clave, pues el Mallorca se abría con mucha facilidad -mala basculación- y los espacios se iban encontrando por inercia. 

El mazazo

Con el Zaragoza ya dominando, el Mallorca también tuvo que darse cuenta de que, ofensivamente, tenía otro problema. La segunda línea no estaba llegando a los intentos de contragolpe. Pero había llegado la peor noticia. El gol -minuto 35- de Ángel Rodríguez, de quién sino.

Una maravillosa rosca de Lanzarote, procedente del córner derecho del ataque local, iba a encontrar la cabeza en el segundo palo del goleador del equipo aragonés, que se impuso por encima de Campabadal. 1-0. Otra vez más, el Mallorca estaba obligado a reaccionar.

Evidente cambio de planes

Esa desventaja en el marcador forzó al equipo de Barjuan a variar la propuesta inicial. El Mallorca tenía que adoptar un papel más dominador, y así lo intentó. El Zaragoza no opuso mucha resistencia a tal intención, replegando y cerrando de manera efectiva el mediocampo. Además, la autosuficiencia de Ángel resultó fundamental de cara a la acumulación de futbolistas blanquiazules en los contraataques.

En el minuto 60, Sergi Barjuan realizó cambios a varias escalas. Primero, dio entrada a Salomao y Óscar Díaz, en detrimento de Culio y Lekic. De tal manera, varió a 4-4-2 con Lago y Salomao en los costados y reincorporando a un desacertado -una vez más- Brandon a la punta de ataque, junto a Díaz.

Escasa producción ofensiva

La intención no lo es todo en el fútbol. El fútbol sí lo es todo en el fútbol. Tiene sentido, aunque no lo crean. Y, ahí, por cierto, el Mallorca tiene poco que decir. La circulación balear fue tan lenta como previsible. Generalmente estéril, vaya. Las ocasiones de gol no llegaban, al contrario que la desesperación. Eso acabó con cualquier orden defensivo, lo cual generó algún que otro susto más a los mallorquinistas desplazados.

Además, la voluntad en la presión era un desastre, pues los jugadores no estaban preparados para ello. Un equipo sin recursos e incapaz de aprovechar ocasiones generadas a partir de cierta suerte, como la de Lago, que se plantó delante de Ratón a falta de un cuarto de hora del final. Y erró, sí.

Esta vez, el Mallorca ni siquiera pudo excusarse en la mala puntería final, pues el conjunto mallorquín apenas creó posibilidades de empate. Un despropósito más, que se une a una larga y reciente lista. El equipo necesita un milagro. Pero los milagros existen. Y en fútbol... ni hablemos.